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El café de Ocata
"Sylvia, perpleja, recorrió las habitaciones. Llevaba un vestido de piqué blanco, estilo marinero, y un abrigo color café, con pieles muy usadas. Había en su figura algo infantil que estaba subrayado por aquella ropa, que tanto desentonaba con las circunstancias. Era como una niña perdida en el súbito desorden de su propia vida. De vez en cuando interrumpía sus lamentos para exclamar: «¡Sólo me ha usado!». No tardaron en trasladarla al mismo hospital que a Trotsky y a Ramón.
A las siete y cuarto de la tarde del día siguiente, transcurridas veintiséis horas y media desde el atentado, falleció León Trotsky. El doctor que lo atendía, Rubén Leñero, le aplicó como medida desesperada una inyección de adrenalina que ya no pudo soportar. Los jóvenes de la Juventud Comunista que estaban fuera del hospital lo celebraron con una fiesta.
Según el coronel Sánchez Salazar, con su último suspiro «se inclinó sobre sus hombros y cayeron sus brazos, como en El descenso de la cruz de Tiziano, con el vendaje en lugar de la corona de espinas». Sus últimas palabras fueron: «decidles a mis amigos: estoy seguro de la victoria de la cuarta internacional».
El diario mexicano Excelsior contaba que Natalia Sedova, agotada, se había quedado dormida en un sillón de cuero verde a los pies de la cama de su marido. Supo que había muerto cuando notó la mano de un médico sobre su hombro. Se levantó y se acercó al cadáver. Se arrodilló junto al lecho y, mientras dejaba escapar un largo sollozo, rodeó con sus brazos el cuerpo del difunto y reclinó su cabeza sobre su pecho. «Supongo que así es la vida», dijo.
Noventa y seis horas después del asesinato, el Pravdainformaba a sus lectores de su peculiar visión de lo sucedido: «Habiendo sobrepasado los límites del envilecimiento humano, Trotsky ha caído en la trampa de sus propias redes y ha sido asesinado por uno de sus discípulos».
El Partido Comunista Mexicano se apresuró a anunciar a los cuatro vientos que no se sentía responsable de lo ocurrido. En un largo comunicado que hizo público el día 30, firmado por todos los miembros del Comité Central, aseguró que no tenía nada que ver con los hechos, y que si alguno de sus miembros estaba implicado, sería inmediatamente expulsado. En sintonía con el PCM, Vicente Lombardo Toledano, secretario general de la Confederación de Trabajadores de México, declaró que «el empleo de la violencia para suprimir personas o para atentar en contra de sus intereses es un procedimiento contrarrevolucionario, ajeno a los principios del movimiento obrero y particularmente opuesto a la práctica de lucha de la C.T.M.».
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El café de Ocata
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El café de Ocata
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El café de Ocata
El ejercicio más agotador es ir de compras.
Este es un ir sin meta clara, en el que el tiempo y el espacio se dilatan y las cosas van tomando una consistencia daliniana, pastosa, que rebosa los moldes y las formas. Ves, con admiración, que ellas siempre tienen algo más que curiosear, algo más que probarse, algo más que comparar y tú, Atlas de baratillo, arrastras la compra que hiciste a los diez minutos de llegar como un testimonio de fidelidad a su entusiasmo.
Las piernas se hacen cada vez más pesadas, los lugares para descansar y recomponerte, más difíciles de encontrar; notas cómo apunta una sed que te llevaría a beber de un trago un barril de cerveza; una pesadez de pecio antiguo se instala en tu mente y miras, sin querer, cada vez con más frecuencia al reloj, al móvil, a las otras parejas y, especialmente, a aquellos hombres derrotados en los que puedes reconocerte como en un espejo y que, mucho me temo, cada vez son menos.
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El café de Ocata
El 10 de mayo de 1560, Fray Luis de León consiguió el título de maestro por la universidad de Salamanca. El examen tuvo lugar en la capilla de Santa Ágata de la catedral. Fuera, en la fachada principal, le esperaba un caballo enjaezado. Si hubiese suspendido tendría que haber salido discretamente por la "puerta de los carros" y retirarse en silencio a su casa.
Subido al caballo y acompañado de su padrino, el gran Domingo de Soto, las autoridades universitarias, músicos y estudiantes, se dirigió, por la calle Rúa Arriba hacia la Plaza Mayor, donde lo que ahora le esperaba era toda una corrida de toros.
Tras escribir lo anterior, el azar amigo me lleva hasta esta maravilla: "Vive en los campos Cristo, y goza del cielo libre, y ama la soledad y el sosiego; y en el silencio de todo aquello que pone en alboroto la vida, tiene puesto Él su deleite." Esta prosa ondulada, de trigal verde mecido por la brisa en la ladera de una colina, es de fray Luis. Así escribía cuando estaba en la cárcel.
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El café de Ocata
Repiten nuestros clásicos que no hay libro tan malo que no contenga algo bueno. Desde ellos a nuestros días se han publicado tantas cosas que no estoy nada seguro que podamos seguir manteniendo incólume su optimismo. Pero si nos limitamos al Siglo de oro, la aseveración es cierta. Lo acabo de constatar en este libro, escrito en el último tercio del XVI y que se encuentra entre lo que podríamos llamar un espejo de sirvientes y la picaresca cortesana, valgan de muestra estas dos citas:
“Lloraba una frutera vieja de Salamanca cada vez que le decían que venía Corregidor nuevo, quejándose: ¡Ay triste de mí! Que al otro ya le teníamos compuesta su casa”.
“Dios crió a los hombres libres e iguales y les dio la redondez de la tierra en común”.
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El café de Ocata
La poesía erótica del Siglo de Oro, que estoy descubriendo estos días, es tan descarnada (valga el oxímoron), que no me atrevo a traer aquí más que dos discretos ejemplos como muestra.
Véanse, primero, estos pocos versos de El sueño de la viuda de fray Melchor de la Serna:
... la qual al fin se determina
de declararle aquello que pretende
no con palabras, sino con efectos,
que así hacen los prudentes y discretos:
tiéntale con la mano en lo vedado,
pues lo que responde al primer tiento
dexase tocar muy de su grado.
