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Paul K. Feyerabend |
El siguiente ensayo ha sido escrito desde la convicción de que el anarquismo -que no es, quizá, la filosofia política más atractiva- puede procurar, sin duda, una base excelente a la epistemología y a la filosofía de la ciencia.
No es dificil demostrar por qué. «La historia en general, y la historia de las revoluciones en particular, es siempre más rica en contenido, más variada, más multilateral, más viva y sutil de lo que incluso el mejor historiador y el mejor metodólogo pueden imaginar.» [1] «Accidentes y coyunturas, y curiosas yuxtaposiciones de eventos» [2] son la sustancia misma de la historia, y la «complejidad del cambio humano y el carácter impredictible de las últimas consecuencias de cualquier acto o decisión de los hombres» [3], su rasgo más sobresaliente. ¿Vamos a creer verdaderamente que un racimo de simples e ingenuas reglas sea capaz de explicar tal «red de interacciones»? [4] ¿Y no está claro que una persona que participa en un proceso complejo de esta clase tendrá éxito sólo si es un oportunista sin contemplaciones y si es capaz de cambiar rápidamente de un método a otro?
Ésta es en verdad la lección que han sacado inteligentes y cuidadosos observadores. «De este [carácter del proceso histórico]», escribe
Lenin, continuando el pasaje acabado de citar, «se siguen dos importantes conclusiones prácticas: primera, que, para llevar a cabo su tarea, la clase revolucionaria [es decir, la clase de aquellos que quieren cambiar o una parte de la sociedad, tal como la ciencia, o la sociedad como un todo] debe ser capaz de dominar todas las formas y aspectos de la actividad social [debe ser capaz de entender y aplicar no sólo una metodología en particular, sino cualquier metodología y variación de ella que pueda imaginar], sin excepción; segunda, [la clase revolucionaria] debe estar preparada para pasar de una a otra de la manera más rápida e inesperada.»[5] «Las condiciones externas -escribe
Einstein-, que se manifiestan por medio de los hechos experimentales, no le permiten [al científico] ser demasiado estricto en la construcción de su mundo conceptual mediante la adhesión a un sistema epistemológico. Por eso tiene que aparecer ante el epistemólogo sistemático como un oportunista poco escrupuloso [...].» [6]
La diferencia entre teoría espistemológica (política, teológica) y práctica científica (política, religiosa) que emerge de estas citas se formula usualmente como una diferencia entre reglas o estándares «ciertos e infalibles» (o, en cualquier caso, claros, sistemáticos y objetivos) y «nuestras falibles e inciertas facultades que parten de aquéllos y caen en el error». [7] La ciencia como debería ser, ciencia del tercer mundo [8], está de acuerdo con las reglas que acaban de ser denunciadas como peligrosas. La ciencia como realmente la encontramos en la historia es una combinación de tales reglas y de error. De lo que se sigue que el científico que trabaja en una situación histórica particular debe aprender a reconocer el error y a convivir con él, teniendo siempre presente que él mismo está sujeto a añadir nuevos errores en cualquier etapa de la investigación. Necesita una teoría del error que añadir a las reglas «ciertas e infalibles» que definen la «aproximación a la verdad».
