I Yo nací -se lo contaba ayer a Armando Zerolo- contra las circunstancias. Mi madre sentía no sé qué molestias y el médico del pueblo le aconsejó que visitara a un afamado especialista de Logroño. Éste, tras examinarla, dictaminó que tenía un tumor que era perentorio eliminar, porque le iba la vida en ello. Pero mi madre se puso en pie y le dijo al médico, con plena seguridad en sí misma, "¡No, no es un tumor, que es un hijo!". El médico intentó convencerla de lo contrario y ella abandonó la consulta con un portazo. Y así nací yo. Armando Zerolo me decía que me debían haber llamado Benigno. Pero me llamaron Gregorio porque ese era el nombre de mi padrino y el del santo patrón de mi pueblo. Este San Gregorio no es ninguno de los magnos Gregorios de la Iglesia, sino el humilde Gregorio de Ostia, que se dedicó, allá por el siglo XI, a limpiar los campos de la Ribera de Navarra y de la Rioja de una plaga de langostas que los asolaba y tenía a la población padeciendo una larga hambruna. Tiene una ermita “chiquitita, chiquitita”, como cantaba Pepe Blanco, en la calle de la Rúa Vieja de Logroño. Cuando dejó los campos limpios, peregrinó a Santiago, en compañía de su discípulo, Santo Domingo de la Calzada.
IICada vez que un médico le diagnosticaba algo, fuese lo que fuese, mi madre nos preguntaba retóricamente en cuanto volvía a casa: "¿Qué saben los médicos?"
IIIMe gusta mi familia. Me gusta la guerra -¡tanta!- que dan mis nietos porque no puedo vivir sin ella y cuando se van de casa dejan un silencio lleno de resonancias ausentes. Me gustan mis hijos y nuestra sociedad de inagotable solidaridad y hasta a veces me gusta un poco estar de Rodríguez para ver a mi familia desde cierta distancia, desde esa justa en la que toma cuerpo lo entrañable.
IVComo decía un filósofo antiguo, la vida es como el hierro, y si no se utiliza, se oxida. No utiliza su vida quien no se la complica. Pienso en el Emérito de mi pueblo, que un día decidió cerrar un ojo para ahorrar vista para la vejez
VLa familia es el lugar en el que con más evidencia se hacen realidad aquellas palabras de Musonio: "Si realizas algo bueno con fatiga, la fatiga se va y lo bueno se queda; si realizas algo malo con placer, el placer se va y lo malo se queda".
VIMe despierto temprano y asisto cada día boquiabierto al espectáculo del alba, pero después de comer caigo como un pájaro muerto en brazos de Morfeo. Este verano me estoy pegando unas siestas homéricas. Recuerdo cuando en la infancia me obligaban a echar la siesta y yo, incapaz de pegar ojo, me levantaba de la cama a hurtadillas y en aquellos ratos en que la casa estaba en silencio y como suspendida en una quietud sagrada, me dedicaba a curiosear por los rincones dispuesto a descubrir en cualquier objeto desconocido la llave secreta de acceso a un mundo imaginario.