Las jerarquías de todas las religiones no dudan en apropiarse de conceptos ajenos con tal de ganar atractivo en un tiempo en que las iglesias y templos se están quedando vacíos. En ocasiones se llega a extremos que levantarían una sonrisa si no fuera por las
injusticias que imponen al resto de la sociedad (creyentes o no). Es por ejemplo tragicómico que hace unos meses, en apoyo de la Ley de Educación impulsada por el ministro Wert y aprobada en solitario por el Partido Popular, la Conferencia Episcopal afirmara literalmente que “los profesores deben ser conscientes de que la enseñanza religiosa escolar ha de hacer presente en la escuela
el saber científico, orgánico y estructurado de la fe, en igualdad académica con el resto de los demás saberes.”
Pocas cosas son más diferentes que la ciencia y la fe, y por tanto esta argumentación en pro de la igualdad académica no se sostiene bajo ninguna inspección directa basada en la lógica. Claro que
la coherencia lógica no parece algo prioritario para una institución que durante dos mil años ha vivido entre el fasto y la intriga política mientras predicaba la humildad y la pobreza.
Antes de continuar, y para evitar malentendidos, debemos hacer
una aclaración. A pesar de los enormes esfuerzos por controlar y reprimir la diversidad de interpretación y pensamiento, las diferentes iglesias no son instituciones monolíticas y homogéneas. En su seno hay, y siempre ha habido, una gran diversidad de sensibilidades y actitudes. Muchos son los religiosos y más aún los creyentes, por ejemplo, que han vivido en la pobreza, luchado por la justicia y denunciado los excesos de la iglesia.
La iglesia ha dado grandes pensadores, y grandes hombres de ciencia han sido y son profundamente religiosos. Aunque hablemos de la iglesia por brevedad, nos referimos en general a la postura de la cúpula de estas instituciones religiosas y aunque tengamos mas presente el caso de la iglesia católica y España por ser nuestro entorno, mucho de lo que decimos se aplica a otras religiones y a distintos países. .
Hablábamos de lógica, o mejor dicho, de falta de ella.
La falta de la lógica más básica en los argumentos de la iglesia es algo frecuente hasta el punto de que a veces nos hacen dudar si no nos habremos perdido alguna clase en el colegio (que no fuera de religión).
Consideremos la oposición de la iglesia católica a dos temas ya clásicos como son el aborto y la homosexualidad, y los argumentos pseudo-científicos que esgrimen para defenderla, como su supuesta “antinaturalidad”. Empecemos con el aborto inducido,
que se ha practicado en todas las culturas desde que nuestra especie existe. ¿Es contra natura? Ingenuamente, se podría contestar que sí lo es. Si la mutación de un gen hiciera que las hembras portadoras de dicha mutación abortaran, iría el argumento, las hembras con esta mutación tendrían menos descendientes que las hembras sin la mutación, y por tanto la mutación desaparecería de la población. Pero ocurre que el argumento es incorrecto. Por supuesto, si la mutación conllevara el aborto obligatorio, si las hembras portadoras de dicha mutación no sacaran adelante ningún hijo, el argumento sería correcto. Pero, ¿y si la mutación conlleva el
aborto selectivo?
Los miembros de la Conferencia Episcopal tal vez se sorprendan al descubrir que en la naturaleza ocurren cosas mucho más “atroces” (desde el punto de vista de la ética cristiana) que el mero aborto. Por poner un ejemplo, son muchas las aves que practican el
fratricidio facultativo: si la comida es escasa, las crías más fuertes matan a sus hermanos más jóvenes para intentar garantizar su supervivencia. Y los padres no hacen nada por evitar la matanza que presencian – no solo eso, a menudo lo potencian alimentando preferentemente a las crías más vigorosas. Otras especies, como
los ciervos, abortan o reabsorben algunos óvulos fecundados cuando se enfrentan a condiciones ambientales adversas y en muchos invertebrados y algunos anfibios, el canibalismo entre hermanos es frecuente. Son innumerables las especies de plantas que abortan una gran cantidad, a veces la mayoría, de sus óvulos fecundados para asegurar el vigor de las semillas y frutos que llegan a cuajar. En general, el conjunto de
estas “estrategias abortivas” sirven un objetivo claro y natural: garantizar la futura supervivencia y reproducción de la madre y de las crías supervivientes.
