Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El diario. es Extremadura
Cuando entré en el colegio electoral la mesa estaba ocupada, de manera informal, por apoderados del PP y del PSOE. Estaban de cháchara y hablaban del caso de un apoderado de Podemos que les llegó en las pasadas elecciones, maleducado, “dándoselas de listo”, y sin acreditación. Esta vez, por lo que se ve, no había venido ninguno. El presidente de la mesa, colocado junto a la urna, acabó la conversación con un grave: “¡mejor!”. Voté y salí del colegio con la clara impresión de que el podemismoera, al menos aquí, y en muchos pueblos como este (que es de lo más normalito), casi cosa de extraterrestres.
Por la tarde, sentado en un velador y leyendo los datos, ya casi definitivos, del escrutinio, escuchaba los comentarios de la gente (gente del “pueblo” desde todos los puntos de vista). La mayoría hablaba de sus cosas. Una mesa llena de jóvenes comentaba los últimos resultados del fútbol. Una chica se quejaba de lo que había cobrado por estar en la mesa electoral. En algún momento uno de aquellos jóvenes contó riendo el susto que había pasado: “Pues no va y me dice – refiriéndose al bromista – que habían ganado los de Podemos. ¡Se me paró el corazón!”... Luego recordé los mensajes de una de mis sobrinas adolescentes en el wasap familiar: “Cómo votéis al coletas os retiro la palabra. ¡¡Quiere cerrar mi colegio (un colegio concertado de curas) !! ¡¡Y eso sí que no!! – clamaba con desesperación – ”....
Es cierto que las elecciones las ha ganado el miedo (o lo que otros llamarían, legítimamente, “prudencia”). La astuta estrategia de polarizar las opciones (o PP o Podemos) ha funcionado como nunca. ¿Cuántas personas de mi pueblo (o cuantos ciudadanos, en general) podrían imaginarse, seriamente, a Iglesias como presidente? Una cosa es que le votaran para castigar a otros, o para desfibrilar al PSOE, y otra auparlo a presidente del gobierno (cosa que, en su imaginación, podría haber pasado de darse el más que seguro sorpassosobre Sánchez, tal como auguraban unas encuestas que han perjudicado, más que beneficiado, a Podemos). El PP está podrido por la corrupción, todo el mundo lo huele, pero “más vale que me roben a que me arruinen”, dicen en mi pueblo.
Así piensa la gente. La de verdad. Y, tras la gente, todo el poder de los medios de comunicación. Y las mentiras repetidas y amplificadas por esos mismos medios. Y el dinero que ha financiado todo eso. Y los que tienen ese dinero. Podemos no lo tenía y no ha podido responder a la propaganda en contra con la misma fuerza y persistencia que los demás. Son los medios, más que el mensaje, lo que ha fallado a Podemos. Baile ideológico en campaña electoral lo tienen todos los partidos, mala imagen del líder casi todos también (¡menos el que más escaños ha perdido!), el mensaje moderado de Iglesias era el adecuado, aunque sin la amplificación mediática (que estaba supeditada a sus cualidades de showman) quedó demasiado apagado. Todo eso no explica el fracaso con respecto al 20D.
Un factor decisivo, por el contrario, ha sido la guerra entre PSOE y Podemos, la mejor arma electoral, con diferencia, del PP. Por cierto que, con ciento treinta y siete escaños en la mano de Rajoy, Sánchez ya puede respirar tranquilo: no tendrá que responder a la pregunta nunca más veces ni más descaradamente evitada: la de si iba a apoyar al PP o a Podemos.
Pero inexperiencia, descrédito en los temas importantes (como la economía), acoso y ninguneo por parte de casi todos los medios de comunicación, y el desgaste (mutuo) en la pelea con el PSOE, no son las únicas causas de los decepcionantes resultados de Podemos. Hay otra, que entronca con la imagen del principio. Creo que buena parte de los dirigentes y las bases de Podemos no han entendido, aún, lo que Podemos quiere ser. Muchos podemitas y afines se habían creído, ingenuamente, que el “pueblo” (el “pueblo” de mi pueblo y, por lo que se ve, también de las ciudades) se había vuelto de golpe de izquierdas: todos a favor de una economía social, del ecologismo o del laicismo militante. Tengo la impresión de que muchos han confundido su particular burbuja (la de las redes de la izquierda de toda la vida) con la descarnada realidad.
Y he ahí el error. Podemos ha dado a la izquierda (por vez primera y en tiempo récord) un poder que jamás ha tenido. Y ha sido gracias al populismo que, de forma tácita y táctica, practicó desde el principio. Un populismo en el mejor de los sentidos: pedagógico, incluyente, transversal. Ese populismo ha sido la marca diferencial de Podemos. Y cuando no funciona bien convierte a los podemitas en extraterrestres. A los de mi pueblo hay que explicarles, muy clarito, qué van a sacar de bueno con todo esto de la regeneración democrática. Y no decirles, de sopetón, cosas como que se les acaban los toros, o que les cierran el colegio concertado de toda la vida. Para esto último hace falta educación y tiempo, y una dosis enorme de diálogo y respeto, algo que no siempre tiene la izquierda tradicional muy claro.
Si Podemos quiere tener futuro político – y no estancarse como una versión actualizada de IU – ha de persistir en su dominio del marketing político, demostrar experiencia de gobierno, inspirar más confianza pero, sobre todo, ha de profundizar en la transversalidad de los comienzos, dejando de lado los más intolerantes y sectarios tics que tenemos en la izquierda. Empezando por esa pobre percepción (exhibida hasta la nausea durante estas horas) de que “nuestra gente”, con su buen rollo alternativo, es la pera limonera, y el pueblo (ese al que cantamos en nuestras canciones – pero que poco tienen que ver, por cierto, con las suyas – ) no más que una suma de pobres ignorantes manipulados – cuando no unos egoístas sin remedio –. ¡Mira que no votarnos, los muy desgraciados!