Los argumentos independentistas no resisten el razonamiento, están basados en la ilusión y en el sentimentalismo, en la creencia y en la fe, esos dos elementos que sirven para echar a andar una guerra santa pero no para fundar un país. Cada elemento que nos presentan como una razón para la independencia, comenzando por la piedra angular del proyecto que es esa cansina muletilla de "España nos roba", termina siendo una pieza de ficción, que no se corresponde con la realidad y sin embargo se insiste, se escriben artículos, se montan debates, en los medios afines al proyecto, para insistir en que esa pieza de ficción es una razón sólida para la independencia. Cada palo que la cruda realidad pega al proceso independentista, es respondido con una potente carga de ficción diseminada por políticos, locutores y tertulianos, que busca anular, o siquiera disimular, el palo. Cuando la Unión Europea dijo, de manera oficial, con todas sus letras y sin margen para otras interpretaciones, que Cataluña fuera de España quedaría automáticamente fuera de Europa, gobernantes y tertulianos salieron en tromba a matizar esa información. ¿Y cómo puede matizarse semejante pedazo de realidad?
El blindaje frente a la realidad que tiene la ficción independentista me recuerda aquella idea de Fidel Castro: la revolución es como una bicicleta, si se deja de pedalear, se cae. Ahora sustituya usted "la revolución" con "el proceso independentista".
La ficción es tan potente que cuando se informa de que los únicos países que respaldan la independencia catalana son Estonia y Lituania, políticos, locutores y tertulianos salen en bloque a festejar el espaldarazo recibido, lo presentan como el primer brote de un apoyo masivo por venir, y no como el respaldo pírrico que en realidad es; dicho esto con todo respeto para esos dos países.
La ficción es tan poderosa que cuando el president suelta aquello de
I have a dream, para aupar la fiesta multitudinaria de la Diada, a nadie le escandaliza ni el disparatado autoparalelismo con Luther King, ni que la línea potente del discurso apele a un sueño, como en otras ocasiones apela a la ilusión, a la esperanza, a conceptos exclusivamente sentimentales. Esta instrumentalización política de la cursilería no tiene nada que ver con las razones sólidas, serias, que se necesitan para montar un nuevo país, pero es el único elemento con el que cuentan los políticos independentistas catalanes para convencer a la ciudadanía, y cuando los únicos elementos son estos, la ilusión, la esperanza, el sueño, el proyecto empieza a apelar a la fe, a la creencia, a la credulidad de los ciudadanos.
Quizá sea porque nací en Veracruz y me conozco de memoria el discurso político latinoamericano, pero aquí he oído discursos, del president y sus subalternos, que están a un paso, a un milímetro, de la verbosidad mística del comandante Hugo Chávez. ¿Es esta la élite que va a llevarnos hacia la independencia? Si quitamos la mística al proyecto independentista, y nos atenemos a los datos que la realidad nos ofrece, si despojamos al proyecto de toda su ficción, tenemos que una Cataluña independiente sería menos próspera, quedaría aislada de Europa y tendría menos peso político, económico y cultural del que tiene ahora como parte de España. Los políticos tendrán sus motivos para sostener esta ficción, pero ¿nosotros? Usted que no es ni político, ni locutor, ni tertuliano, que quiere el mejor de los mundos posibles para sus hijos, ¿va a creerse eso de la ilusión y del
I have a dream, cuando la pura y dura realidad indica precisamente lo contrario? Me parece que este proyecto independentista, brumoso, acomodaticio, lleno de remiendos y componendas, es poco respetuoso con los catalanes y con los españoles, los ciudadanos de este país merecemos un futuro más decente.
La ficción es la materia con la que trabajamos los novelistas, nuestro oficio es inventar historias; quisiera aprovechar las últimas líneas de esta reflexión para pedir a los políticos independentistas que dejen de invadir nuestro espacio de trabajo y que regresen, cuanto antes, y por el bien de todos, a la realidad.
Jordi Soler,
Independencia y ficción, El País, 13/10/2013
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