7 de la mañana. Las farolas proyectan sus luces amarillentas sobre las jacarandas arremolinadas por el viento. No se puede decir que haga frío, pero sí fresquito. El horizonte comienza a teñirse de un rosa muy poco homérico. Es un rosa discreto y grisáceo, de día de labor. Parece que hace nada que yo iba a estas horas a la playa a darme un baño para poder ver después el encierro en la tele.
Ayer estuvo Ferran Sáez en la sala capitular del ayuntamiento del Masnou, dando una conferencia sobre identidades en la víspera del 11 de septiembre. Dijo, como suele, cosas interesantes con un tono entre coloquial y erudito que maneja muy bien y planteó una pregunta seria: ¿Son compatibles la nación y la mundialización? Yo respondía indirectamente a esta misma pregunta hace unos días desde las páginas de El Mundo: "Si los flujos (de mercancías, capitales, personas y nubes tóxicas) son más importantes que las fronteras, la legitimidad de las instituciones políticas está en riesgo".
Con respecto al 11 de septiembre, dos consideraciones.
La primera de Pla, que en un pasaje de su Cambó y refiriéndose, supuestamente, a un momento concreto del naciente catalanismo, escribe: “...no confiant veure realitzats els seus ideals, tingueren un gran afany en veure’ls pintats”.
La segunda del ambiguo Iliá Ehrenburg. Cuenta en sus Memorias que en julio del 36, tras la derrota -provisional- de la insurrección militar en Cataluña, se recluyó a los principales insurrectos en el crucero Uruguay, que hacía las veces de cárcel flotante en el puerto de Barcelona. Buena parte de la población pedía la cabeza de los detenidos, pero había algunas buenas personas que proponían en las Ramblas una solución más filantrópica: Había que enviar a los diez republicanos catalanes más inteligentes a dialogar con los militares sublevados a fin de hacerles ver sus errores y convencerlos de que entraran a formar parte de una comuna.
Ya ha amanecido. El cielo, gris y bajo. Dan ganas de volverse a la cama. -->