¿Por qué tengo que tener paciencia, por qué tengo que pensar que todo va ir a mejor, por qué tengo que creer en las bondades del ser humano y no en su innata condición para la gresca y la explotación del otro? ¿Por qué tengo que tragarme que la sumisión de los gobiernos a bancos criminales y mafias corporativas es la única salida? ¿Por qué tengo que convencerme de que el único paisaje posible está hecho de diputados tóxicos vomitando basura, chusma navajera fingiendo ser ciudadanos concienciados, multinacionales que imponen sus leyes a los estados, errores de Excel que condenan al infierno a millones de personas?
¿Por qué tengo que venir llorado de casa cuando lo que quiero es gritar en la calle que no hay salida, que todo está demasiado bien tramado, que los guionistas de esta porquería sabían muy bien lo que hacían? ¿Por qué tengo que confiar en que cada indecencia, cada burla, cada majadería, cada ofensa a mi inteligencia, en el fondo es por mi bien? ¿Qué hay en todo eso de esperanzador? ¿Qué es eso del cambio de paradigma, del fin de una era? No es el fin de nada, es la exacerbación de lo mismo, que ya es lo único posible.
Nos quieren resignados y positivos, con colocón de autoayuda y ese puntito zen que tanto adormila. Nuestro relax es su victoria. Cuanto más nos convenzan de que hay que saber vivir con menos, más tendrán ellos para vivir con más.
Emilio López-Galiacho, ¿Por qué coño tengo que ser optimista?, fronteraD, 01/05/2013