La tragedia y la comedia clásicas fueron, respectivamente, la más clara manifestación imaginativa y emotiva del espíritu reflexivo y la actitud crítica que caracterizó a los antiguos griegos y que hemos heredado los europeos. El teatro cumplía, por demás, una función educativa decisiva en el mundo helénico. Esto no ocurrió hasta comienzos de la época clásica, cuando el teatro dejó de ser un ritual religioso –un monólogo sagrado– para tornarse en un evento cívico, un diálogo en que los ciudadanos podían, imaginaria y emotivamente, participar. El teatro enseñaba al público-pueblo a dialogar sobre dilemas morales o políticos y a afrontar los problemas existenciales que constituyen el germen de lo trágico: el conflicto entre lo universal y lo particular, entre el deber y la felicidad, entre la sociedad y el individuo... Los ciudadanos escenificaban frente al coro y a sí mismos, como en un espejo, la versión sublime y estética de la polémica que les ocupaba en la Asamblea, en el Foro, en la Academia o en sus propias vidas. Sobre todo esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo
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