La inteligencia de la humanidad sigue en crecimiento exponencial, alimentada por la acción neuromecánica y el conocimiento que se nos suministra en nuestra fase de desarrollo hacia la madurez. Así, cada vez estamos más y mejor socializados y disponemos de estímulos de manera sistemática.
Esto nos prepara cada vez más y de forma mejor para poder interrogarnos sobre nuestro pasado. Paralelamente, disponemos de equipos, tiempo y ayuda económica para poder llevar a cabo estas tareas que se han incorporado de manera natural en la educación de nuestra prole y de nosotros mismos.
Bucear en el pasado por intuición no es lo mismo que intentar contrastar con él la acción de las leyes de la evolución, y sobre todo, como ya hemos insistido, no es igual que hacerlo habiendo construido un discurso para intentar ir borrando la incertidumbre de nuestro futuro.
No es la casualidad ni la improvisación quienes deben regir la construcción social del devenir. Sin duda, el substrato nos marca, pero no debe dirigirnos a menos que juegue en favor nuestro. Esta es la diferencia entre determinación vital e indeterminación del presente, y probablemente la dirección antrópica en el futuro.
Desde la antigüedad, incluso especies que no eran Homo sapiens se habían dado cuenta de la singularidad de algunas formas de rocas que por analogía comparaban con animales. Efectivamente, los Homo neanderthalensis, por ejemplo, ya acumulaban esta información en sus casas, pues tanto en yacimientos en cueva como al aire libre se ha encontrado información de este tipo.
Cuando Raymond Dart da con los restos del niño de Taung, en 1929 en Sudáfrica, abre una brecha mucho más grande que el descubrimiento histórico del Homo neanderthalensis en Spy (Bélgica) en 1886, pues el primero mencionado se encuentra en nuestro origen. Se trata de un Australophitecus africanus, que junto a Parathropus y Homo, forma a línea de homínidos que caracterizan el final del Plioceno.
Los humanos vamos descubriendo que nuestro presente es fruto de un arbusto evolutivo compuesto por muchas ramas que aún ahora nos son desconocidas, si bien hemos avanzado de forma concienzuda y sistemática. Cuando empezaron los descubrimientos en el siglo XIX sabíamos que existían dos especies entre los humanos; ahora sabemos que hay más de una docena y continúan los hallazgos de otras nuevas.
Eudald Carbonell, Deseando conocer el pasado (7), Sapiens, 29/06/2013