La cuestión no se reduce a ser un interrogante y tiene a su vez un tanto de reproche. Conviven de este modo la curiosidad, incluso la voluntad de comprender, con una cierta constatación de que alguien está distraído. Tal parecería que incluso la sospecha es vacilante. En algún sentido ello constata que desconocemos, y que nos inquieta y nos preocupa. Y lo hace desde diversos lugares y puntos de vista, pero esperemos que en todo caso desde el afecto. Los chicos, las chicas, aquellos a quienes hasta encontramos dificultades para denominar, los chavales, los adolescentes, parecen transitar por caminos que no solo a ellos les sume en una enigmática tesitura. Incluso, si todo les va relativamente bien. No siempre entienden lo que les sucede y lo que les rodea, y nos necesitan, y asimismo no pocas veces nuestro desconcierto también merece subrayarse, atareados en nuestras propias complicaciones.
La confusión de su escala de valores no es indiferente respecto de la nuestra. Y con algún detenimiento no tardaríamos en reconocer en ellos rasgos que no hacen sino corresponder, eso sí a su modo, a lo que podríamos encontrar entre nosotros. Mientras tanto, siempre cabe hacer declaraciones sobre la pérdida de principios y de convicciones. No dejan de ser sensatas ni oportunas, aunque conviene que nos incluyamos.
La sensación de que siempre que se piensa en algo eso distrae denota la concepción que tenemos del pensamiento. Convendría en tal caso, por lo visto, dejarlo de lado y, considerado como un obstáculo, ir directamente a los asuntos. Nada de injerencias, y menos aún de extravíos en análisis y reflexiones, que vendrían a ser poco operativas. Inmersos en quehaceres semejantes, la irrupción de seres cuyos sueños y ensoñaciones les hace algo erráticos, poco clasificables, y en cierto modo incomprensibles, pronto nos conduce a la constatación de que están en otro mundo y únicamente piensan en sí mismos. Lo curioso es que tanto se parece al nuestro que en gran medida lo es.
Los intentos por tratar de recordar lo que hemos pasado y nos ha sucedido no parecen resolver el desafío. Si apelamos, con razón, a la experiencia, habría de ser precisamente para no extraer demasiadas conclusiones. Resignarse al estado de cosas, hasta el extremo de conformarse con que estos chavales son ininteligibles, confunde interesadamente y de modo paternalista el misterio con la comodidad. Amparados en que finalmente, más o menos, todos salimos adelante, guardamos nuestros esfuerzos simplemente para el reproche, no exento de nostalgia por situaciones y momentos vividos que no siempre fueron tan impecables.
Mientras tanto, quienes ni siquiera aún podrían llamarse en rigor jóvenes deambulan en sí mismos, requiriendo lo que difícilmente solicitarán explícitamente, pero que es en ellos, en ellas, un verdadero clamor. La búsqueda de referencias, de asideros, de compañía y de sana complicidad, la palabra próxima y austera, la incipiente conversación y el afecto, siquiera la sencilla cordialidad, generan el espacio y son condición de posibilidad para la exigencia sensata y la clara determinación de procurar lo mejor, de requerirlo y de esperarlo. Y de reclamarlo. En efecto, ya lo sabemos, y es cierto que al decirlo nos lo decimos. Y lo necesitamos. Entre otras razones para darnos, para entregarnos. No basta con enunciarlo.
Se trata de procurar el ámbito imprescindible de la casa, que no siempre es un hogar. Y no solo. La tarea no concierne exclusivamente a algunos, aunque les competa singularmente. Y se precisa convicción y apoyo, incluso para ponerse en disposición de buscar comprender. Sin embargo, no para encontrar el alivio y la satisfacción de lo que ya se entiende, sino para participar comprometidamente, que es tanto respetar como intervenir. Son nuestra vida, decimos, pero conviene no olvidar que es la suya.
La amalgama un tanto indiscriminada que constituye la singularidad, no menos personal por parecernos incipiente, comporta una desazón con la que es preciso vivir. Cuando no se acaba de entender, cuando una determinada sensación de soledad y de permanente insatisfacción acompaña la andadura no es fácil asumir que no se es víctima de injusticias e incomprensiones.
Cuando los sentimientos, las emociones, las ilusiones ni siquiera encuentran los cauces adecuados para configurarse, cuando no siempre se disciernen, el desasosiego no es mayor que cuando cree saberse lo que uno desea confundiéndolo sin más con lo que apetece, y definiendo así lo que se prefiere. Y este preludio de adolescencia acompaña a su modo grandes etapas de la vida.
La necesidad de hallar inmediata respuesta parecería ratificar que en caso de darla se es considerado con alguien, que nos importa, lo que conduciría a la percepción de que ser afirmativo es asentir. Y consentir. Sabemos que no es así, si bien las debilidades tienden a encontrarse. Y la complicidad no escrita de la comodidad también se comparte. No siempre se hace manifiesta, pero una alianza no explícita parece aceptar que vaya lo uno por lo otro.
La voluntad de comprender sin entender bien puede tornarse actitud de indiferencia emboscada de respeto. Sin embargo, no faltan quienes entregan mucho más que su tiempo irrepetible de vida, compartiéndola en la compleja travesía de ir cerca, de caminar al lado, de quienes quizás aparentan indolencia. Y tal vez la sienten y la muestran. Deducir de ello que no nos precisan puede ser tranquilizador, aunque no es atinado. Un mensaje permanente de búsqueda, una llamada, un requerimiento constante adopta en ocasiones la forma displicente de una distancia que es preciso reconocer y recorrer constantemente.
Sin duda, las ocupaciones dificultan la consideración para con los demás, la entrega siquiera de los tiempos y momentos exigidos para su atención y su escucha. También otras formas de dedicación menos prestigiosas resultan elocuentes. Importar, sentir que se importa, es decisivo. Y ello adopta no pocas veces la forma de la palabra concisa, ajustada y coherente. Ahora bien, eso implica asimismo formas de vida y determinados comportamientos. Únicamente así la emoción, la intensidad y la pasión acompañarán su necesario esfuerzo. Y no simplemente para ser más eficientes, sino para estar más vivos,
Quizás aprender a no desenvolverse en una permanente distracción conlleva toda una vida. Centrarse en algo, ocuparse con alguna constancia en una labor, es ya atisbo de las exigencias del concepto. No siempre son las que esperamos y deseamos y no deja de ser importante abrir otras posibilidades, despertar nuevas inquietudes y horizontes. Y se trata de enseñar y hay quienes saben hacerlo, y lo hacen. Pero la paciencia del concepto no ha de ser superior a la nuestra. Ni a la que parecemos tener con nosotros mismos. El enigma de un silencio, que siempre a su manera les acompaña, hace de ellos, de ellas, nuestros chavales, algo bien alejado de una posesión. Son bien suyos. Como corresponde. Todo late en cada uno singularmente, no solo por su peculiaridad. No son simplemente los chicos y las chicas. Es él, es ella, cada quien, cada cual, todos y cada uno, todas y cada una. ¿En qué estaremos pensando?
Ángel Gabilondo, ¿En qué estarán pensando?, El salto del Ángel, 14/02/2014