Fray Melchor era contmeporáneo de Fray Luis de Léon y colega suyo en la Universidad de Salamanca. Sus textos eróticos no se imprimieron, pero corrían de ellos copias manuscritas. Me pregunto cuántos escritores harían lo mismo y cuántos de estos textos se habrán perdido... o aparecerán en el lugar menos pensado.
El segundo ejemplo es este sorprendente soneto de un autor anónimo del XVII:
- El que tiene mujer moza y hermosa
¿qué busca en casa y con mujer ajena?
¿La suya es menos blanca y más morena
o floja, fría, flaca? – No hay tal cosa.
- ¿Es desgraciada? – No, sino amorosa.
- ¿Es mala? – No, por cierto, sino buena
Es una Venus, es una Sirena,
un blanco lirio, una purpúrea rosa.
- Pues ¿qué busca? ¿A dó va? ¿De dónde viene?
¿Mejor que la que tiene piensa hallarla?
Ha de ser su buscar en infinito.
- No busca éste mujer, que ya la tiene.
Busca el trabajo dulce de buscarla,
que es lo que enciende al hombre el apetito.
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El café de Ocata
Del sinuoso político Ríos Rosas decían sus contemporáneos que era “de profesión disidente.” En su momento me pareció una calificación divertida, fuera cierta o no, pero poco a poco he ido viendo que los políticos que practican con esmero esta profesión nunca faltan. Hay incluso partidos que parecen nutrir sus filas de adictos a la disidencia. Y así les va.
Al político de profesión disidente se lo reconoce por la fidelidad inquebrantable que mantiene a sus caprichos.
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10:42
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El café de Ocata
Si puede considerarse la Celestina como el precedente más claro de la novela picaresca, es porque en El Lazarillo de Tormes, en El Guzmán de Alfarache, en La Vida el Buscón o en Rinconete y Cortadillo se oye diáfano e inmediato el eco de la risa de aquella zurcidora de voluntades que fue la sabia y amoral Celestina.
Aquí, entre pícaros me encuentro ahora en mi viaje turístico por el Siglo de Oro.
Uno lee la maravillosa novela picaresca y no puede dejar de recordar que es contemporánea de la gran literatura mística y de toda la prosapia de hidalguías, grandes de España y dignificación de la honra que recorre el reinado de los Austria. En esta contemporaneidad se despliegan todos los tipos del "discreto", que es aquel espabilado que sabe encontrar la mejor respuesta a los interrogantes y aprietos que le salen inesperada y urgentemente al paso. El discreto, con toda su ambigüedad, es el auténtico protagonista de la literatura del Siglo de Oro.
El místico se cree discreto porque pone su vida, al completo, al servicio de un amor obsesivo a Dios, hasta tal punto que todo lo que no sea Dios pierde tanto valor a sus ojos que, finalmente, le resulta invisible, por ínfimo y precario. El místico hace invisible el mundo contingente para hallar en el fondo de su invisibilidad la luz de lo necesario.
El hidalgo se cree discreto si es capaz de acrecentar su honra o, en su defecto, enmascarar su mengua.
El pícaro see cree discreto si es capaz de no pasar un día sin comer.
Pero, claro está, este teatro de las formas de la discreción no sería literatura si no estuviera relatado por la pluma de la genialidad. Si no hubiese existido el Quijote, el Siglo de Oro seguiría siendo el Siglo de Oro, porque ahí estarían Fernando de Rojas o Mateo Alemán o San Juan de la Cruz... o esa joya de orfebrería literaria que es Rinconete y Cortadillo, donde la discreción del miserable se dignifica a sí misma al creer de buena fe que los innumerables esfuerzos cotidianos que debe afrontar para librarse del peso de la conciencia, bien merecen a los ojos de Dios algún mérito.
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El café de Ocata
Lo ha contado Julio Infante en Twitter:
María Jiménez, ahora mismo en TVE, hablando sobre el día que despertó del coma que sufrió el año pasado. Médico: María, ha estado en coma 3 meses.María Jiménez: ¡Pues a ver cómo cojo el sueño esta noche!
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El café de Ocata
Hace un calor pegajoso, de melaza hirviendo, denso; hace ese calor que parece fomentar la insolencia de las moscas. Hace un calor que me anima a buscar por casa, con avaricia, la más pequeña corriente de aire para acoger a ella la lectura del libro que tengo entre manos. Hace un calor que me hace incomprensibles aquellos días en que viajaba en verano con toda la familia en busca de lejanías que me permitieran pensar, al regreso, que había tenido vacaciones. Hace un calor que sólo se refresca con duchas frías, limonada natural y mucho hielo. Hace un calor de dormir con la ventana abierta y sin sábanas, atrayendo inevitablemente al insidioso mosquito que estará rondándome con su zumbido criminal toda la noche. Hace tanto calor que la luz que entra por la ventana a primera hora del día ya está como recalentada.
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El café de Ocata
Basta comparar la Celestina con la Dorotea, de Lope, para darse cuenta de la grandeza de aquélla. Fernando de Rojas sabe sacarle el máximo partido literario a un tiempo en que eran posibles los juegos de equilibrio morales, hasta el punto de hacer de la esencia misma del misticismo, la entrega amorosa incondicional, un camino de desgracias. Consigue poner en cueros aquel amor plebeyo del que hablaba Platón. Pero su mayor triunfo es conseguir que Celestina se apropie incluso de la querencia del lector, que no puede dejar de sentir cierta atracción por ese personaje sin piedad, manipulador, cínico, amoral, egoísta, tan inteligente y tan desgraciado. El lector no le abriría las puertas de su casa a Celestina, pero le abre una rendija de su corazón. El lector es la auténtica Melibea, un alumbrado perplejo.
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El café de Ocata
A veces me ocurre que me pongo a releer con ilusión un libro que leí apasionadamente hace tiempo y, a las pocas páginas, tengo que dejarlo porque descubro decepcionado que estaba escrito exclusivmente para aquel que era yo cuando lo leí. No es que no me diga nada nuevo, es que sólo me habla de cosas que he ido dejando atrás.
