by Claire Pestaille |
Puestos a deducir con urgencia algo al respecto, semejante perspectivismo no afectaría ni solo, ni tanto, a la diferencia en el mirar, sino a la diferencia en la singularidad irremplazable de cada vida particular. Ortega y Gasset, tan traido sobre este asunto, insiste en que “lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve otra”, pero para deducir no sobre la inconsistencia de lo que vemos, sino sobre la contundencia de quienes somos al hacerlo. “Somos insustituibles, somos necesarios”, prosigue en El espectador.
Sin duda, no sólo en Leibniz cada mónada es una perspectiva del universo, también cada palabra, incluso cada sentimiento, y, siendo en sí misma una totalidad, no agota totalidad alguna. Podría entonces pensarse torpemente que la verdadera contemplación consistiría en ir incorporando por adición los distintos elementos hasta lograr una composición total. Pero el perspectivismo de la mirada no supone que cada ver sea parcial porque ve una parte. Para empezar, porque la posición no se reduce a la situación. Incluso aunque nos desplazáramos una y otra vez, la mirada resultante no dejaría de ser una perspectiva. En la contemplación hay algo de dislocación de lo prefijado.
No basta, por tanto, con efectuar una figura con diversos elementos. Son más que ingredientes o componentes. Y sólo lo son en la medida en que se encuentran vertebrados, articulados y armonizados. Pero para ello es preciso reconocer su mutua pertenencia a algo susceptible de ser común. Así que, por ejemplo, si se habla de deconstrucción, no es una simple demolición, sino una suerte de desmontaje para efectuar otra composición. Si se habla de juicio, y de su capacidad de escindir, de discernir, o de separar, es para vincular mejor. Eso supone hacerse cargo de que toda unidad lleva inscrita una separación, una escisión, que es la que cada vez conforma una realidad.
No es cuestión de ampararse en el perspectivismo para entronizar el puro subjetivismo. Y menos aún para, descaradamente, proponer lo individual como camino, a fin de sostener la propia posición fijada, en conflicto y en una lucha de poderes. Incluso para Nietzsche, inteligir es “una cierta relación de los instintos entre sí”. Cabe preguntarnos una y otra vez sobre el sentido y el alcance de esta relación, de toda relación. Pero no hemos de olvidar que algo sólo es en relación. Ni siquiera la mirada, por muy médica o clínica que pretenda ser, escapa, como Foucault nos recuerda, de acabar siendo un discurso, de pronóstico, de diagnóstico o de terapia.
No se reduce del perspectivismo que no hay nada que hacer, que dado que cada cual lo ve a su manera todo es reflejo caleidoscópico, irisaciones de lo inalcanzable. Más bien se desprende que toda palabra y toda mirada son imprescindiblesy que la deconstrucción y el juicio convocan a una recomposición, que no se limita a reponer lo ya puesto sino que reactiva la capacidad de componer para procurar, tal vez, algo radicalmente otro.
El perspectivismo no es la fuente de la impotencia, ni de la resignación, ni de la desesperación, sino de la recreación. Conjunta y armoniosa, con la confianza de que procure nuevas formas y posibilidades de vida, semejante recreación no significa elaborar objetos u objetividades al margen de nuestra condición de sujetos. La perspectiva nos une, enlaza y vincula.
Ampararse en el perspectivismo para relativizar las posiciones supone ignorar que estas son determinantes para liberar otros ámbitos y procurar diferentes alternativas, a fín no sólo de montar o de construir otras edificaciones, sino de procurar conformaciones, que no son simples establecimientos.
Preguntado un invidente que con anterioridad pudo ver sobre su recuerdo del color, contestó que es importante, pero que lo más decisivo es tener memoria de la perspectiva. Lo interesante fue en su día apreciar sus efectos. Mediante cajas ópticas y cámaras oscuras se transmitió el paso del tiempo. Y con ello su relieve espacial. Y de eso se trata. La perspectiva da densidad y nos libera de la lectura unidireccional, plana, sin fondo ni forma, y nos confirma los pliegues en los que se desenvuelve cualquier mirada.
Desautorizar la posición de alguien por considerarla un simple punto de vista es no considerarla en absoluto. La cuestión no está en ternerlo. Al contrario. El problema consiste en no contemplar el de los demás. Y un modo frecuente y rudimentario de hacerlo consiste precisamente en asentir que es peculiar y propio, para reducirlo a algo carente de interés salvo para cada quién. El diálogo adereza con destreza los diversos componentes, los recompone, hasta conformar y configurarotra nueva realidad. Por muy insuficiente que resulte este acuerdo discordante es, según Heráclito, como el del arco y la lira, verdadero lógos, auténtico decir.
Angel Gabilondo, Con perspectiva, El salto del Ángel,18/06/2013