No ha de desestimarse tampoco la
tristeza individual y colectiva que produce limitarse a confiar. Desconfiar es en ocasiones más activo y no por ello más deseable. Ahora bien, la confianza no es asunto de mera decisión, ni pura cuestión de voluntad y, menos aún, de requerimiento. Suele decirse que la que es personal se gana, se merece, se reconoce. Y conviene no sólo tenerla, sino asimismo darla. Desde ella no está mal reclamarnos esa paciencia que es
constancia,
insistencia, que no vive cegada por lo más inmediato, que es prudencia del tiempo y con el tiempo.
Cultivar la paciencia no es ampararse en la resignación. Sin embargo, cuando hay en verdad dolor y sufrimiento, cuando hay necesidad y soledad, no siempre su invocación es el mejor aliciente. Bien saben las tardes que llegará la noche y a esta le toca esperar el día. Mientras tanto, en todo caso, convendría algo más, algo otro, en que sostener en esa expectativa el horizonte.
La coyuntura personal, insustituible, de cada quien no se reduce a ser paciente. No sólo por la necesidad de ser
agentes de nuestro propio vivir, sino porque, a su vez, nada es menos sano que la pasiva aceptación de que vaya sucediendo lo que le corresponde suceder. Entre otras razones, porque se trata de que lo hagamos ocurrir. No es fácil, ni para todos igual de posible, pero quietos, fijos, con la mera movilidad de las tareas cotidianas, por supuesto bien realizadas, el confín queda limitado a los avatares de cada día y, pasivo, el paciente pierde la mirada.
Se precisa entonces la paciencia que
hace madurar, que acompaña, que incide, que alienta. Y hay en las palabras de
Rilke, también en lo no dicho por ellas, una constatación, la de que efectivamente a veces se requiere una paciencia infinita. Y no faltan quienes la tienen, lo que no impide que sean más activos que pasivos. Hay situaciones en las que se obra con buena paciencia precisamente porque se entiende bien que no ha de invocarse como
aceptación, ni como mera servidumbre respecto de lo que se nos reclama. Ser paciente no es ser
sumiso.
Ángel Gabilondo,
Pasivos, El salto del Ángel, 10/05/2013
[blogs.elpais.com]