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Marc Augé |
El genio de la especie humana es,sin embargo, prodigioso. Alguien dijo de ella que sólo se plantea aquellosproblemas que es capaz de resolver. Y alguien más dijo también que, cuando unproblema no puede resolverse, entonces deja de ser un problema. Y que la manerade quitarse de encima los problemas irresolubles no consiste en desfallecerluchando por resolverlos, sino más simplemente en
disolverlos. “Nuncafue tan hermosa la basura”... No sé a quién se le ocurrió primero la idea, perofue una ocurrencia verdaderamente ingeniosa. Y, como todas las grandesinvenciones, una vez hallada parece extremadamente simple, y consiste en losiguiente: ¿y si lo que llamamos
basura no lo fuera en realidad?Entonces no tendríamos que preocuparnos porque nos devorase, no nos sentiríamosasfixiados por los desperdicios si dejásemos de experimentarlos comodesperdicios y los viviéramos como un nuevo
paisaje urbano.
Antes me he referido a la noción, forjada por
MarcAugé, de
no-lugar (el lugar de lo que no está en su lugar), comoconcepto antropológico definidor de la sobremodernidad. Pero si unimos esteconcepto a nuestra reflexión anterior, en el cual la basura aparece como “loque no está en su lugar”, vemos con claridad que podríamos llamarlo, menoseufemísticamente,
lugar-basura. Se comprende bien cómo un etnólogo delSiglo XXI ha llegado a elaborar esta figura: es fácil imaginar que la vida deun antropólogo contemporáneo consiste, entre otras cosas, en viajar desde elmundo posindustrial a parajes lejanos para realizar estudios de campo yentrevistas sobre el terreno. En estos desplazamientos, el científico se muevedesde un lugar que sin duda es su localidad de residencia y que, por tanto,está marcado con todas las señales positivas del término
lugar (esacogedor, habitable, conocido, susceptible de ser recorrido con familiaridad),hacia otros territorios que, a menudo, no son menos
lugares que elorigen de su viaje, aunque le sean extraños e incluso, en ocasiones, hostiles oal menos arriesgados para el urbanita europeo; también esos sitios acogen a suspoblaciones, son habitados por gentes que los recorren con familiaridad y quese sienten en ellos en su casa. El antropólogo puede percibir que aquellos“otros lugares” no son
su lugar, puede sentirse extranjero en ellos yhasta temer por su seguridad, o puede llegar a ser acogido y a experimentar latranquilidad de encontrarse en tales rincones como en una segunda casa, comoquien acude de visita a un paisaje en el que sabe que será bien recibido; pero,ya sea que se den alguna de estas dos situaciones extremas o cualesquiera delas ilimitadas posibilidades intermedias, en sus viajes habrá de pasar pormuchas zonas de tránsito, no solamente en el sentido físico (salas de espera,aeropuertos, estaciones de tren y de autobús, antesalas de despachos oficiales,vehículos de transporte, hoteles, etc.) sino también en el social y cultural(tierras de nadie y distritos abandonados, comarcas rurales en decadencia,suburbios pre-industriales, chabolas periféricas, extrarradios en ruinas ocampamentos de refugiados, por ejemplo), espacios que no están hechos pararesidir en ellos sino únicamente para ser ocupados provisionalmente, para seratravesados o para facilitar el paso de un lugar a otro. En este punto, nopodrá dejar de notar el contraste entre los
lugares (ya sean acogedoreso inquietantes) y los
no-lugares (ya sean hostiles o deprimentes, comolos territorios fronterizos en donde bandas o tribus rivales mantienen unaguerra más o menos larvada por el control de actividades a menudo ilegales oparalegales, o relativamente cómodos para el visitante europeo, como lascadenas de hoteles occidentales o las franquicias internacionales de los restaurantesde comida rápida de estilo estadounidense situados en regiones empobrecidas delllamado “tercer mundo”). Y, en cierto modo, si los viajes del sociólogo seprolongan durante un tiempo suficiente en época de globalización, tendráforzosamente que observar, al menos con curiosidad y seguramente conpreocupación, el modo en que los no-lugares, concebidos en principio como meros“vacíos” entre lugares determinados, van extendiendo su dominio y avanzando ensu ocupación de territorios físicos, sociales y culturales, hasta el punto decompetir en magnitud e importancia con los lugares propiamente dichos —y aveces de triunfar indiscutiblemente sobre estos últimos— y, en todo caso, hastacomenzar a difuminar molestamente la distinción, otrora tan nítida, entre lugary no-lugar y, por tanto y lo que quizá es más relevante, entre lo(s) quetiene(n) lugar y lo(s) que no lo tiene(n). Como si se tratase de un “efectosecundario” o de un “retorno de lo reprimido” de la colonización mediante lacual Europa convirtió muchos lugares de su periferia en no-lugaresinhabitables, ahora el paseante europeo recorre la ciudad temeroso de que laperiferia de los no-lugares (que ya no está en el extrarradio de Europa, sinoel de las ciudades europeas), invada y destruya su propio lugar.
José Luis Pardo,
Nunca fue tan hermosa la basura, Revista Observaciones filosóficas, nº 12, 2011