Esto no pasa con los clásicos. Los clásicos van envejeciendo contigo y siempre tienen algo significativo que decirle al yo que eres ahora. Por eso sabemos que tenemos un clásico entre las manos cuando no tenemos miedo de que nos decepcione, sino de decepcionarlo.
Como este verano ando de viaje por el Siglo de Oro, me releí -por cuarta vez- El Quijote y por primera vez lo acabé con un intenso nudo en la garganta que tardó en disolverse. Nunca había sentido a Cervantes tan próximo; tan íntimo, incluso. Esta vez encontré sentido hasta a los interludios pastoriles, que siempre me habían parecido rellenos innecesarios, porque son ellos los que dan sentido a la última propuesta aventurera de don Quijote: mientras no pueda volver a ser un caballero, bien podría ser un pastor. Y, al entender El Quijote, creo haber entendido a Unamuno.
Puedo añadir que este verano he descubierto también la densidad literaria de San Juan de Ávila, la correspondencia del corrosivo y siempre genial Quevedo o la maravilla que es esa filigrana literaria de La Celestina. He tenido la sensación de que, al releer esta esta última obra, estaba asistiendo a un estreno biográfico.
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10:22
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El café de Ocata
Estoy pasando el verano entre místicos: Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Juan de Ávila, Fray Luis...
Lo primero que llama la atención de todos ellos es lo divinamente bien que escriben. Hay algo en la alegre fluidez de su escritura que rezuma sinceridad notarial. Aunque lo que el fluir de la fuente dice no está al alcance de mi paladar, sí que cautiva a mis oídos.
Sé que Ortega tenía razón cuando afirmaba que el filósofo ha de estar siempre a favor del teólogo (y no del místico), porque es el único que ofrece razones sobre Dios. Pero en lo no dicho de la vivencia del místico hay algo que, sin convencer, subyuga.
Todo sería mucho más fácil si hubiera un terreno neutral entre el teólogo y el místico en el cual colocarse con pretensiones de objetividad. Pero ese terreno no existe. El teólogo busca tierra firme sobre la que asentarse, mientras que el místico se lanza al vacío, dejándote boquiabierto con la presencia de su ausencia.
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El café de Ocata
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El café de Ocata
Estaba decidido a echar la persiana y cerrar definitivamente este Café de Ocata, que tantos buenos momentos me ha deparado. Los tiempos cambian y hoy se lleva más el fogonazo de twitter que el texto del blog. Por otra parte, estoy empeñado en concentrarme en un par de proyectos que tengo entre manos que están demandando toda mi atención y la salud no se ha mostrado especialmente generosa conmigo este último mes. Todo conspiraba, pues, para decir adiós, cuando me llega este mail de mi querida amiga B.: "Je vous dirai seulement que cette rencontre quotidianne me manque". De repente he ido recordando a todas las personas que he podido conocer gracias a este café y he decidido mantenerlo abierto, aunque, posiblemente, con una periodicidad más relajada.
A pesar del incordio de la salud, estos meses han sido enormemente productivos. Uno de sus frutos más queridos, por inesperado, se verá el próximo uno de octubre sobre el escenario del TNC:
En septiembre aparecerán también dos artículos. Uno, sobre conservadurismo, en
Política exterior, y, otro, sobre educación, en
Política y Prosa. Añadamos un libro de Scruton para el que he escrito el prólogo y, sobre todo, que el 31 de septiembre, finalmente, verá la luz este libro que hemos escrito a cuatro manos mi nieto Bruno (10 años) y yo. En él tengo puestas todas mis complacencias:
Tengo, además, un par de libros entre manos. Uno de ellos es un encargo de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
A todo esto hay que añadir las conferencias o entrevistas telemáticas. Este mes, por ejemplo, me esperan en Armeria (Colombia) y en San Martín (Argentina).
Sirva, pues, esta entrada como aviso de que estoy vivo, de que El Café de Ocata sigue abierto en vacaciones... y de que ayer mi mujer y yo cumplimos 41 años de casados.
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El café de Ocata
Me atreví, tras vencer no pocas dudas, a escribir el prólogo de este libro que viene a defender lo que podríamos llamar una pedagogía sacramental.
Es accesible aquí.
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El café de Ocata
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El café de Ocata
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El café de Ocata
Juan Valera, Estudios críticos, 3: Pp. 315-6: “Nosotros creemos que la soberanía, en su origen, está en el pueblo, instrumento de que se vale dios para concederla a quien quiere y a quien importa. No hay potestad que no venga de Dios, en primer lugar, porque no hay nada que él no venga, y en segundo lugar porque la muchedumbre, divinintus erudita, como guiada y enseñada por el mismo Dios, pone las bases y echa infalible y firmemente el cimiento de toda sociedad humana. Entendida la doctrina de este modo, no sea de negar que la soberanía reside, es inmanente en la nación; pero la nación vive y se extiende por toda la prolongación de su historia, y no se muestra como soberana y como constituyente así propia, a cada momento. P. 341: “Nuestra opinión sobre la soberanía es la misma de Domingo de Soto. Comentando este sabio teólogo las palabras del apóstol, dice: no est potestas nisi a Deo, no hay poder que no venga de Dios; mas no porque la república no cree los reyes y todos los poderes, sino porque lo hace por inspiración divina. Non quod respublica non creaverit principes, sed quod id fecerit divinitus erudita. Lo mismo piensan y afirman Rivadeneyra, en su tratado del príncipe, contra Maquiavelo; fray Juan de Santa María, Mariana, Lainez en el discurso que pronunció en Trento, y fray Antonio de Guevara en su sermón sobre el oficio y dignidad del rey, predicado en presencia de Carlos V emperador. El propio Antonio Pérez, no el secretario de Felipe II, sino el autor del Jus publicum, tiene idéntico sentir que los teólogos, aunque jurisconsulto, y por consiguiente, menos liberal, pues el estudio de las leyes romanas del Imperio predisponía entonces a los jurisconsultos para que fuesen absolutistas... Estos autores… al hablar, pues de la república, que divinamente inspirada se crea un gobierno, no hacían historia: lo que hacían era poner un fundamento filosófico a las potestades civiles; establecer de un modo racional el derecho a la soberanía... No era posible, ni lícito, ni podía fundarse la soberanía en la astucia, ni en el valor de un tirano, ni en la debilidad de un pueblo, ni en la usurpación, ni en la conquista. Algo debía haber por cima de esos hechos que constituyese el derecho, creando la legitimidad.”
