I Lo más sabroso del verano es la siesta. Aunque sólo fuera por ella, estaría justificada la existencia de la canícula. Esa deliciosa flojera que se apodera de uno y te descoyunta la conciencia, ese diluirse de uno mismo como un terrón de azucar en el agua de la nada, esa urgencia de cerrar los ojos y dejarse llevar...
IILeo en un periódico a una psicóloga que asegura que los gritos a los niños no sirven para nada. Yo pienso que depende... Si los gritos se convierten en hábito, suelen fomentar la sordera selectiva de las criaturas y el cabreo creciente del vecindario. Pero un grito de vez en cuando... sirva o no sirva al niño, ¡qué a gusto deja al padre o a la madre! Los padres sensatamente imperfectos, gritan cuando gritan. Y punto. Y los hijos, si quieren llegar a ser adultos, tendrán que aprender a querer a sus progenitores aceptando sus imperfecciones o incluso a pesar de ellas.
IIIMando 6 líneas biográficas a La Isla de Siltolá para mi próximo libro de aforismos, El amparo de las sombras, continuación de Aforismos que nunca contaré a mis hijos. Pensando en Javier Sánchez Menéndez, recupero algo que escribí en enero del 2017: "Hay en el extremo norte de Siltolá un cabo sin nombre que merecería estar reservado a Chateaubriand. Sería suficiente con una humilde cruz de hierro medio herrumbrosa entre las rocas y esta inscripción a sus pies: "Un grand écrivain français a voulu reposer ici pour n'y entendre que le vent et la mer". Eso sí, el lugar ha de ser agreste y poblado de aves de paso, para que el visitante pueda sentarse a leer junto a la cruz: "Homme, la saison de ta migration n'est pas encore venue; attends que le vent de mort se lève, alors tu déploieras ton vol vers ces régions inconnues que ton coeur demande! Levez-vous vite, orages désirés, qui devez emporter René dans les espaces d'une autre vie!"