Ahora bien, el error, por ser expresión de la idiosincrasia de un pensador individual, de un observador individual, e incluso de un instrumento individual de medida, depende de las circunstancias, de los fenómenos o teorías particulares que uno quiere analizar, y se desarrolla según formas altamente inesperadas. El propio error es un fenómeno histórico. Una teoría del error habrá de contener por ello reglas basadas en la experiencia y la práctica, indicaciones útiles, sugerencias heurísticas mejor que leyes generales, y habrá de relacionar estas indicaciones y estas sugerencias con episodios históricos para que se vea en detalle cómo algunas de ellas han llevado al éxito a algunas personas en algunas ocasiones. Desarrollará la imaginación del estudiante sin proveerle de prescripciones y procedimientos ya preparados e inalterables. Habrá de ser más una colección de historias que una teoría propiamente dicha, y deberá contener una buena cantidad de chismorreos sin propósito de los que cada cual pueda elegir aquello que cuadre con sus intenciones. Los buenos libros sobre el arte de reconocer y evitar el error tendrán mucho en común con los buenos libros sobre el arte de cantar, de boxear o de hacer el amor. Tales libros consideran la gran variedad de carácter de dotación vocal (muscular, glandular, emocional), de idiosincrasias personales, y prestan atención al hecho de que cada elemento de esta variedad puede desarrollarse siguiendo las más inesperadas direcciones (la voz de una mujer puede florecer después de su primer aborto). Contienen numerosas reglas basadas en la experiencia y la páctica, indicaciones útiles, y dejan al lector elegir lo que se ajusta a su caso. Está claro que el lector no será capaz de hacer la elección correcta salvo que tenga ya algún conocimiento en materias vocales (musculares, emocionales), y este conocimiento únicamente puede adquirirse empezando a trabajar con fuerza en el proceso de aprendizaje y esperando lo mejor. En el caso del canto debe empezar utilizando sus órganos, garganta, cerebro, diafragma, posaderas, antes de saber realmente cómo usarlos, y debe aprender de sus reacciones el modo de aprender que le es más apropiado. Y esto es cierto de todo aprendizaje: al elegir una determinada vía, el estudiante, o el científico maduro», crea una situación desconocida hasta entonces para él de la cual debe aprender cómo aproximarse lo mejor posible a situaciones de este tipo. Lo cual no vendrá a ser tan paradójico como parece siempre que mantengamos abiertas nuestras opciones y siempre que rehusemos sentirnos cómodos con un método particular, que incluya un conjunto particular de reglas, sin haber examinado las alternativas. «Que la gente se emancipe por sí misma», dice Bakunin, «y que se instruyan a sí mismos por su propia voluntad».[9] En el caso de la ciencia, el tacto necesario sólo puede desarrollarse mediante una participación directa (donde «participación» significa cosas diferentes para diferentes individuos), o, si tal participación directa no puede lograrse, o no parece deseable, ese tacto puede desarrollarse partiendo del estudio de los pasados episodios de la historia del tema. Teniendo en cuenta su grande y difícil complejidad, estos episodios deben ser abordados con el cariño de un novelista por los caracteres y por el detalle, o con el gusto del chismoso por el escándalo y las sorpresas; deben ser abordados con una visión profunda de la función positiva tanto de la fuerza como de la debilidad, de la inteligencia como de la estupidez, del amor a la verdad como de la voluntad de engañar, de la modestia como del orgullo, más que con los crudos y risiblemente inadecuados instrumentos del lógico. Pues nadie puede decir en términos abstractos, sin prestar atención a idiosincrasias de persona y circunstancia, qué es lo que precisamente condujo al progreso en el pasado, y nadie puede decir qué intentos tendrán éxito en el futuro.
Por supuesto que cabe simplificar el medio histórico en el que trabaja un científico con sólo simplificar a sus principales actores. Después de todo, la historia de la ciencia no sólo consiste en hechos y en conclusiones extraídas de ellos. Se compone también de ideas, interpretaciones de hechos, problemas creados por un conflicto de interpretaciones, acciones de científicos, etc. En un análisis más ajustado encontramos incluso que no hay «hechos desnudos» en absoluto, sino que los hechos que entran en nuestro conocimiento se ven ya de un cierto modo y son por ello esencialmente teóricos. Siendo esto así, la historia de la ciencia será tan compleja, tan caótica, tan llena de error y tan divertida como las ideas que contenga, y estas ideas serán a su vez tan complejas, tan caóticas, tan llenas de error y tan divertidas como lo son las mentes de quienes las inventaron. Recíprocamente, un ligero lavado de cerebro conseguirá hacer la historia de la ciencia más simple, más uniforme, más monótona, más «objetiva» y más accesible al tratamiento por reglas «ciertas e infalibles»: una teoría de errores es superflua cuando se trata de científicos bien entrenados que viven esclavizados por un amo llamado «consciencia profesional» y luego han sido convencidos de que alcanzar, y luego conservar para siempre, la propia «integridad profesional» es algo bueno y que a la postre también recompensa. [10]
Tal y como hoy se conoce, la educación científica tiene este propósito, que consiste en llevar a cabo una simplificación racionalista del proceso «ciencia» mediante una simplificación de los que participan en ella. Para ello se procede del siguiente modo. Primeramente, se define un dominio de investigación. A continuación, el dominio se separa del resto de la historia (la física, por ejemplo, se separa de la metafísica y de la teología) y recibe una «lógica» propia.[11] Después, un entrenamiento completo en esa lógica condiciona a aquellos que trabajan en el dominio en cuestión para que no puedan enturbiar involuntariamente la pureza (léase la esterilidad) que se ha conseguido. En el entrenamiento, una parte esencial es la inhibición de las intuiciones que pudieran llevar a hacer borrosas las fronteras. La religión de una persona, por ejemplo, o su metafisica o su sentido del humor no deben tener el más ligero contacto con su actividad científica. Su imaginación queda restringida [12] e incluso su lenguaje deja de ser el que le es propio. [13]
Es obvio que tal educación, tal compartimentación, tanto de los dominios del conocimiento como de la consciencia, no puede reconciliarse fácilmente con una actitud humanitaria. Entra en conflicto «con el cultivo de la individualidad, que [es lo único que] produce o puede producir seres humanos adecuadamente desarrollados»; [14] «comprime, como el pie de una dama china, cada parte de la naturaleza humana que descuella sobre las otras y tiene la tendencia a hacer a la persona marcadamente distinta en líneas generales» [15] del ideal de racionalidad que está de moda entre los metodólogos.
