El 13% de los europeos cree en los horóscopos, el 34% cree que la homeopatía es una buena práctica científica (European Comission, 2005), y son muy pocos los deportistas o estudiantes que se atreverían a enfrentarse a una prueba clasificatoria sin llevar consigo la prenda o pulsera de la suerte. Son solo algunos ejemplos pero nos ayudan a hacernos una idea del impacto de la superstición en la sociedad actual. ¿Por qué seguimos siendo tan supersticiosos?
La tendencia humana hacia la superstición es tan antigua como nuestra propia especie. Basta pensar en las antiguas danzas de la lluvia, por poner un ejemplo del que todos hemos oído hablar. Cuando algo como la lluvia, absolutamente necesario para la supervivencia, nos faltaba, y además estaba fuera de nuestro control, tratábamos de conseguirlo por todos los medios disponibles, incluso bailando. Después llovía (antes o después siempre lo hace), y esta “coincidencia” reforzaba nuestra superstición, luego seguíamos bailando. Parece una tontería pero la cuestión crucial es precisamente esa: atreverse a poner a prueba qué pasará si no bailamos, qué pasará si no compramos el brebaje, qué pasará si… Lo que ocurre es que normalmente no estamos dispuestos a probarlo, seguimos bailando, y reforzando la creencia supersticiosa hasta que algo, o alguien, o la evidencia acumulada durante mucho tiempo, nos obliga a aceptar lo contrario. Numerosas decisiones vitales relacionadas con la salud personal, la economía, la educación, o la elección de pareja se basan en creencias supersticiosas (aquellas en las que el individuo cree ver una relación de causa-efecto que sin embargo no existe) y en creencias pseudocientíficas (aquellas que pretenden ser científicas pero que no cuentan con evidencia empírica que las avale).
Cualquiera que se haya preocupado un poco por los orígenes y la evolución de la superstición se ha tenido que encontrar con una contradicción. Si la superstición es tan mala y perniciosa como aparenta, ¿cómo es posible que la selección natural no se haya ocupado aún de ella? Probablemente debemos recordar antes que nada que no ha habido aún tiempo para ello, nuestro cerebro se ha fraguado en las cavernas y creer en la brujería y en las plantas milagrosas cuando no existía aún la medicina científica era lo mejor, en realidad lo único, que podía hacerse para sobrevivir. Pero lo cierto es que nuestra corta historia evolutiva no es el único motivo por el que seguimos siendo supersticiosos. Intentando contestar a esta pregunta lo primero que nos damos cuenta es que normalmente la estamos planteamos mal. La pregunta correcta no es ¿qué es lo que falla en la evolución para que la superstición, que es tan mala, siga estando hoy en día tan extendida? Sino: sabiendo que la superstición está extendida, ¿qué es lo que ha hecho que en el pasado los individuos supersticiosos hayan tenido más oportunidades de supervivencia (o al menos las mismas) que los no supersticiosos? Dicho de otra forma, ¿cuál es el valor adaptativo de la superstición? ¿Para qué nos sirve?
Hay muchas razones por las que la evolución no se ha ocupado de extinguir el comportamiento supersticioso, y no vamos a poder adentrarnos aquí en todas ellas, pero sí podemos esbozar alguna de las más importantes: ¿se imaginan por un momento a nuestros antepasados de Atapuerca decidiendo que mientras no supieran a qué se debía realmente la lluvia no iban a hacer nada por conseguirla, que se iban a dedicar a observar el cielo y que hasta que pudieran desarrollar una ciencia completa de la meteorología, con la adecuada capacidad predictiva, no iban a hacer nada? Habría sido realmente para matarlos. Sí, sin duda se habría encargado la evolución de matarlos. Sería imposible haber llegado a donde estamos ahora si aquellos antepasados nuestros no hubieran sido más ilusos de lo que mandan los cánones de la racionalidad. Seguro que les resultó mucho más fructífero y productivo (a ellos, pero también a nosotros, que aquí estamos) comenzar a hacer cosas a diestro y siniestro y observar el resultado, aún a riesgo de equivocarse y de mantener determinadas supersticiones basadas en coincidencias hasta que encontraran una explicación mejor. Aquellas acciones que no fueran seguidas por el resultado deseado serían abandonadas. Aquellas que fueran seguidas por el resultado deseado serían reforzadas y se repetirían en el futuro. No importaba que la coincidencia fuera fortuita, o supersticiosa. Era algo por dónde empezar. Incluso podrían transmitirse esos hallazgos de padres a hijos. Es así como funciona nuestro cerebro, es puro aprendizaje. Es perfecto. Ya corregiremos después los posibles errores, pero por el momento, avancemos, no nos paremos. No podemos quedarnos parados porque si hay una sola oportunidad de supervivencia necesitamos aprovecharla. La superstición es un mecanismo perfecto para asegurar nuestra persistencia conductual. ¡Sigue buscando soluciones, no te pares! Si hay una sola oportunidad de conseguir el resultado deseado (comida, cobijo, poder, lluvia…) es mucho más probable que lo logremos haciendo algo que quedándonos parados. Y si hacemos algo, las probabilidades de que haya coincidencias aumentan. Y con ellas aumentan automáticamente nuestras intuiciones causales (a menudo ilusorias), que nos animan a seguir activos.
En cualquier caso, otro día comentaremos cuáles son los peligros de todo esto, porque una cosa es explicar los motivos por los que somos supersticiosos, y otra, muy diferente, es afirmar que la superstición siga siendo buena a día de hoy…
Helena Matute,
¿Por qué somos supersticiosos?, Cuaderno de Cultura Científica, 25/10/2011