Evidentemente, que algo se dé en la naturaleza no es argumento para que la especie humana deba hacerlo – qué diríamos entonces del canibalismo o el incesto. Esta puntualización, claro está,
reduce al absurdo el mencionado argumento de la “antinaturalidad”. Pero puede ser útil considerar por qué la selección natural no ha expurgado los genes que regulan el fratricidio selectivo o el aborto en estas especies. El motivo, en los ejemplos anteriores, es evitar un mal aún mayor: la muerte de toda la descendencia, desprovista del vigor para llegar al estado adulto por el reparto de unos recursos insuficiente entre un número excesivo de hermanos. En esas circunstancias,
cuando el aborto evita un mal mayor (como en el caso del aborto terapéutico, necesario para proteger la vida de la madre o el nacimiento de un bebé inviable y con graves malformaciones)
es cuando los dogmas del fanatismo religioso se demuestran más inmisericordes. Que una madre
esté a punto de morir o,
sin siquiera profesar la religión católica, muera por ser obligada a mantener unas semanas más un embrión inviable en su propio útero escapa a toda racionalidad. De igual manera, la decisión de
obligar a una niña violada por su padre a completar su embarazo y parir revela una mentalidad que no se distingue demasiado de las condenas a
cárcel,
latigazos o
muerte por “mantener relaciones extramatrimoniales” con que los fundamentalistas árabes despachan a las mujeres que denuncian una violación.
Otro tanto podríamos decir de
la homosexualidad. ¿Contra natura? No pensaban lo mismo Alejandro Magno o Aquiles. Y si nos responden que la Grecia clásica era una civilización pagana y aberrante – ignoremos por el momento que el argumento presupone que lo natural es lo cristiano - ¿cómo explicamos la ocurrencia de relaciones sexuales entre machos de ciertas aves, como el
quebrantahuesos, el pingüino barbijo o diversas especies de patos? ¿Qué han hecho estas pobres aves para que las califiquemos de antinaturales, bárbaras o perversas? El recurso de llamar “antinatural” con el que las morales cristiana y musulmana condenan este comportamiento, a menudo con consecuencias dramáticas (
como el ajusticiamiento de quienes lo manifiestan), no tiene nada de lógico ni científico, pues
muchas veces las conductas que se condenan son perfectamente naturales. Además, demuestra una incoherencia profunda: resucitar, convertir el agua en vino, caminar sobre el agua, mantener el celibato no son cosas naturales. Si la iglesia católica rechaza lo antinatural, ¿con que argumentos defiende estas cosas? Los milagros, muy poco naturales, podemos considerarlos como algo legendario o anecdótico, pero el celibato, igualmente antinatural, tiene consecuencias deleznables pues es frecuente
romperlo de forma clandestina con mujeres anónimas o bien abusando de menores.
Empleando el símil bíblico de ver la paja en el ojo ajeno antes que la viga en el ojo propio, muchos católicos, al igual que musulmanes, budistas o judíos, se han llevado las manos a la cabeza cuando han leído la reciente noticia de que
el sarampión sigue llevándose la vida de muchas personas en Holanda, donde podría estar erradicado si no fuera por los calvinistas que lo consideran “voluntad de Dios”.
Parece más que claro que
la fe y todo lo que lleva asociado dista mucho de un saber científico y estructurado. No es por tanto oportuno que la iglesia aluda a este saber, y a la respetabilidad que suscita, para justificar la equiparación de la enseñanza religiosa con la educación en los demás saberes.
Ciencia Crítica,
El saber científico y estructurado de la fe, el diario.es, 24/07/2013