Ahora bien, es precisamente este ideal el que encuentra su expresión bien en «reglas ciertas e infalibles», bien en estándares que separan lo que es correcto o racional o razonable u «objetivo», de lo que es incorrecto o irracional o irrazonable o «subjetivo». Abandonar el ideal como indigno de un hombre libre significa abandonar los estándares y confiar enteramente en las teorías del error. Pero entonces estas teorías, estas sugerencias, estas reglas basadas en la experiencia y la práctica, han de recibir un nombre nuevo. Sin estándares de verdad y racionalidad universalmente obligatorios no podemos seguir hablando de error universal. Podemos hablar solamente de lo que parece o no parece apropiado cuando se considera desde un punto de vista particular y restringido; visiones diferentes, temperamentos y actitudes diferentes darán lugar a juicios y métodos de acercamiento diferentes. Semejante epistemología anarquista -pues en esto es en lo que se resuelve nuestra teoría del error- no sólo resulta preferible para mejorar el conocimiento o entender la historia. También para un hombre libre resulta más apropiado el uso de esta epistemología que el de sus rigurosas y «científicas» alternativas.
No hay necesariamente que temer que nos veamos conducidos al caos por la menor atención a la ley y el orden en la ciencia y la sociedad que conlleva la utilización de filosofías anarquistas. El sistema nervioso humano está demasiado bien organizado para eso. [16] Puede llegar, desde luego, una época en la que sea necesario dar a la razón una ventaja temporal y en la que sea prudente defender sus reglas con exclusión de cualquier otra cosa. Pero no pienso que la nuestra sea una época de este tipo.
Cuando vemos que hemos llegado a la más grande extensión del [entendimiento] humano, quedamos satisfechos. HUME [17]
Cuanto más sólido, bien definido y espléndido es el edificio erigido por el entendimiento, más imperioso es el deseo de la vida... por escapar de él hacia la libertad. [Al mostrarse como] la razón este edificio es negativo y dialéctico, porque reduce a la nada las detalladas determinaciones del entendimiento. HEGEL [18]
Aunque la ciencia es latosa considerada en su conjunto, todavía podemos aprender de ella. BENN [19]
Notas:1.
V. I. Lenin, «Left Wing» Communism, and Infantile Disorder, Pekín, Ediciones en lenguas extranjeras, 1965, p. 100. (Hay trad. castellana con el titulo de «El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo», Buenos Aires, Cartago, 1965, tomo VI de las Obras Escogidas de Lenin.) El libro se publicó primero en 1919 con el propósito de criticar a ciertos elementos puritanos del comunismo alemán. Lenin habla de partidos y de vanguardia revolucionaria y no de científicos y metodólogos. La lección es, no obstante, la misma. Regresar
2.
H. Butterfield, The Whig Interpretation of History, Nueva York, Norton,1965, p. 66.
3. Ibíd, p. 21.
4. Ibíd, p. 25.
5.
