Avance sobre un problema central: ¿una naturaleza independiente del hombre dónde el azar no cabría?
A modo de ejemplo de temas de lo que aquí nos va a ir ocupando avanzaré en tres columnas (esta y las dos siguientes) algo sobre el problema filosófico del realismo, precisando que la cuestión no será abordada de manera precisa más que al final de estas reflexiones sobre asuntos metafísicos y, espero, enriquecida por las mismas.
Citaba en una de las columnas anteriores al físico John Bell reconociendo que los físicos quisieran en el fondo "poder tener un punto de vista realista sobre el mundo, hablar del mundo como si realmente estuviera ahí cuando no es observado". Sugería que retomar este problema con todas las armas que confiere la ciencia de nuestro tiempo constituye uno de los retos mayores de la filosofía. Obviamente al ver que se cita a un científico de la talla de John Bell para evocar un problema filosófico central, eventualmente el lector puede sentirse abrumado por la complejidad de los instrumentos de los que el filósofo debería disponer. Debo insistir sin embargo en que el problema es en sí muy elemental, que todo el mundo está en condiciones potenciales de abordarlo y que probablemente ya lo ha abordado alguna vez. Todo el mundo ha visto cogido por la cuestión del realismo, al menos bajo la forma siguiente:
¿Hay o no hay una realidad física exterior, que seguirá tras mi eventual desaparición y la desaparición de todos los demás humanos, cuya percepción de esa realidad coincide aparentemente con la mía? Los instrumentos para responder en uno u otro sentido a esta pregunta cubren hoy miles y miles de páginas de sesudas revistas filosóficas o científicas y han sido esgrimidos como armas por algunos de los pensadores más importantes del siglo veinte...pero la pregunta sigue siendo sencillísima y cualquier persona es susceptible de sentirse interpelada por la misma, hasta el punto quizás de que, si su vida material y social se lo permitiera, acuciado por tal interrogación, empezaría a ahondar en los escritos eruditos, y se dotaría de los argumentos para entenderlos. Disposición de espíritu por la cual la erudición misma alcanzaría un sentido, pues se mostraría como instrumento para lo que realmente importa y no como fin en sí.
No es fácil desde luego ser realista, o no es fácil serlo a bajo precio. Ya Kant intentaba escapar al reproche de idealista postulando que tras las determinaciones que las cosas presentan ante nuestros sentidos (su color, su impenetrabilidad, su carácter inerte o animado etcétera) las cuales serían resultado de la configuración de lo inmediato por el sujeto del pensamiento y el lenguaje (lo que Kant denomina sujeto "trascendental") están las cosas "en sí", es decir las cosas sin esos atributos que muestran cuando nosotros las percibimos. Este expediente le parecía suficiente para contraponer el idealismo "dogmático" de Berkeley al suyo propio el cual, por prudente y razonable, no rompería los puentes con el realismo. Argumento poco convincente: la postulación por Kant de que hay cosas "en sí" que no coinciden exactamente con las cosas dotadas de propiedades (pues estas se deberían a la elaboración de las mismas por nuestras facultades) le permite salvar los muebles ante un realismo digamos poco comprometido, que se limita a sostener la existencia de algo exterior e independiente de las determinaciones que dan contenido a la percepción sensible y al conocimiento.
Pero el realismo en un sentido estricto y radical es más exigente, pues postula que ese mundo exterior se compone de objetos dotados de atributos con valores bien definidos, que pueden eventualmente ser objeto de observación y hasta de exactas mediciones, pero que de no ser medidos tienen realmente tales atributos. Es más: el realismo, de hecho, tiene tendencia a reivindicar una serie de principios ontológicos complementarios, como el determinismo, la localidad y la individuación, imbricados de tal manera que el fallo a alguno de ellos debilita a los demás. Ocuparse con cierto detalle de estos principios será uno de los objetivos centrales de esta reflexión. En la próxima columna haré una primera aproximación vinculándolos al problema del realismo e intentando mostrar que para un realista cabal (Aristóteles, pero también Einstein) ninguno de estos principios puede ser sacrificado.
Víctor Gómez Pin, Asuntos metafísicos 8, El Boomeran(g), 10/09/2013