Tras un tiempo de forzada transición (debida entre otras cosas a la necesidad de cerrar el ciclo histórico, unificando Alemania bajo el mirífico paraguas de la construcción de Europa) lo real, la verdad del régimen social llamado de libre mercado, ha emergido en toda su crudeza, despertándonos de la ensoñación. Una máquina que nadie controla, surgida sin duda del ser humano, pero indiferente a la causa del hombre, y hasta enemiga de la misma, se ha impuesto. Esta máquina genera situaciones sociales que hace un cuarto de siglo nadie podía prever que se darían en nuestro horizonte; genera la pauperización de un enorme sector de la población y con ello toda una secuencia de corolarios, inevitables en ausencia de resistencia, dificilísima resistencia que pasaría en primer lugar por asumir la tremenda contradicción en la que nuestra existencia social hoy se desenvuelve.
Y así en esta Europa que se presentaba como un ámbito de reconocimiento mutuo de las culturas y las lenguas que forjan los pueblos, se desata desde hace años una tormenta casi sin precedentes de desprecio y resentimientos. Desprecio y resentimiento gestionados por políticos que ni siquiera cabe calificar de oportunistas, por tratarse de meros comparsas de ese invisible Señor que recibe el nombre de mercado. Y así, mientras se iban fraguando para designar a países enteros acrónimos tan trivializados como intolerables, en el seno de esos mismos países se desencadenaba una tremenda lucha, no por reivindicar la dignidad colectiva, sino por intentar escapar aisladamente al vocablo despectivo de turno, considerado justo tratándose del vecino del Sur más o menos inmediato, pero obviamente injusto cuando se lo aplican a uno mismo.
Y como el resentimiento se nutre tanto de triunfo como de fracasos, el despreciado encuentra argumentos ad hoc para descalificar al otro, sea por lo pretendidamente provinciano de su cultura o su lengua, sea por lo intrínsecamente mezquino de su fenotipo social. Los eslóganes forjados hace precisamente veinte años `por el sórdido Bossi se generalizan. Su "SPQR...sono porchi questi romani", con el que desencadenaba las carcajadas del auditorio "liguista" (cargado de sentimiento cívico falso pero odio auténtico) se convierte en la expresión local del acrónimo de los pigs, a la par que la vaca padana es clonada por doquier en esa vaca que cada uno aspira en su triste ombliguismo a defender.
Y en lugar de resistencia contra el mal, se produce un desgarro en el seno de la ciudadanía, concretamente en España (de momento en el orden de los símbolos) dónde nos despellejamos por las patrias o por lo aleatorio de un resultado deportivo, perpetuándose así la explotación, la genuflexión y el miedo. Todos contra todos y el capital a la vez omnipresente y agónico aspirando la poca sangre de esos pueblos confrontados. Y mientras los forzados por doce horas de trabajo ven como enemigo al que está obligado a aceptar aun dos horas suplementarias de esclavitud, el hablante de una lengua ve como enemigo al hablante de otra, sometiendo así a una suerte de selección (que nada tiene de natural) aquello que en su diversidad es epifanía de la matriz que hace a la humanidad.
En la Europa de los años en los que la actual calamidad social, la conversión en pesadilla de la ensoñación social-demócrata, aun no se daba, sólo los comunistas veían que tal sería el destino de nuestras sociedades si el ideario de la revolución de octubre fracasaba. Sólo los comunistas tenían claro que, en la sociedad sometida a la lógica del capital, el criterio del provecho es inevitablemente la medida de todas las cosas, siendo entonces imposible que pueda cumplirse el destino de la humanidad, a saber la lucha por la realización en cada uno de las potencialidades que nos corresponden como individuos de una singularísima especie, esa asunción del problema global de la existencia evocado por
Marx al final de sus
Manuscritos del 44. (...)
Mas si en la confrontación actual de todos contra todos, favorable tan sólo a los intereses de una maquinaria desalmada, alguien osa denunciar en nombre de los principios de una u otra manera reivindicados por los comunistas, se le objetará de inmediato que el estalinismo del pasado le priva de toda legitimidad respecto a la denuncia del presente y se le comparará al fascista o al franquista, haciendo insoportable amalgama entre lo que supone una tragedia de la humanidad (el fracaso del noble ideario que movía a la Revolución de Octubre) y lo que constituye desde su misma raíz un proyecto de doblegamiento de esa misma humanidad.(...)
Corolario de la apuesta por la realización de la humanidad, es decir -de entrada- apuesta por la abolición de las circunstancias sociales que mutilan las potencialidades humanas. Apuesta sustentada en la convicción de que la indigencia material y la ruindad moral tantas veces a ella asociada, no agotan el ser de los individuos humanos y que, en un registro más o menos inconsciente, cada uno está esperando que se le ofrezca la posibilidad de mostrar que así es.
Víctor Gómez Pin,
Sólo los comunistas, El Boomeran(g), 04/07/2013
[www.elboomeran.com]