Lenin, «Left Wing» Communism, p.100. Es interesante ver cómo una pocas sustituciones pueden transformar una lección política en una lección para la metodología que, después de todo, es parte del proceso mediante el cual nos movemos de una etapa histórica a otra. Vemos también cómo un individuo que no está intimidado por las barreras tradicionales puede dar un consejo útil a todos, filósofos de la ciencia incluidos. Cf. notas 27 y 33, 35 y 38.
6.
P. A. Schilpp, ed., Albert Einstein, Philosopher-Scientist, Evanston, Ill., Tudor,1948, p. 683.
7.
D. Hume, A Treatise o f Human Nature, Oxford, Oxford University Press,1888, p.180.
8.
Popper y sus seguidores distinguen entre el proceso sociopsicológico de la ciencia donde los errores abundan y las reglas se infringen constantemente y un «tercer mundo» donde el conocimiento cambia de manera racional y sin interferirse con la «psicología de masas», según la expresión del propio Lakatos. Para más detalles y un esbozo de crítica de este platonismo de pobre véase el texto correspondiente a la nota 194.
9.
E. H. Carr, Michael Bakunin, Londres, Macmillan, 1937, pp. 8-9.
10. De este modo la presión externa es reemplazada por la mala conciencia, y la libertad permanece restringida como antes.
Marx describe un desarrollo similar en el caso de Lutero con las siguientes palabras: «[ ...] Lutero elimina la religiosidad externa y hace de la religiosidad la esencia interna del hombre [...], se niega a aceptar al airado párroco separado del laico, porque pone un párroco en el propio corazón del laico (Nationaloekonomie und Philosophie, citado de Marx, Die Frühschri f ten, ed. S. Landshut, Stuttgart, Kroner, 1953, p. 228. (Hay trad. cast.)
Cualquier resto de irracionalidad en la historia es suprimido por el modo cuasi-histórico y verdaderamente bastante mitológico en el que los científicos describen la génesis de sus descubrimientos, o de los descubrimientos de otros. «[ ...] La historia está completamente subordinada a las necesidades del presente, y en verdad sólo sobrevive en tanto y en la forma en que sirve a las necesidades presentes. Entre las necesidades presentes, sin embargo, la propagación de lo que se piensa que es bueno para la ciencia es la más importante. De aquí que la historia sea sustituida por mitos «que tienen que estar en consonancia con lo que [se piensa que] es bueno para la física, y tienen que ser internamente consistentes (Paul Forman, «The Discovery of the Difraction of X-rays by Crystals: A Critique of the Myths», Archive for the History o f the Exact Sciences, 6 (1969, pp. 68-69). El trabajo de Forman presenta un ejemplo interesante que ilustra esta afirmación. Otro ejemplo es el de los mitos inventados para explicar el origen de la teoría especial de la relatividad. Puede verse una excelente descripción con abundantes fuentes en G. Holton, «Einstein, Michelson, and the "Crucial" Experiment», Isis, 60 (1969),133-197.
11. «Esta preponderancia única de la lógica interna de una materia sobre las influencias externas no [...] se encuentra al comienzo de la ciencia moderna» (H. Blumenberg, Die Kopernikanische Wende, Frankfurt, Shurkamp,1965, p. 8).
12. «Nada es más peligroso para la razón que los vuelos de la imaginación...» (
Hume, A Treatise o f Human Nature, p. 267).
13. Un especialista es un hombre o una mujer que ha decidido conseguir preeminencia en un campo estrecho a expensas de un desarrollo equilibrado. Ha decidido someterse a sí mismo a estándares que le restringen de muchas maneras, incluidos su estilo al escribir y su manera de hablar, y que se siente dispuesto a vivir lo más en concordancia que pueda con estos estándares mientras esté despierto (siendo esto así, es probable que también sus sueños estén gobernados por estos estándares). No es que sea opuesto a aventurarse ocasionalmente en campos diferentes, a escuchar la música de moda, a adoptar vestimentas de moda (aunque el traje de negocio parece ser su uniforme favorito, en este país y en los otros) o a seducir a sus estudiantes. Sin embargo, estas actividades son aberraciones de su vida privada; no tienen relación alguna con lo que está haciendo como experto. La afición por Mozart, o por Hair, no hará más melodiosa su física ni le dará un mejor ritmo. Ni dará un affaire más colorido a su química.
