Se cuenta que el rey Hieron de Siracusa encargó a un orfebre una corona de oro al que entregó la cantidad de oro exacta para hacerla. Tras recibir la corona, el rey tuvo la sospecha de que el orfebre podría haberle engañado sustituyendo cierta cantidad de oro por plata. Fue entonces que el rey pidió a Arquímedes que le sacara de dudas y le dijera si sus sospechas eran ciertas pero teniendo en cuenta que durante su investigación no debía ni raspar ni manipular la corona pues era objeto sagrado. Durante algún tiempo Arquímedes estuvo lidiando con el problema sin, al parecer, encontrar una respuesta y no lográndolo terminó dedicándose a otras investigaciones dejando aparcado aquel requerimiento del rey. Pero un día, mientras se sumergía en un receptáculo para tomar un baño, observó que su cuerpo iba derramando una cantidad de agua que parecía proporcional al volumen de su cuerpo. Y esta, aparentemente simple observación, le llevó a la solución del problema. Arquímedes utilizó, sin él saberlo, el pensamiento creativo, como lo hicieron y lo siguen haciendo tantos y tantos otros pensadores geniales (F. Mora Cómo funciona el cerebro. Alianza Editorial. Madrid 2011).
Hasta ahora y en nuestras sociedades adelantadas se ha venido construyendo un mundo creado principalmente por el pensamiento así llamado crítico o analítico. Un pensamiento, este último, que permite, frente a una observación o un problema, elaborar una hipótesis, y basado en ella, realizar experimentos o razonamientos que conducen en línea recta, directa, desde el principio hasta el final, a la resolución de dicho problema. Es el pensamiento que de modo consciente y paso a paso (como el utilizado en el desarrollo de una ecuación matemática), permite subir peldaños seguros hasta la solución definitiva. Es el pensamiento que se enseña en los colegios y las universidades como instrumento para crear conocimiento.
Pero es ahora cuando se acercan tiempos de cambio y se comienza a contemplar una nueva educación con la que, junto al pensamiento crítico, se enseñe el pensamiento creativo, aquel que utilizó Arquímedes y que acabamos de mencionar. Precisamente es con este último que se espera un nuevo empujón en el avance del conocimiento. El pensamiento creativo es aquel que se pone en marcha cuando tras comenzar a trabajar con un problema persiguiéndolo analíticamente se llega a la convicción de no poder continuar al no encontrar vía posible con la que alcanzar una solución definitiva, y es entonces que el proceso continúa por rutas cerebrales inconscientes. Se dice que, en estos casos, el individuo, en una situación de incertidumbre, termina aparcando el problema no resuelto casi por completo y comienza otros proyectos. Pero lo cierto es que el problema, si es de importancia sobresaliente, sigue en la cabeza y preso de una atención inconsciente. Y es en ese trabajo inconsciente del cerebro que de pronto, ante un fuerte estímulo externo o espontáneamente sin más, ocurre una especie de sacudida luminosa que le lleva a intuir la solución que tiempo atrás fue imposible encontrar.
El pensamiento creativo, frente al analítico, es muy difícil de enseñar. Y de hecho no se enseña todavía en las Universidades. Sí, desde luego, existen cursos que orientan y explican en qué consiste, pero lo cierto es que se ignora en la mayoría de las instituciones dedicadas a la enseñanza. Prestigiosas revistas científicas, sin embargo, están dedicando espacio y publicando trabajos y editoriales que van creando ese clima necesario que facilite al mundo académico ver la importancia de este otro tipo de pensamiento para el avance rompedor en el conocimiento nuevo. En estos cursos, a los estudiantes, tras introducirlos en la idea de que este pensamiento creativo les permitirá ir mas lejos que con el pensamiento crítico (y que ellos conocen y han aprendido bien), se les pide que ante un problema determinado piensen que las soluciones pueden ser muchas y que en el caso de encontrar una, esta no es la única, la definitiva o la mejor. Se les enseña que vean el problema enfocándolo de modo que permita generar el mayor número de ideas posibles. Después se les pide que se tomen todo el tiempo que necesiten para eventualmente encontrar soluciones y aun que abandonen el pensar en el problema durante algún tiempo y que durante ese tiempo hagan y piensen otras cosas dejando vagar la mente. Y esto les lleva, algunas veces, a encontrar una solución verdaderamente nueva, y aun no predecible y no previamente perseguida a través del pensamiento analítico. Hoy ya sabemos por estudios de imagen en Neurociencia que este pensamiento creativo, y las nuevas ideas que alumbra, requiere de un sustrato neuronal diferente al del pensamiento crítico y analítico y que recluta redes neuronales distribuidas en parte por las cortezas temporales de ambos hemisferios cerebrales aun cuando particularmente por el hemisferio derecho.
Hay una necesidad clara, en las Universidades más avanzadas, por crear un nuevo foco que ilumine, potencie y ponga bajo estudio la formación del pensamiento creativo, es decir, una educación y una enseñanza reorientada hacia el pensamiento que pueda alcanzar un conocimiento critico por lo verdaderamente desconocido, el logro de lo auténticamente nuevo. Y esto, también se piensa hoy, debe comenzar en las escuelas que es donde se cuece todo. Porque es seguro que solo si nace allí, en el cerebro de los niños, en esas tormentas llenas de emoción que les lleva a dar respuestas mil ante las preguntas del maestro, pueda alcanzar con pie firme a las Universidades.
Francisco Mora, Educando el pensamiento creativo, El Huffington Post, 27/06/2013