"Teniendo como particularidad de su especie esas facultades que son el lenguaje y la razón, el animal humano se realiza cuando las despliega y fertiliza, por ejemplo forjando metáforas o sintetizando fórmulas", sostenía al final de la columna anterior.
Mas entonces ¿por qué una persona puede llegar a sentir que el pensar no va con ella, qué sólo en la inercia, las costumbres, los hábitos y los elementales placeres a ellos asociados tiene sentido su vida? ¿Hay en el individuo humano una debilidad intrínseca que le mueve a ceder, a renunciar al esfuerzo que el pensamiento exige, repudiando así su propia condición específica? La hipótesis es más bien que esta astenia, este polo negativo en cada uno de nosotros, tiene raíz, cuando menos parcial, en una estructura social de la que todos somos partícipes, en un dispositivo creado por el hombre pero convertido en una máquina de deshumanización, en un generador de circunstancias que conducen a una situación mutiladora.
La pérdida en individuos de la inclinación a actualizar las facultades de las que están dotadas por naturaleza no es exclusiva del animal humano. También hay lobos no inclinados ya a alcanzar presas, aves rapaces que apenas alzan el vuelo, y caballos que, aun levantada la barrera, no iniciarían ya el galope. Y tampoco los individuos que representan a estas especies quebradas han llegado a esta condición espontáneamente, sino a través de un proceso no sólo de domesticación sino de transformación mutiladora. Paradigma d ello es la conversión del lobo (que aun el perdura en el perro que ayuda al hombre en sus tareas de caza o de vigilia) en el animal casi ya desprovisto de rasgos específicos, esa asténica sombra que es tan a menudo el pet de los hogares americanos.
Tratándose del ser humano, el mecanismo social que hace desaparecer de su horizonte, de su ámbito cotidiano de vida, el objetivo de desplegar la potencialidad de pensar y simbolizar empieza muy a menudo en la educación elemental, reducida a instrumento para objetivos como el de "conseguir ventajas competitivas en el mercado global", objetivo erigido (concretamente en nuestro país) en máxima explícita por el legislador.
Visión ciertamente totalmente alejada tanto de la concepción platónica según la cual la función de la educación es fertilizar las facultades del niño, no substituirse a ellas. Lejos asimismo del objetivo de incentivar ese "ardiente deseo de toda mente pensante" a hacer el mundo inteligible, objetivo que el físico Max Born consideraba como el auténtico motor de la ciencia, y en consecuencia de la educación científica.
Es bien sabido que la actitud interrogativa que caracteriza a los niños a menudo, desconcierta y hasta irrita a los mayores. Por supuesto que, muy frecuentemente, tal actitud no refleja sino un interés trivial por asuntos perfectamente contingentes. Pero, haciendo una criba suficientemente fina, en el discurso del niño cabe percibir el meollo de alguna de las interrogaciones más elementales, y a la vez más radicales, a las que se enfrenta la humanidad. De ahí que luchar contra las trabas sociales que mutilan esta potencialidad del niño constituya la primera de las exigencias éticas.
De todo aquello en lo que pueda jugar un papel el nivel educativo, nuestros legisladores privilegian "la capacidad de competir con éxito en la arena internacional". No parece pasarles por la cabeza la posibilidad de una ordenación social en la que el ciudadano no esté determinado por la necesidad de abrirse pasos a codazos con el fin de alcanzar esas ventajas competitivas de las que la educación sería instrumento.
Mas la tesis de que las bases de este horizonte social en el que nos desenvolvemos son tan inevitables como los principios que rigen el orden natural, y por eso sería absurdo luchar contra ellas, tiene como corolario el que nunca se dará la situación en que para los ciudadanos en general, y no tan sólo para un sector o una élite, "esté resuelto lo relativo a la naturaleza y al ornato de la vida". Condición esta que
Aristóteles situaba como necesaria para que se desplegara el pensamiento y en general todo aquello que es fundamental para la existencia específicamente humana. Transcribo las líneas clave de este texto cuya lectura tantas veces ha vivificado la irreductible exigencia de libertad.
"...Pues los hombres empiezan y empezaron siempre a filosofar movidos por el asombro. Al principio su asombro es relativo a cosas muy sencillas, mas poco a poco el asombro se extiende a más importantes asuntos, como fenómenos relacionados con la luna y otros que conciernen al sol y las estrellas y también al origen del universo. Y el hombre que experimenta estupefacción se considera a sí mismo ignorante (de ahí que incluso el amor de los mitos sea en cierto sentido amor de la sabiduría, pues el mito está trabado con cosas que dejan al que escucha estupefacto). Y puesto que filosofan con vistas a escapar a la ignorancia, evidentemente buscan el saber por el saber y no por un fin utilitario. Y lo que realmente aconteció confirma esta tesis .Pues sólo cuando las necesidades de la vida y las exigencias de confort y recreo estaban cubiertas empezó a buscarse un conocimiento de este tipo, que nadie debe buscar con vistas a algún provecho. Pues así como llamamos libre a la persona cuya vida no está subordinada a la del otro, así la filosofía constituye la ciencia libre, pues no tiene otro objetivo que si misma".
Víctor Gómez Pin,
Asuntos metafísicos 2: Lo que impide pensar ..., El Boomeran(g), 13/08/2013