El estado de cosas hoy imperante en el registro de las relaciones sociales tiene un tremendo potencial desmovilizador. ¿Cómo, en efecto, mantener el espíritu alerta para objetivos análogos a los descritos en los
Manuscritos de
Marx, cuando la vida de la inmensa mayoría de los humanos prosigue en situaciones que hacen sonar a sarcasmo las tesis relativas a la plenitud del hombre allí expuestas? ¿Cómo sostener ante los demás (y sobre todo decirse de manera convincente a uno mismo) que, pese a todo, es posible mantener la salud y fertilidad del alma, no aislándose del marco social en pos de una utópica libertad estoica, sino intentando incidir en tal marco, entre otras cosas como resultado de ese propósito mismo de no renunciar, de no hacer genuflexión de la propia razón y la propia palabra.
Pues no deja de ser evidente que en los más sombríos contextos se han forjado en ocasiones las más nobles construcciones del espíritu; construcciones transformadoras no sólo de la subjetividad de quien accede a las mismas, sino también del sujeto colectivo. Y desde luego si la indigencia, la desazón, la injusticia casi ontologicamente destructora, el extravío de las mentes y la corrupción prematura de los cuerpos fueran incompatibles con la creación y la fertilidad, ni la
Noche Oscura del alma, ni la
Crítica de la Razón Pura, ni
Pelléas et Melisande, ni la teoría cuántica serían hoy esa riqueza potencialmente colectiva...que ha de llegar a serlo de manera efectiva.
Y hay aquí un criterio claro para una militancia, una precisa determinación de objetivos: el carácter brutal, injusto y finalmente estúpido de la organización social no impide los frutos del espíritu humano, pero sí impide la apropiación de los mismos por la humanidad como tal, es decir, su inscripción en el registro de valores colectivos y la adecuación a tales valores de las personas en su individualidad y en los lazos entre ellas.
Contribuir a la aparición de condiciones sociales en las que Garcilaso y la Relatividad Restringida sea cosa de todos, como sería asimismo cosa de todos el garantizar la subsistencia material de cada uno: "cualquiera puede realizarse en una rama que él desea, la sociedad regula la producción general y en consecuencia hace posible para mí el hacer una cosa hoy y otra mañana, cazar en la mañana, pescar en la tarde, criar ganado al atardecer, hacer teoría crítica tras la cena, exactamente como mi mente decida, sin llegar a ser nunca cazador, marinero, pastor o crítico", escribe
Marx al respecto. Pues bien, conscientes de que no estamos precisamente en ello, sino en el paroxismo de la distribución del trabajo, estando cada uno de nosotros imperativa y hasta amenazadoramente inducidos a atenerse a una parcela abstracta de actividad, inducidos a ser " un cazador, un marinero, un pastor, o un crítico de la crítica y permanecer tal si no se quiere perder los medios de vida"...simplemente nos negaremos a obedecer.
Para empezar haremos todo lo que esté en nuestras manos (digo bien todo lo que esté en nuestros manos) par cumplir ese imperativo categórico de desobediencia, convirtiéndonos así en seres morales.
Haremos lo que sea necesario para no trabajar doce horas (ni once, ni nueve, ni ocho, ni siete ni seis...) y desde luego escupiremos simbólicamente a todo aquel que pretenda que la alternancia a este embrutecimiento sólo tiene alternativa en el paro y complemento en un fin de semana de ocio más brutal aun que el propio trabajo, focalizados en una brutal concreción de la caverna platónica, de la vida reducida a dimensionalidad e inducidos a reducir a hacer matriz de felicidad o tristeza en lo aleatorio de un resultado deportivo. Nos negaremos en suma a que la división del trabajo marque exhaustivamente nuestras vidas y apague así nuestras almas.
Empezando por la facultad de filosofía, que es mi lugar de trabajo, nos negaremos a quedar reducidos a la figura del erudito que es lo designado en la expresión "crítico de la crítica" (forma abstracta del hombre alienado, se dice en otro contexto), es decir: nos negaremos a aceptar el taylorismo intelectual en el seno mismo de lo que habría, al decir de
Kant, de ser "[administrativamente] un departamento entre otros y sin embargo toda la universidad"; aspiraremos a un saber a la vez universal y concreto y de manea concreta exploraremos todo aquello que pueda ser útil para esta exigencia de la que la filosofía es emblema. Estaremos atentos a los momentos de ruptura de continuidad en la historia de la ciencia y del arte, aquellas crisis que, tras un momento de desorientación, se han revelado matriz de esplendorosos frutos, "crisis de desarrollo espiritual" decía al respecto el filósofo francés
Jean- Toussaint Desanti. La ruptura de continuidad (en doble sentido pues supone afirmar una primacía ontológica de lo discreto) que supone la teoría cuántica es sin dudo uno de estos momentos álgidos.
Víctor Gómez Pin,
Qué ir haciendo, El Boomeran(g), 11/03/2013