Esta separación de ámbitos tiene consecuencias muy desafortunadas. No sólo las materias especiales están vacías de los ingredientes que hacen una vida humana hermosa y digna de vivirse, sino que estos ingredientes están también empobrecidos, las emociones se hacen romas y descuidadas, tanto como el pensamiento se hace frío e inhumano. En verdad, las partes privadas de la propia existencia sufren mucho más que lo hace la propia capacidad oficial. Cada aspecto del profesionalismo tiene sus perros guardianes; el más ligero cambio, o amenaza de cambio, se examina; se emiten advertencias, y toda la maquinaria de opresión se pone inmediatamente en movimiento con objeto de restaurar el statu quo. ¿Quién cuida de la calidad de nuestras emociones? ¿Quién vela por aquellas partes de nuestro lenguaje que se supone que mantienen a la gente más unida, que tienen la función de dar confort, comprensión y quizás un poco de crítica personal y de estímulo? No hay encargados de tales cosas. Como resultado, el profesionalismo también sienta plaza en este dominio.
Por citar algunos ejemplos:
En 1610
Galileo da cuenta por primera vez de su invento del telescopio y de las observaciones que hizo con él. Éste fue un acontecimiento científico de primera magnitud, mucho más importante que cualquier cosa que hayamos logrado en nuestro megalomaníaco siglo xx. No sólo se introducía así un muy misterioso instrumento para el mundo de los entendidos (se introdujo para el mundo de los entendidos, porque el ensayo estaba escrito en latín), sino que el instrumento fue dedicado inmediatamente a un uso muy poco común: fue dirigido hacia el cielo; y los resultados, los asombrosos resultados, parecían apoyar de manera clara la nueva teoría que
Copérnico había sugerido unos sesenta años antes, y que estaba todavía muy lejos de ser generalmente aceptada. ¿Cómo introdujo
Galileo su pensamiento? Leamos: «Hace unos diez meses llegó a mis oídos la noticia de que cierto holandés había construido un anteojo por medio del cual los objetos visibles, aunque estuviesen muy distantes del ojo del observador, eran vistos con claridad, como si estuviesen cerca. Varias experiencias se contaban de este efecto verdaderamente notable, a las cuales algunas personas daban crédito, mientras otras se lo negaban. Pocos días después la información me fue confirmada por una carta de un noble francés que residía en París, Jacques Badovère, que hizo que me aplicase concentradamente para averiguar los medios por los cuales poder llegar a inventar un instrumento similar [...]». (citado de Stillman Drake, ed., Discoveries and Opinions of Galileo, Nueva York, Doubleday Anchor Books, 1957, pp. 28-29).
Empezamos con un relato personal, un encantador relato, que nos conduce lentamente a los descubrimientos, y éstos son referidos en la misma forma clara, concreta y llena de colorido: «Hay otra cosa -escribe
Galileo, describiendo la cara de la Luna- que no debo omitir, porque la vi no sin cierta admiración, a saber, que casi en el centro de la Luna hay una cavidad más grande que todas las demás, y de forma perfectamente redonda. La he observado cerca, tanto del primero como del último cuartos, y he intentado representarla tan correctamente como me ha sido posible en la segunda de las figuras de arriba [...]». Citado de Drake, ed., Discoveries and Opinions of Galileo, p. 36. El dibujo de
Galileo atrae la atención de
Kepler, que fue uno de los primeros en leer el ensayo de
Galileo. Y comenta: «No puedo evitar preguntarme acerca del significado de la gran cavidad circular en lo que yo usualmente llamo el ángulo izquierdo de la boca. ¿Es obra de la naturaleza o de una mano adiestrada? Supongamos que hay seres vivos en la Luna (siguiendo los pasos de
Pitágoras y
Plutarco me divertía jugar con esta idea, hace tiempo [...]). Seguramente no es contrario a razón que los habitantes expresen el carácter del lugar en que viven, que tiene montañas y valles mucho más grandes que los de nuestra Tierra. Por consiguiente, dotados de cuerpos muy pesados, también construirán proyectos gigantescos [...]» (citado de
Kepler's Conversations with Galileo's Sidereal Messenger, traducción de Edward Rosen, Nueva York, Johnson Reprint Corporation,1965, pp. 27-28).