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El café de Ocata
Voy andando por la acera. Delante de mí una chica joven llama al timbre de una casa.- ¡Mamá, abre!- ..... - Sí, tengo las llaves en el bolso, pero no me apetece agacharme y buscarlas.- ...La puerta se abre.
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El café de Ocata
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El café de Ocata
Hace unos días, cuando aún me llevaba bien con la verticalidad, contemplé horrorizado uno de los espectáculos más lamentables que he visto en mucho tiempo: cómo los bañistas de la playa de Ocata tomaban al asalto el tren de cercanías un domingo por la tarde como si fuera el metro del lunes en hora punta. La mayoría no llevaba mascarilla, pero todos pugnaban por entrar, empujando como fuera, en unos vagones ya abarrotados. De repente me invadió una profunda tristeza. En realidad ya me había dicho a mí mismo varias veces que no aprendemos nada de la historia, pero es que aquella nada que estaba contemplando era tan lamentable... Un vigilante intentaba infructuosamente convencer a los pasajeros para que esperasen al siguiente tren, que pasaría en pocos minutos, pero los bañistas, con sus bolsos, sus toallas, su piel tostada y sus cuerpos semidesnudos, seguian empeñados en conseguir lo imposible. Volví a casa convencido de que estamos condenados a una y mil recaídas. Hay aún muchas muertes esperándonos en los próximos meses.
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El café de Ocata
Vuelvo al Café después de unos días en el infierno (mareos, vómitos, vértigos, incapacidad para soportar la luz... y, además, de Rodríguez) y vuelvo con esto de
El Cultural: "
Es más fácil fomentar la opinión que el razonamiento".
Todo pasapero lo nuestro es pasarsin lamentosni pesar.
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El café de Ocata
Este último hijo mío vino a nacer en el peor momento. Llegó a las librerías justo cuando la pandemia las cerró a todas. Pensé, pues, que tendría una vida efímera porque, dadas las características de nuestro tiempo, cuando se volvieran a abrir, todas querrían exponer novedades. Sin embargo ahí está, viendo pasar el tiempo. Las dos últimas semanas he dado casi una entrevista diaria. Estas son las dos últimas, en catalán:
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El Diari de l'educació.
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Nació digital.
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El café de Ocata
Si pudiera dejarles a mis hijos lo más valiosos que tengo con la certeza de que sabrían apreciar su valor, les legaría mi convicción de que es inútil salir a la callle si no vuelves a casa con un nuevo amigo.
Aquí, un amigo
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El café de Ocata
"Si queréis saber dónde está la virtud, mirad a quienes se mantienen firmes defendiendo las murallas", dice Séneca. ¿Conservan aún algún significado estas palabras en Europa? ¿Es Séneca otro de esos fascistas cuya memoria hay que ahogar en el mar?
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El café de Ocata
"En mi vida solo he dirigido una plegaria a Dios, una muy corta: 'Oh, Señor, haz a mis enemigos ridículos'. Y Dios me lo ha concedido".
Voltaire
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El café de Ocata
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El café de Ocata
Foto de Guillem Luri
El luz como atracción irrefrenable de la mariposa, la alegría en los ojos de los niños, la satisfacción de volver a ser como un niño en los ojos de los adultos, la noche iluminada súbitamente por mil resplandores, próximos y remotos, la alegría de la mesa compartida y la paz de la protección de las estrellas sobre todos, la celebración de la vida y de la proximidad, la alegría sin precio.
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El café de Ocata
Ayer por la tarde, en Sant Mateu
Para una escuela sustentada en una genuina pedagogía del interés no debieran existir conocimientos inútiles, dado que el conocimiento sólo es inútil para aquel que no le ve ningún interés. Pero la realidad nos muestra que nunca ha habido un sistema educativo más obsesionado con lo útil que el actual. Todo aquel conocimiento que no se traduce en una competencia -todo aquel "qué" que no se traduce de manera inmediata en un "cómo"- es considerado un conocimiento meramente declarativo y, por lo tanto, devaluado.
A la hora de la verdad, nuestro sistema educativo rechaza todo aquel conocimiento que considera carente de interés sin darse cuenta de que de esta manera está impugnando las pedagogías del interés en las que dice basarse.
Nunca ha habido una escuela más sensible a lo inútil y menos rigurosa ante lo opinable (¿y no es lo opinable lo más declarativo?).
Insisto: sólo para el carente de curiosidad existen conocimientos inútiles.
Cuando le pongo a un conocimiento el calificativo de inútil estoy reconociendo mi ignorancia con respecto a la parte de la realidad a la que ese conocimiento se refiere.
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El café de Ocata
Vuelvo a las viñas acompañado de mi nieto Bruno. Es más dado a la consola que al excursionismo, pero aún así nos hemos hecho 8 kilómetros. 8 kilómetros en los que no ha parado de hablar ni un segundo. En 2 horas hemos tratado de todo: de Cela y de la flor del acanto, de la vida de las hormigas, de cómo son las hormigas macho, de las partículas elementales, del origen del universo, de Einstein, de por qué la explosión de la bomba atómica crea esas formas, de Spielberg, de la música de
Tiburón, de Lucas, de todos y cada uno de los capítulos de
La guerra de las galaxias, de los tipos de zombis que existen, de la escena de la ducha de
Psicosis y de mil cosas más que ahora me resulta imposible recordar. Vamos, todo un lujo.
Después, en casa, le ha comentado con aires de superioridad a su padre que hemos estado hablando de la materia y de su consistencia, pero que es algo tan extraño que si se lo contara, no se lo creería. Y no se lo ha contado.
Esta voracidad por descubrir el mundo tiene poco de científica, es una curiosdad que busca el entusiasmo de lo llamativo y extraño, de lo extraordinario y singular; que se regodea con lo diferente como las abejas en el polen de cada flor. Pero la voracidad está ahí, insaciable, espléndida, contagiosa. Es la voracidad de un nuevo inquilino del mundo de la vida.
