Me he despertado desvelado cuando aún no eran las cuatro de la mañana. Normalmente, cuando esto me pasa, me voy a mi cuarto, cojo un libro y a la media hora me vuelvo a la cama a caer rendido inmediatamente en los cálidos brazos de Morfeo. Hoy no ha sido así. Y la culpa la ha tenido El hombre en desazón, de Gonzalo Fernández de la Mora, que me ha mantenido enganchado a sus páginas. El libro es irregular, pero no te da tiempo a decepcionarte, porque en cuanto el interés baja un poco, el autor te sorprende con una idea provocadora. Es un libro extraño porque, lo que nos muestra no es tanto lo que es el hombre, sino la mirada que sobre el hombre proyecta alguien a quien los años han empujado hacia el escepticismo. Es como una consolación para la vejez que viene a decir: "Tampoco ha sido para tanto".
El otro día un joven muy inteligente con el que comí en el puerto del Masnou, se sorprendía porque yo no estuviera alarmado por lo que está pasando en Cataluña. Le contesté diciéndole que el fundador del catalanismo y padre del nacionalismo catalán, Valentí Almirall, acabó militando en el partido de Lerroux y defendiendo a España y que Lerroux no sólo apoyó a Franco, sino que en su exilio portugués leía el Kempis y Los nombres de Cristo. Pasionaria, en su lecho de muerte, cantaba canciones religiosas con el padre Llanos. ¡Cuántos promontorios que sobresalen en la llanura son restos de altivas fortalezas!