«He observado»; «he visto»; «me ha sorprendido»; «no puedo evitar preguntarme»; «me encantó»: así es como uno habla a un amigo o, en cualquier caso, a un ser humano vivo.
El terrible
Newton, que es más que nadie responsable de la plaga de profesionalismo que sufrimos hoy, empieza su primer escrito sobre los colores en un estilo muy similar. «[ ...] Al principio del año 1666 [...] me procuré un prisma triangular de cristal, para emprender con él los celebrados fenómenos de los colores. Y para ello, una vez ensombrecido mi aposento y hecho un pequeño agujero en la ventana para dejar pasar una cantidad conveniente de luz solar, coloqué mi prisma a la entrada de la luz para que pudiera ser refractada hacia la pared opuesta. Constituyó al principio un entretenimiento muy agradable ver los vivos e intensos colores que allí se producían; pero al cabo de un rato me apliqué a considerarlos con más circunspección. Quedé sorprendido al verlos en una forma alargada [...]» (citado de The Correspondence of
Isaac Newton, vol. I, Cambridge, Cambridge University Press,1959, p. 92).
Recuérdese que todos estos relatos son acerca de la naturaleza inanimada, fría, objetiva, «inhumana»; que son acerca de estrellas, prismas, lentes, la Luna, y que sin embargo están escritos de la manera más viva y fascinante, comunicando al lector un interés y una emoción que son los que el descubridor sintió al aventurarse inicialmente en los extraños mundos nuevos.
Comparemos ahora con esto la introducción a un libro reciente, un best seller, Human Sexual Response, cuyos autores son W. H. Masters y V. E. Johnson, Boston, Little, Brown, 1966. He elegido este libro por dos razones. En primer lugar, porque es de interés general. Destierra prejuicios que influyen no sólo en los miembros de alguna profesión, sino en la conducta cotidiana de una gran cantidad de gente aparentemente «normal». En segundo lugar, porque trata de un asunto que es nuevo y sin una terminología especial. También porque trata del hombre y no de las piedras o los prismas. De modo que podría esperarse un comienzo aún más vivo e interesante que el de
Galileo,
Kepler o
Newton. En lugar de ello, ¿qué leemos? Tome nota, paciente lector. «En vista del obstinado apremio gonadal en los seres humanos, no deja de ser curioso que la ciencia muestre su singular timidez en el punto sobre el que pivota la fisiología del sexo. Quizás esta evasión [...]», etc. Esto ya no es un modo humano de hablar. Es el lenguaje del especialista.
Obsérvese que el sujeto ha desaparecido enteramente. Ya no hay «me sorprendió mucho encontrar» o, puesto que los autores son dos, «nos sorprendió mucho encontrar», sino «es sorprendente encontrar», sólo que no expresado con términos tan sencillos como éstos. Obsérvese también hasta qué punto se mezclan en el discurso irrelevantes términos técnicos y llenan las frases de ladridos, gruñidos, aullidos y regüeldos antediluvianos. Se levanta un muro entre los escritores y sus lectores, no en virtud de una falta específica de conocimiento, ni porque los escritores no conozcan a sus lectores, sino de la intención, por parte de los autores, de expresarse con arreglo a algún curioso ideal profesional de objetividad. Y este feo, inarticulado e inhumano idioma se hace presente en todas partes y ocupa el lugar de una descripción más simple y directa.