Repetiremos.
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El café de Ocata
I
El Masnou, esta mañana II Es mucho más fácil adoptar una solución que entender un problema.
III Hay más concienciadores que conciencias.
IV
¿Para cuando una escuela que muestre en su frontispicio este cartel: "Aquí lo más emocionante son las matemáticas"?
O "Aquí nuestro compañero emocional es don Andrés Fernández de Andrada" Otra alternativa: "Hoy en clase de educación emocional, el segundo concierto para piano y orquesta de Shostakovich".
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El café de Ocata
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El café de Ocata
Con mi hijo y mi nieto Bruno, de excursión, el domingo pasado. Hace meses me comprometí a escribir un libro sobre antropología y me puse a ello con entusiasmo. Era algo que me apetecía mucho hacer y sobre lo que creía tener ideas claras. Pero, a medida que lo iba escribiendo, me iba dando cuenta de que algo no funcionaba, de que comenzaba a no creerme lo que escribía, a pesar de que era coherente con lo que pensaba que creía. Mis argumentos se tambaleaban.
Así que bajé a los cimientos... y acabé descubriendo que no estaban bien asentados. Me paré, me establecí un plan de lecturas complementarias y me dediqué a ellas con intensidad. Cuando volví al texto, ya no había nada que se mantuviera en pie. Así que comencé a escribir de nuevo algo que, obviamente, era un libro diferente. Y en eso estoy.
Considero que no hay nada más intelectualmente estimulante que enfrentarte a tus límites (a lo que crees que son tus convicciones), pero hay un momento en que aquello en lo que creías creer se hunde y no tienes refugio alternativo al que acudir, y te descubres a la intemperie y desorientado.
Pensar -no me refiero a tener grandes ideas, que eso se lo dejo a los grandes, sino a pensar honestamente- es pensar contra uno mismo. Esto resulta muy noble proclamarlo, pero cuesta. Pensar es ir cuesta arriba.
Ahora, pues, ando con otra cosa que poco tiene que ver con lo que me comprometí a entregarle al editor (aún no se lo he dicho). Creo saber por dónde voy... pero aún no veo con claridad cuál es mi meta.
Don Quijote me acompaña en este viaje, pero a veces se me queda mudo aquí al lado, porque no tengo tiempo para abrirlo.
Un apunte sobre la excursión a la que hace referencia la foto. Mi nieto y yo compusimos una nueva canción, ésta con aires caribeños, que añadimos a nuestro ya extenso cancionero. Esta es su letra:
Yo tengo una gamba amaestradaque no me hace caso a nada.Pa'tener una gamba así,mejor comerla con ajo y perejil.
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El café de Ocata
Cada año Alain Minc publica un libro. Cada año es excelente. Cada año me sorprende la claridad y distinción de su escritura, la esgrima sin florituras de su razonamiento. Cada año me pregunto cómo un hombre tan ocupado como él -vive justo allí, en la frontera del presente y el futuro- puede encontrar el tiempo necesario para dedicarlo al cuidad de sí.
Pero quizás las cosas sean al revés. Quizás porque sabe dedicar regularmente un tiempo al cuidado de sí es capaz de ejercer de vigía del futuro.
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El café de Ocata
El capítulo XXV de Don Quijote es, todo él, impresionante. El lector descubre sorprendido que el Caballero de la Triste Figura sabe más cosas de sí mismo de las que hasta ahora ha aparentado y, sobre todo, de las que el mismo lector hubiera sospechado. Bien pudiera ser, entonces, que no anduviera completamente descaminado cuando afirmó aquel "¡Yo sé quien soy" que venimos siguiendo en estas notas.
Don Quijote y su escudero se adentran en Sierra Morena. "Y Sancho iba muerto por razonar con su amo" porque no puede resistir callar lo que está hirviendo en su corazón. Las palabras le estallan inmediatamente hacia afuera en cuanto toman cuerpo en su alma. Lo que él quisiera es reflexionar en común sobre las desgracias que están padeciendo por buscar aventuras y gloria. Don Quijote le replica que "todo cuanto yo he hecho, hago e hiciere va muy puesto en razón y muy conforme a las reglas de caballería".
Ahora, esa razón aventurera lo impulsa a "imitar a Amadís, haciendo aquí del desesperado, del sandío y del furioso".
Es decir, don Quijote se nos está mostrando como el loco que decide hacerse el loco para dar coherencia a su chifladura. Pretende, incluso, darse de cabezazos por las peñas para mostrar su fidelidad incondicional a Dulcinea, porque quizás, quizás, la distancia esté haciendo mella en el afecto que su amada le profesa. Como Sancho le replica que no tiene ningún motivo para dudar de ella, don Quijote le responde: "Ahí está el punto, y ésta es la fineza de mi negocio, que volverse loco un caballero andante con causa, ni grado ni gracias: el toque está en desatinar sin ocasión y dar a entender a mi dama que si en seco hago esto, ¿qué hiciera en mojado?"
El momento en que la locura de don Quijote nos produce más perplejidad y es cuando Sancho descubre que la sin par Dulcinea del Toboso es una labradora, Aldonza Lorenzo, a la que conoce bien, que no es famosa por su belleza, sino por su rusticidad. Es mujer "de pelo en pecho" y pocos remilgos amorosos. Don Quijote, lejos de sorprenderse o enfadarse con Sancho, admite que está muy al corriente de todo esto. Sabe muy bien quién es, físicamente, su amada, pero "por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale como la más alta princesa de la tierra [...], básteme a mí pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta".
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El café de Ocata
Fue una experiencia interesante. Aprendí mucho. Por ejemplo, sobre sexualidad. Hubo un momento en que el diálogo nos condujo hacia este asunto (el debate no aparece en el vídeo) y me encontré con una opinión inesperada: Todos, unánimemente, admitieron que estaban hartos de la pobrísima capacidad creativa de los adultos que les impartían sesiones perfectamente previsibles de educación sexual, porque todos acababan hablando de gimnasia erótica. Lo que ellos les interesaba era otra cosa más importante. Lo de la estricta actividad física lo tenían superado desde hacía años. Lo que querían saber era cómo llevarse bien con sus parejas.
