El trabajo libera. Estas palabras campeaban en los portones de muchos campos de concentración nazis. Sin embargo, no es necesario el desprestigio de quienes abusaron de la frase para desmentirla. Si algo nos hace libres se trata más bien del sueldo, con el que puede uno sentirse un poco independiente.
Ahora a muchos hombres y mujeres les obligan a trabajar más y a cobrar menos si quieren conservar el puesto. A otros, una cadena de supermercados les ofrece vales de compra para pagarles lo que, según dicen, no pueden remunerar: las horas extras en días festivos. Es el ‘summum’ del espíritu mercantilista: ampliar el negocio y retribuir a los empleados con productos de las propias tiendas. Con vales que, para colmo, caducan.
Parece que muchos quieren que la palabra “salario” recupere su sentido etimológico, de cuando a ciertos esclavos romanos les pagaban con sal. Me pregunto si todo esto que suena tan antiguo es legal. Vana cuestión en un mundo en el que lo que se proponen los más fuertes acaba por serlo. Con nuestro primer sueldo, muchos invitábamos a nuestros amigos a cenar en un restaurante. Si seguimos por este camino, ¿qué tendríamos que hacer? ¿Brindarles la posibilidad de escoger un par de ofertas en el supermercado en el que nos explotan? ¿Un buen salami y un paquete de sal? Pero lo peor es que a estas alturas quizá lo prefieran. Al menos, siguiendo con las etimologías, ya que no un sueldo, se llevarían algo sólido a casa.
Berta Vias Mahou,
El sueldo, ¿en peligro de extinción?, El País semanal, 17/11/2013