En los días previos a la celebración de la Navidad y el Fin de Año escucho a muchas personas, normalmente mayores, contar lo rápido que pasa el tiempo. Hace nada, dicen, estaban celebrando la pasada Navidad y de repente ya está aquí de nuevo. Otra vez los turrones, los polvorones, las campanadas, las uvas. Hace nada, recuerdan, éramos niños cantando villancicos y jugando alrededor del Belén y ahora... Con sorpresa, con resignación o con ambas cosas, sus miradas y sus palabras reconocen cómo, sin apenas darnos cuenta, el tiempo pasa.
Y tienen razón, desde luego. El tiempo pasa. Pero lo que no cuentan esas historias es que, además de pasar, el tiempo también queda, así que unamos a sus historias sobre el pasar del tiempo la nuestra sobre su quedar. Para poder hacerlo, hemos de preguntarnos a qué se refiere la expresión “el tiempo pasa”. ¿Qué queremos decir con ella?
Decimos “el tiempo pasa” cuando sentimos una diferencia entre aquel que somos y aquel que hemos sido. Esa diferencia la siente el joven al descubrirse un día distinto del niño que fue, o el adulto al volver la mirada sobre su juventud y no verla ya coincidir con su propio rostro, o el anciano al asomarse a ese espacio abierto entre él mismo y su madurez.
Ahora bien, sólo podemos sentir una diferencia entre aquel que somos y aquel que hemos sido si aquel que hemos sido aún es algo y no nada. Si con el pasar del tiempo aquel que fuimos dejase de ser y se aniquilara ¿cómo podríamos sentir una diferencia con él? Y sin embargo la sentimos. Por lo tanto, aquel que fuimos no se ha vuelto nada por pasar: queda. El tiempo pasa y queda, porque para sentir su paso, el pasado ha de quedar.
Pero si es así ¿dónde está? ¿Dónde encontrar ese pasado insistente del que pocos nos hablan y muchos creen irremediablemente perdido? No es necesario ir a buscarlo porque nunca se perdió. Esta ahí mismo, prendido en el sentir.
Por lo tanto, nada de melancolías por el paso del tiempo, sino más bien serenidad. Y para disfrutarla, basta sentir el paso del tiempo. Sentir cómo se distingue de sí mismo y, en el mismo proceso, cómo se reúne consigo. Sentir cómo no cesa de irse y de volver, de despedirse y de regresar, siendo la diferencia incesante de su pasar el lugar de cita para todas las cosas.
¿No es todo esto una buena razón para celebrar el paso del tiempo? Su celebración tiene sentido porque el tiempo no pasa sin quedar.
Y una vez contada nuestra historia , sólo nos queda decir: ¡feliz despedida del viejo año y entrada en el nuevo!