Mi intención inicial era intervenir lo menos posible, pero llegó un momento en que me pareció de justicia romper una lanza a favor de los padres.
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El café de Ocata
La aventura de los galeotes (capítulo XXII) le debiera haber proporcionado a don Quijote una lección importante: que no basta con la buena voluntad para llevar a cabo buenos actos, pero curiosamente, el único capaz de meditar sobre lo ocurrido es... el burro de Sancho: "Solos quedaron jumento y Rocinante, Sancho y don Quijote: el jumento, cabizbajo y pensativo, sacudiendo de cuando en cuando las orejas, pensando que aún no había cesado la borrasca de las piedras que le perseguían los oídos".
Estoy buscando la interioridad de don Quijote y resulta que aquí el único que merece para Cervantes el calificativo de pensador es el burro de Sancho. Hasta ahora no nos ha dicho ni una sola vez que don Quijote pensara. Don Quijote imagina, sueña, añora, idealiza, se duele... pero pensar... pensar, no. Y, sin embargo, una transformación ha tenido lugar en él, porque reconoce que Sancho tenía razón al advertirle que obrara prudentemente: "Si yo hubiera creído lo que me dijiste, yo hubiera escusado esta pesadumbre".
Su transformación es tan grande que decide seguir los consejos de Sancho y alejarse del camino real y así poner tierra de por medio con la temida Santa Hermandad. Don Quijote sabe que esto es lo que hay que hacer, pero entiende que no es propio de un caballero huir del peligro. Tampoco, en puridad, sería muy caballeresco someterse a la voluntad del escudero, pero esto último no le preocupa, lo que le preocupa es que alguien pueda pensar que es un cobarde: "Jamás en vida ni en muerte has de decir a nadie que yo me retiré y aparté deste peligro de miedo sino por complacer a tus ruegos".
Así, siguiendo por primera vez el mal menor, se adentran en Sierra Morena y dará inicio la aventura del "astroso Caballero de la Sierra", el infortunado Cardenio, ante el cual don Quijote volverá a sentir la lujuria del deber caballeresco que le obliga "a ser quien soy".
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El café de Ocata
¿Hacia dónde tiende la actividad racional? Según Platón, hacia una verdad no hipotética e independiente de nuestros puntos de vista; según el subjetivismo, hacia una verdad psicológica (hacia una opinión o un punto de vista). Sólo en el primer caso la razón sirve como un tribunal de apelaciones.
Mi tesis es que en el transcurso del ejercicio racional del pensamiento, cada persona puede encontrar en su interior una verdad interpersonal. Tan impersonal que aspira a ser universal. La actividad racional nos permite alejarnos de nuestras opiniones, restándoles el valor que tengan por ser nuestras y sumándoles el valor que tengan por ser racionalmente compartidas. Nuestra singularidad desaparece tras la afirmación de una verdad que, estando en nosotros, no es nuestra, y que no siendo nuestra, nos obliga.
A pesar de ser seres contingentes, finitos y mortales, tenemos acceso a verdades eternas. Es decir, llevamos en nosotros algo que nos trasciende por ser eterno.
Creo, honestamente, que es muy difícil ser racional y carecer de algún tipo de religiosidad.
La comprensión es la vivencia de la empatía intelectual. Sé que al hacer mía una verdad, estoy haciendo mía una verdad del otro y que la vivencia de su verdad es común.
Razonar es aspirar a encontrar algo universal en mí. Es descubrir que, si persiste una diferencia intelectual con el otro, no podemos apelar a ninguna autoridad superior a la razón para ponernos de acuerdo, sino que ha de haber una manera racional de superarla.
Razonar es un ejercicio de ascetismo, una cura de humildad de la misma alma que es capaz de descubrir lo eterno y una vacuna contra la pereza intelectual.
Cuando defiendo el deber moral de ser inteligente entiendo que en la razón hay implícita esta moralidad ascética a la que acabo de hacer mención.
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¿Hacia dónde tiende la actividad racional? Según Platón, hacia una verdad no hipotética e independiente de nuestros puntos de vista; según el subjetivismo, hacia una verdad psicológica (hacia una opinión o un punto de vista). Sólo en el primer caso la razón sirve como un tribunal de apelaciones.
Mi tesis es que en el transcurso del ejercicio racional del pensamiento, cada persona puede encontrar en su interior una verdad interpersonal. Tan impersonal que aspira a ser universal. La actividad racional nos permite alejarnos de nuestras opiniones, restándoles el valor que tengan por ser nuestras y sumándoles el valor que tengan por ser racionalmente compartidas. Nuestra singularidad desaparece tras la afirmación de una verdad que, estando en nosotros, no es nuestra, y que no siendo nuestra, nos obliga.
A pesar de ser seres contingentes, finitos y mortales, tenemos acceso a verdades eternas. Es decir, llevamos en nosotros algo que nos trasciende por ser eterno.
Creo, honestamente, que es muy difícil ser racional y carecer de algún tipo de religiosidad.
La comprensión es la vivencia de la empatía intelectual. Sé que al hacer mía una verdad, estoy haciendo mía una verdad del otro y que la vivencia de su verdad es común.
Razonar es aspirar a encontrar algo universal en mí. Es descubrir que, si persiste una diferencia intelectual con el otro, no podemos apelar a ninguna autoridad superior a la razón para ponernos de acuerdo, sino que ha de haber una manera racional de superarla.
Razonar es un ejercicio de ascetismo, una cura de humildad de la misma alma que es capaz de descubrir lo eterno y una vacuna contra la pereza intelectual.
Cuando defiendo el deber moral de ser inteligente entiendo que en la razón hay implícita esta moralidad ascética a la que acabo de hacer mención.
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El café de Ocata
"Mi escudero os dirá quién soy", le dice don Quijote a la ventera en el capítulo XVI, poniendo así como el testigo más fidedigno de sus aventuras a Sancho, un escudero del que lo menos que puede decirse es que no tiene nada de común, cosa que sabe muy bien don Quijote, pues "en cuantos libros de caballerías he leído, que son infinitos, jamás he hallado que ningún escudero hablase tanto con su señor como tú con el tuyo" (XX). Es tan poco común y tan escasamente ejemplar que, llegado el caso, no tendrá inconveniente en hacer sus necesidades a dos palmos de las narices de su amo.
