by Pablo Amargo |
Lo anterior –ya lo advirtió Eliot– no vale sólo para la literatura; vale para el arte en general: Picasso cambia la pintura de Velázquez y, a su vez, Bacon cambia la de Picasso, igual que Bergman cambia el cine de John Ford y Woody Allen el de Bergman. ¿Vale esto también para la historia? ¿Los grandes acontecimientos cambian también el pasado? Mi impresión es que sí. No es que cambie el pasado en sí mismo (nada alterará los hechos que integran la vida de Julio César, ni que la revolución rusa estalló en 1917 y la guerra civil española en 1936, igual que nada alterará en lo esencial el texto de Moby Dick o las pinceladas de Las meninas); lo que cambia es nuestra percepción del pasado: es decir, por usar los términos de Todorov, no la “verdad de adecuación” –la correspondencia exacta entre lo que decimos y los hechos: “César murió el 15 de marzo del 44 a. C.”–, sino la “verdad de desvelamiento” –la que nos permite captar el sentido de los hechos–. Mi impresión es que sí, digo, pero nunca me animé a escribirlo; ahora, gracias a mi amigo Javier Santana, me entero de que Slavoj Zizek acaba de hacerlo. En efecto, en un ensayo titulado ¿Aún es posible hoy ser hegeliano?, Zizek afirma que el presente nunca es sólo presente, sino que abarca una perspectiva sobre el pasado; éste es modificado por todo gran acontecimiento histórico: así, tras la desintegración de la Unión Soviética, para la mayoría triunfante la revolución rusa ya no es el inicio de una nueva era de progreso, sino un catastrófico desvío de la historia que llegó a su fin en 1991; de igual modo, el cruce del Rubicón hizo que la vida previa de César apareciera como una mera preparación de su papel en la historia del mundo. ¿Y no dota la Guerra Civil de un sentido distinto a las guerras carlistas, o a nuestra entera historia moderna? ¿Y no dota la Transición de un sentido nuevo a la Guerra Civil? Así que lo que vale para la literatura y el arte en general vale también para la historia. ¿Valdrá incluso para nuestras meras biografías? Si así fuera, un hecho indigno podría arruinar una vida correcta, y un hecho digno podría salvar una vida miserable. Si así fuera, existiría la redención, o algo muy parecido. Sería bonito. Añadamos que lo más probable es que Kafka –quien escribió que hay una cantidad infinita de esperanza, sólo que no para nosotros– no creyera en ello
Javier Cercas, El pasado cambiante, El País semanal, 24/11/2013