Así, en la página 65 del libro leemos que la mujer, al ser capaz de orgasmo múltiple, tiene a menudo que masturbarse una vez retirado su compañero para conseguir así la culminación del proceso fisiológico que le es característico. La mujer sólo se detendrá, quieren decir los autores, cuando se encuentre cansada. Esto es lo que quieren decir. Lo que realmente dicen es: «Por lo común, el agotamiento físico pone fin por sí solo a la sesión masturbatoria activa.» Usted no se masturba, usted tiene una «sesión masturbatoria activa». En la página siguiente se aconseja al hombre preguntar a la mujer lo que quiere o no quiere en lugar de intentar averiguarlo por su cuenta. «Él debería preguntarle a ella»: esto es lo que nuestros autores quieren hacernos saber. ¿Cuál es la frase que aparece en realidad en el libro? Lean: «El hombre será infinitamente más efectivo si anima a su compañera a vocalizar.» «Anima a vocalizar» en vez de «le pregunta». Bien: acaso alguien diga que los autores quieren ser precisos, que quieren dirigirse a sus compañeros de profesión mas que al público en general y, naturalmente, tienen que emplear una jerga especial para hacerse entender. Por lo que respecta al primer punto, esto es, a la precisión, recuérdese, sin embargo, que los autores también dicen que el hombre será «infinitamente más efectivo», cosa que, considerando las circunstancias, no es ciertamente un enunciado muy preciso de los hechos. Y en cuanto al segundo punto, hay que decir que no se trata de la estructura de los órganos, ni de particulares procesos fisiológicos que puedan tener un nombre especial en medicina, sino de un asunto tan ordinario como preguntar. Además, Galileo y
Newton se las arreglaron sin una jerga especial, aunque la fisica de su tiempo estaba altamente especializada y contenía muchos términos técnicos. Se las arreglaron sin una jerga especial, porque querían empezar de nuevo y porque eran lo suficientemente libres e inventivos como para, en lugar de dejarse dominar por las palabras, ser capaces ellos mismos de dominarlas. Masters y Johnson están en una situación muy parecida, pero no pueden hablar ya de manera directa, su sensibilidad y su talento lingüístico han sido deformados hasta tal extremo, que uno se pregunta si serán siquiera capaces de volver alguna vez a hablar un inglés normal.
La respuesta a esta pregunta viene dada en un pequeño panfleto que llegó a mis manos y que contiene el informe de un comité ad hoc constituido con el propósito de examinar los rumores sobre la brutalidad de la policía durante algunas semanas algo inquietas en Berkeley (invierno del 68-69). Los miembros del comité eran todos gente de buena voluntad. Su interés no giraba únicamente en torno a la calidad de la vida académica en el campus; estaban todavía más interesados por promover una atmósfera de entendimiento y comprensión. La mayor parte de ellos procedían de la sociología y de dominios relacionados con ella, es decir, procedían de dominios que no tratan con lentes, piedras, estrellas, como
Galileo en su hermoso librito, sino con seres humanos. Figuraba entre ellos un matemático que había dedicado un tiempo considerable a implantar y defender cursos intensivos para estudiantes y que finalmente abandonó disgustado: no pudo cambiar los «procedimientos académicos establecidos». ¿Cómo escribe esta gente decente y amable? ¿Cómo se dirigen a aquellos a cuya causa han dedicado su tiempo libre y cuyas vidas tratan de mejorar? ¿Son capaces de superar las barreras del profesionalismo al menos en esta ocasión? ¿Son capaces de hablar? No.
Los autores quieren decir que los policías hacen detenciones en circunstancias en que la gente no tiene más remedio que enfadarse. Dicen: «Cuando la sublevación de los que están presentes es la consecuencia inevitable [...].» «Sublevación»; «consecuencia inevitable»: ésta es la jerga del laboratorio, éste es el lenguaje de la gente que habitualmente maltrata a las ratas, ratones, perros y conejos y anota cuidadosamente los efectos de este maltrato, pero el lenguaje que ellos emplean se aplica ahora también a seres humanos, a seres con los que, no obstante, se simpatiza, o se dice que se simpatiza, y cuyas pretensiones se apoyan. Los autores quieren decir que los policías y los huelguistas raramente se hablan entre sí. Y dicen: «La comunicación entre los huelguistas y los policías no existe.» El centro de atención no son ni los huelguistas, ni la policía, ni la gente, sino un proceso abstracto, «la comunicación», acerca de la que uno ha aprendido una o dos cosas y con la que uno se siente más cómodo que con los seres humanos vivos. Los autores quieren decir que más de 80 personas tomaron parte en la empresa, y que el informe contiene los elementos de lo que unos 30 de ellos han escrito. Y escriben: «Este informe trata de reflejar un consenso de los 30 informes emitidos por los 80 junto con observadores facultados que participaron.» ¿Es preciso que continúe? ¿0 no está ya suficientemente claro que los efectos, los miserables efectos, del especialismo son mucho más profundos y mucho más viciados de lo que podría esperarse a primera vista? ¿Que algunos profesionales ha perdido incluso la capacidad de hablar de una manera civilizada, que han vuelto a un estado mental más primitivo que el de un joven de dieciocho años que es todavía capaz de adaptar su lenguaje a la situación en la que él mismo se encuentra, hablando el lenguaje de la física en su clase de física y un lenguaje completamente diferente con sus amistades en la calle (o en la cama)?