¿Quién es don Quijote para Sancho? Es el caballero de la Triste figura, si bien aquí nuestro hidalgo prefiere pensar que tan bien hallado título, no ha salido del magín de su escudero, sino que "el sabio a cuyo cargo debe de estar el escribir la historia de mis hazañas le habrá parecido que será bien que yo tome algún nombre apelativo como lo tomaban los caballeros pasados". ¿Es excesivo encontrar en este juego cruzado de referencias una dinámica que tiene no poco en común con la de Las meninas de Velazquez?
En esta referencia del protagonista de una historia al escritor de la misma, ¿no se admite que Cervantes es el único que sabe quién es don Quijote?
Don Quijote es un sujeto en busca la verdad sobre sí mismo.
Sin embargo, a pesar de esta referencia a Cervantes, Don Quijote no sólo está seguro de saber quién es, sino que tiene esta certeza como fundamento de la verdad de sus palabras: "Te juro por la fe de quien soy..." (XVIII). No duda de que, siendo un caballero, su conducta no se alejará ni un milímetro de la que le corresponde como tal, aunque a la hora de la verdad se comporte como un temerario imprudente que "acompañado de su intrépido corazón" (XXI) no conoce el miedo en la persecución de la gloria. Pero esto no lo sabe él, sino Sancho. Por eso, si se conociera bien, se cuidaría mucho de poner a su escudero como testigo de sus hazañas.
A don Quijote, la fe en sí mismo, por la misma razón que lo ciega ("¿Cómo puedo engañarme en lo que digo?" (XXI), le permite perseguir incansablemente su ideal y vivir volcado en la imaginación de sus grandezas caballerescas y en la fidelidad incondicinal a Dulcinea, "única señora de mis más escondidos pensamientos". El imperioso deber "de guardar la fe que tengo a mi señora", le permite también mantener firme la fe en sí mismo y rechazar las supuestas insinuaciones de Maritornes, conscientemente de que, sin ideal, sería propio "de un sandío caballero" dejar "pasar en blanco" la ventura de un lance amoroso.
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El café de Ocata
Sigo con mi gozosa lectura del Quijote, poco a poco, aprovechando cada rato que tengo libre. Nuestro hidalgo ha llegado al capítulo XVI y Cervantes va preparando -¿quizás inconscientemente?- el terreno de la introspección. Apunto a la inconsciencia porque parece dominado por un daimon que le lleva la pluma con una cadencia precisa y hermosa, con frecuencia propia de un adagio, pero dispuesta siempre al tono heroico de los metales.
El inquieto don Quijote comienza proclamándose conocedor de un yo sin interioridad y poco a poco va asomándose a su alma. La transición está claramente facilitada por la amable acogida que le dispensan unos humildes cabreros a él y a ese crédulo racional que es Sancho, el escudero al que ha comenzado muy pronto a tratar de hermano, y por esa historia de ambiente pastoril de Grisóstomo y Marcela.
Alguna interioridad del caballero se nos va insinuando ya. Por ejemplo, nos hemos enterado de que, si bien anda fervorosa y muy castamente enamorado de su Dulcinea, no por eso deja de pensar en aquellas partes suyas "que a la vista humana encubre la honestidad", que "son tales (...) que sólo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas". Don Quijote es demasiado humano y su humanidad no cabe en el esquema de un caballero andante.
Me ha interesado mucho la canción del desafortundo Grisóstomo, que le da voz a su yo perdido. Grisóstomo, ciegamente enamorado, no sabe quién es él y habla de manera a la vez retórica y muy sentida de las heridas que lleva abiertas en el alma y de los despojos de la misma, así como de su pertinaz fantasía. La suya es el alma rota de un enamorado no correspondido, trágico, en su caso, porque "el verdadero amor (...) ha de ser voluntario, y no forzoso" y, por lo tanto, puede no ser correspondido.
La manera que tiene Cervantes de cantar la libertad de una mujer, la pastora Marcela, merecería un comentario aparte, por su convincente modernidad. Don Quijote, ese héroe sincero y anacrónico, se mostrará presto a acudir en su ayuda. Pero ella es demasiado autónoma como para necesitar la ayuda de nadie.
"Es menester mucho tiempo para venir a conocer a las personas", le asegura don Quijote a Sancho en el capítulo XV. Ese es el tiempo que se está tomando Cervantes para ir mostrándonos los perfiles de su héroe, que cada vez son más complejos y más cercanos. Es el tiempo de la gran literatura.
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El café de Ocata
En el "yo sé quién soy" de don Quijote, ahora me doy cuenta, lo importante es el "yo" que afirma un saber sobre sí mismo, no la consistencia del saber afirmado.
Ese yo es la impugnación del rebaño como refugio del yo acobardado.
Si el rebaño es lo que se lleva, el "yo" de don Quijote pone a prueba lo que se lleva por su capacidad para someterse a un relato heroico, cosa que, por supuesto, es completamente ajena a la voluntad del rebaño.
Al rebaño le gusta el aprisco, no la intemperie.
Este empeño, ya lo sabemos, siempre acaba con un tipo u otro de cicuta, que es el precio a pagar por haber vivivo. ¿Un precio excesivo?
Aquí tenemos otro argumento para probar la imposibilidad de hacer del Quijote un mito político: El yo de don Quijote es más potente que el nosotros.
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El café de Ocata
Terminaba el post anterior diciendo que El Quijote es la historia de esa triste búsqueda de alegría que es la vida. Añado ahora que esa vida es tanto la individual de cada uno como la nuestra, la vida colectiva de España, por eso no hay manera de hacer de esta joya literaria un mito nacional. Todos cuantos lo han intentado han fracasado ante la terca realidad de la verdad de esa chifladura de nuestro don Quijote, que no pudiendo vivir como "hidalgo sosegado", se empeñó en vivir como caballero andante, buscando en el desasosiego el plus de vida que necesitaba. Cuando se quiere hacer de don Quijote un mito nacional acabamos rebajando el mito o a pintoresquismo o a congreso cervantino. A lomos de Rocinante no hay héroe que sirva de estandarte de nuestro narcismo colectivo.
