Este Manuel no deja de sorprenderme. Cuando menos lo espero, en medio de la conversación más banal o la circunstancia más cotidiana, siempre a contrapié y desprevenido, va y me suelta una barbaridad que me deja temblando y sin saber qué decir ni responder. El otro día, hablando de la adolescencia y su búsqueda de la propia identidad cuando se quiebra la de la infancia y los adultos no son ya modelo de nada, me suelta una andanada de las suyas:
-Mira, no hay razón para tanta búsqueda, ni tanto no sé quién soy ni tanta gaita. Uno es aquello que aún tienen de vivo los muertos y se acabó. Si te gusta, bien, y si no, da igual.
-Pero Manuel, no te entiendo. Además ¿cómo le digo yo eso a un chaval en clase? Los muertos están muertos y los vivos, pues vivos...
-¿Me vas a decir de verdad, así sin más, que los vivos están vivos? ¿Pero te has fijado en la cara de la gente en el metro por la mañana? ¿Y en la tuya? Hay muertos más vivos que algunos de ésos, así que nada, nada, no me vengas con historias.
-Oye amigo, que tú no te libras.
-Ya lo sé, pero por lo menos no confundo a los unos con los otros. ¿Que los muertos se nos han ido? Digamos que sí. Pero han dejado algo de sí mismos capaz de sentir, pensar, desear, esperar, buscar, disfrutar, imaginar, respirar, vivir. Y eso eres tú.