En mi opinión, nuestra sociedad ha construido tres firmes racionalizaciones para justificar la agresión maligna: el culto al
macho, la glorificación de la competitividad y el principio diferenciador de
los otros. Estas tres disculpas o pretextos para la violencia reflejan valores muy extendidos de nuestra época.
La cultura actual idealiza la
hombría, celebra los atributos duros de la masculinidad, los estereotipos viriles, las imágenes provocadoras del
macho bravío. Esta figura suele estar representada por el hombre agresivo, implacable, duro y despiadado. (...)
La glorificación de la competitividad es el segundo ingrediente cultural que fomenta la violencia. Hoy sufrimos hambre de concurso. En nuestra cultura se exalta la rivalidad y se admira el triunfo conseguido en situaciones de enfrentamiento que siempre requieren un vencedor y un vencido. (...) El argumento de que vivimos en lucha continua en la que los fuertes sobreviven mientras los débiles perecen en el intento es promulgado sin cesar por los medios de comunicación. (...)
La tercera racionalización cultural promotora de violencia se basa en el principio de
los otros. Esta proposición postula que existen grupos de personas con las que no tenemos nada en común, ni siquiera una parte discernible de humanidad. No sólo son estos grupos profundamente diferentes a nosotros, sino que, secretamente, son además menos valiosos, menos morales, menos buenos. (...) De hecho, la creencia o el deseo de que los grupos
diferentes están afligidos por defectos repulsivos nos da permiso para rechazarlos, deshumanizarlos, demonizarlos y cometer actos violentos contra ellos.
Luis Rojas Marcos,
El cultivo de la violencia, El País, 24/09/1995