Cervantes nos ha legado una obra para la meditación, no para la acción.
"Yo sé quien soy", dice don Quijote en el capítulo quinto, mientras lo traen a casa sobre un borrico, derrotado físicamente, molido a palos, pero con su sueño intacto. Es un loco que no duda en declararse cuerdo, pero que, con su locura, ha logrado darle a su vida algo que los cuerdos que optamos por vivir como hidalguillos sosegados, no tenemos: un propósito unitario que nos guíe. Por eso don Quijote prosigue, incansable, su búsqueda de alegría y nosotros, sus paisanos, lo leemos en el tiempo libre que nos dejan nuestras rutinas.
La alegría, sin embargo, se encuentra, pero está en la escritura de Cervantes y brilla, incluso, en el tristísimo capítulo de la quema de los libros de caballería, en el que las llamas se presentan como terapia contra los sueños.
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El café de Ocata
Le confesé hace un par de días a Tono Masoliver, a quien encontré casualmente sentado en la terraza de un bar y, como de costumbre, con un libro entre las manos, la pereza enorme que me daba intentar comprender algunas de las cosas humanas de nuestro tiempo.
Al poco rato recibí un mail suyo en el que decía: "Casualidad de casualidades, todo casualidad. Apenas te has ido he seguido con el Quijote y en el capitulo 22 de la segunda parte leo lo que dice don Quijote: "Hay algunos que se cansan en saber y averiguar cosas que, después de sabidas y averiguadas, no importan un ardite al entendimiento ni a la memoria". ¿Por qué crees que habré leido el Quijote unas 20 veces?"
El caso es que este mail me despertó el deseo de volver a la obra infinita de Cervantes y en ella estoy. No sé los años que hace que la leí por última vez. Quizás diez. Lo que sé, es que esta nueva lectura es una lectura nueva. Ahora no veo en don Quijote a un soñador desdichado de quimeras, sino que veo en sus quimeras desdichadas los sueños truncados de una vida, todo aquello que pudimos haber sido, según lo planeaban nuestros confiados sueños, y ahora sabemos que nunca será y que si fue, fue torcido. El Quijote es la historia de esa triste búsqueda de alegría que es la vida.
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20:25
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El café de Ocata
Acabo de leer un "estudio" de una importante institución pedagógica, cuyo nombre tengo intención de olvidar inmediatamente, sobre los aprendizajes telemáticos durante el confinamiento. Como suele ocurrir, la neolengua utilizada no defrauda, pero aunque merecería la pena detenerse en sus sofistiquerías, lo que me ha llamado la atención es un párrafo que he necesitado leer un par de veces para convencerme de que decía exactamente lo que parecía querer decir.
Los autores han tenido la muy loable intención de comparar las diferencias significativas de resultados entre "los docentes que se reconocen con un enfoque basado en contenidos y los que lo hacen con enfoque basado en competencias". Todos estamos, creo yo, de acuerdo en la necesidad de una comparación rigurosa de sus resultados, así que he continuado leyendo con toda atención hasta que me he dado cuenta de que la comparación estaba basada en las apreciaciones subjetivas de los profesores, lo cual deja en no muy buen lugar la pretensión de encontrar "diferencias significativas de resultados", pero lo relamente bueno viene después.
"Los docentes que manifiestan situarse en un modelo curricular basado en competencias [...] señalan que trabajan significativamente más [que los docentes que se sitúan en un modelo currícular basado en el contenido] en todos los casos, salvo en uno en el que significativamente trabajan menos: la corrección de tareas".
Aquí conviene relajarse y tomar aliento. ¿Cómo saldrán de aquí los redactores del informe? ¡Pues a la torera! Esto es lo que añaden: "Este dato resulta coherente con el principio de que en el enfoque competencial se le da más importancia a la evaluación de aprendizajes que a la mera corrección de tareas."
Es decir que, si lo entiendo bien, se puede evaluar la competencia de un alumno sin evaluar sus tareas. ¡Demonios! ¿A qué están esperando todos los profesores del mundo para "situarse en un modelo curricular basado en competencias"? ¿Es que son masoquistas?
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18:30
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El café de Ocata
Como los deberes son malísimos y en el verano no hay que hacer cosas malísimas, el Departament d'Educació de la Generalitat de Catalunya, tras llegar a la conclusión de que "el periodo de confinamiento no ha sido un tiempo perdido, sino un tiempo diferente", propone a los profesores que confeccionen un "plan personalizado de verano" para cada alumno que, además de estar adaptado "a las características y necesidades" de cada uno debe ser consensuado con él.
"El plan de verano" debera "incidir en los ámbitos competenciales; especialmente en los de carácter transversal (competencia comunicativa; aprender a aprender; autonomía, iniciativa personal y emprendimiento..." y se resalta que "es especialmente interesante incluir en el plan propuestas del ámbito artístico y de la comunicación que permitan expresar las emociones". Por supuesto, el plan "debe promover aprendizajes significativos y funcionales y no debe proponer deberes o tareas rutinarias descontextualizados de la realidad".
Esto, por supuestoo no son deberes, sino una propuesta que tiene en cuenta "la opinión, los intereses, las motivaciones y las curiosidades" del alumno. "Ha de ilusionar y motivar" y no debe sentirse como una continuación de las tareas escolares.
Yo solo me pregunto una cosa: ¿saben en el Departament d'Educació de la Generalitat de Catalunya lo que es una escuela?
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El café de Ocata
Leyendo a Thomas Nagel me encuentro con una idea que, a pesar de ser políticamente evidente, nos cuesta aceptar: "No basta que la injusticia de una práctica o lo equivocado de una política se evidencie de manera palmaria. La gente debe estar lista para escuchar, y eso no lo determinan los argumentos".
El poder de los argumentos en política sólo es real cuando hay la suficiente gente dispuesta a escucharlos. Pero la predisposición a la escucha no es algo que pueda proporcionar la lógica. La lógica, al contrario, es ese discurso que tiene sentido cuando hay personas dispuestas a escuchar.
¿Y qué es lo que altera la predisposición?