Con el piropo irrespetuoso el varón exhibe, de nuevo, su rol de protector (la mujer a la que se piropea es justo la que va sin «protección» masculina), reivindica su dominio del espacio público (la calle, el lugar de trabajo, allí donde la mujer, fuera de su «lugar natural» --el hogar--, se ofrece a la «caza»), y se apresta a revalidar, casi siempre delante de otros machos, su virilidad u hombría. Pocas cosas hay más ajenas a una relación respetuosa entre seres humanos que esa costumbre, típica de hombres jóvenes, de acosar en manada. ¿Qué se puede esperar tras semejante rito de iniciación?... De esto trata nuestra última colaboración en
El Periódico Extremadura