Muchos colegas que están de acuerdo con mi crítica general de la ciencia encuentran forzado y exagerado este énfasis en el lenguaje. El lenguaje, dicen, es un instrumento del pensamiento que no influye en él hasta el extremo que yo supongo. Esto es cierto en tanto que una persona tenga diferentes lenguajes a su disposición, y en tanto que todavía sea capaz de cambiar de uno a otro cuando la situación lo requiera. Pero aquí no es éste el caso. Aquí un único y más bien empobrecido idioma tiene a su cargo todas las funciones y se usa en todas las circunstancias. ¿Se está dispuesto a insistir en que el pensamiento que se oculta tras este feo exterior ha permanecido ágil y humano? ¿0 más bien debe estarse de acuerdo con V. Klemperer y otros que han analizado la deterioración del lenguaje en las sociedades fascistas en que «las palabras son como pequeñas dosis de arsénico: son ingeridas sin darse cuenta, no parecen tener ningún efecto digno de mención, y sin embargo la venenosa influencia estará ahí al cabo de algún tiempo. Si alguien sustituye con suficiente frecuencia palabras tales como "heroico" y "virtuoso" por «fanático» terminará por creer que sin fanatismo no hay heroísmo ni virtud» (Die Unbewaeltigte Sprache, Munich, Deutscher Taschenbuch Verlag, 1969, p. 23). De manera semejante el uso frecuente de términos abstractos de disciplinas abstractas («comunicación», «sublevación») en asuntos que tratan de seres humanos obliga a que la gente crea que el ser humano puede reducirse a unos cuantos procesos asépticos y que cosas como la emoción o el entendimiento son elementos molestos, o, mejor aún, erróneas concepciones pertenecientes a un estadio más primitivo del conocimiento.
En su búsqueda de un lenguaje aséptico y estandarizado con una ortografía y una puntuación uniformes, con referencias estandarizadas, etc., los expertos reciben creciente apoyo por parte de los editores. Idiosincrasias de estilo y expresión a las que un observador neutral no presta atención son advertidas con seguridad por impresores o editores, y se derrocha mucha energía en disputas sobre una frase o sobre la posición de una coma. No parece sino que el lenguaje ha dejado de ser propiedad de escritores y lectores y ha sido adquirido por las casas editoras, de modo que a los autores ya no se les permite expresarse como ellos consideran adecuado ni hacer sus contribuciones al enriquecimiento de la lengua.
14.
John Stuart Mill, On liberty, citado de The Philosophy of John Stuart Mill, ed. Marshall Cohen, Nueva York, Modern Library, 1961, p. 258 (hay trad. cast.).
15. Ibíd, p. 265.
16. Incluso en situaciones indeterminadas y ambiguas la uniformidad de acción se logra pronto y la adherencia a la misma es tenaz Cf. M. Sherif, The Psychology of Social Norms, Nueva York, Harper Torchbooks,1964. Regresar
17. A Treatise on Human Nature, p. xxii. La palabra «razón» ha sido sustituida por «entendimiento» con objeto de establecer una coherencia con la terminología de los idealistas alemanes.
18. La primera parte de la cita, hasta "al mostrarse como", se ha tomado de Differenz des Fichteschen und Schelling'schen Systems der Philosophie, ed. G. Lasson, Hamburgo, Felix Meiner, 1962, p. 13. La segunda parte es de Wissenschaft der Logik, vol. I, Hamburgo, Felix Meiner,1965, p. 6.
19. Carta a Gert Micha Simon de 11 de octubre de 1949. Citado de Gottfried Benn, Lyrik und Prosa, Briefe und Dokuments, Wiesbaden, Limes Verlag, 1962, p. 235.
Paul K. Feyerabend (Viena, 1924 - Zurich, 1994) publicó en 1975 "Contra el método. Esquema de una epistemología anarquista" (NLB, Londres) del cual publicamos el prefacio, incluyendo las extensas notas correspodientes. La traducción al castellano es de Francisco Hernán (Folio, Barcelona 2001).