Cuenta
Platón en el
Timeo que llegado Solón ("el más sabio de entre los siete sabios") a Egipto, un sacerdote ya anciano le da cuenta del secreto en el que reside la supremacía de su país sobre el de los griegos, amenazados sin embargo como ambos están por inevitables catástrofes cíclicas que anulan la vida civilizada. Pues hay una diferencia en la modalidad que adopta la catástrofe en uno y otro lugar, y esta diferencia tiene enormes consecuencias.
La catástrofe no tiene la misma gravedad cuando la provoca el fuego o cuando la provoca el agua, pues solo en el caso del fuego la destrucción es total. Pero aun tratándose de la calamidad producida por las aguas, todo depende de estas descienden torrencialmente o, como en Egipto, se trata del desbordar de un gran río. Pues entonces, en la llanura misma, aunque desaparecen las plantas, los animales y el hombre, se salvan los templos y sus inscripciones conservadoras de la memoria colectiva. Y así cuando las aguas descienden, los supervivientes en las cimas montañosas, al bajar a la llanura reencuentran en las paredes de tempos los cimientos de su civilización, la cual hubiera sido mucho más difícil restaurar en base al contingente recuerdo subjetivo.
Así pues, mientras la catástrofe en forma de desbordamiento del Nilo salva a Egipto, la ausencia en Grecia de esta forma relativamente menor de la destrucción cíclica, hace que sus habitantes estén a intervalos condenados a empezar a cero: "Solón, Solón eternos niños soy los griegos... Ninguna arcaica tradición oral ha podido inculcar en vuestras almas opinión fundada ni ciencia emblanquecida por el tiempo" son las palabras que dirige a Solón el sacerdote.
El mito de las catástrofes cósmicas parece ser una suerte de constante antropológica que reviste los más variados aspectos. No todos los relatos presentan la catástrofe como teniendo carácter cíclico, y cuando así es, no siempre se le atribuyen las mismas radicales consecuencias, pues aun en el mayor de los diluvios, cubriendo el agua incluso las cumbres de la montañas, sobrevivir es posible a condición de que entre las especies amenazadas se encuentre la que dispone de capacidad de razonar y de técnica.
"Aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas del cielo fueron abiertas, y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta día y cuarenta noches". El diluvio, que abolía la diferencia entre el desierto y sus oasis, hubiera hecho desaparecer toda vida reconocible si Noé, inspirado por su dios y al precio de ser considerado loco, no hubiera construido pacientemente a lo largo de 120 años su arca en el desierto y dado cobijo en ella a representantes de especies animales. Noé es en este caso un símbolo del hombre como paciente y laborioso technités, animal marcado por la técnica, de la cual depende la pervivencia de una naturaleza vivificada por especies animales. No será ocioso detenerse con cierto detalle en este aspecto.
Víctor Gómez Pin,
Tras la catástrofe (1): memoria y renacimiento, El Boomeran(g), 15/01/2012: