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En Tiene arreglo vibra la emoción, estallan sollozos de alegría y se da rienda suelta a la compasión y al agradecimiento. Es difícil resistir una llamada que se dirige a nuestros centros emocionales más soterrados y que provoca respuestas entusiastas de generosidad y solidaridad. Efectivamente, un programa de este tipo desmiente la tradicional teoría económica que afirma que a los seres humanos los motiva fundamentalmente su propio interés. Los biólogos saben que no es así. Diversos estudios confirman que la mayoría de la gente participa gustosa en actos de cooperación para beneficiar a otros aunque signifique incurrir en costes personales (dinero, tiempo, etc.).1
Que los padres favorezcan a los hijos no tiene nada de misterioso. Compartimos con ellos el 50% de nuestra carga genética. Destinarles recursos es propiciar la única forma de inmortalidad que un biólogo puede entender. También es comprensible la solidaridad con los parientes cercanos y con los miembros del propio grupo. Lo que ya no es inmediatamente entendible es la solidaridad o el altruismo con los extraños.
Las pesquisas dedicadas a dilucidar la cooperación humana se centran tradicionalmente en entender ese “misterio”. Para la llamada “hipótesis del gran malentendido” (big mistake hypothesis), la cooperación con desconocidos es posible porque tenemos unos mecanismos cognitivos que evolucionaron a medida que los seres humanos descubrieron que colaborar con los extraños resultaba necesario para la supervivencia y la procreación. Nos hicimos más solidarios al volvernos más interdependientes.
¿Qué sostiene, cómo se compensan esas tendencias tan costosas en los individuos? Aunque la socialización sin duda juega un papel muy importante, y no son desdeñables los sentimientos de orgullo relacionados con el deseo de buena reputación –como ya explicó Darwin en El origen del hombre–, tiene que haber resortes evolutivos que consigan que el comportamiento prosocial sea gratificante: que incluso a individuos poco socializados o aún no socializados les resulte muy satisfactorio dar a los demás. Como los niños. Existen estudios2 que sugieren que los niños muy pequeños (toddlers) muestran más felicidad cuando dan que cuando reciben. Es más, hasta para estos pequeños la recompensa es mayor cuando la generosidad es más costosa. Ofrecer dinero o favores activa las regiones del cerebro asociadas con la gratificación.
Las propiedades placenteras del comportamiento social costoso son el mecanismo más probable para que se desencadene en los humanos esa cooperación. Hasta extremos sorprendentes y contraintuitivos. Diversos estudios aseguran que quienes dan desarrollan sentimientos de vinculación afectiva mayores que quienes reciben. Hasta el punto de que si uno quiere aumentar o mantener el flujo de sentimientos positivos por parte de alguien debe asegurarse de que le haga o le siga haciendo regalos.3 Tu amigo no te va a querer mucho más porque le vuelvas a prestar dinero. Tú sí.4 De hecho, hay trabajos que sugieren que los sentimientos de obligación que lleva implícito el agradecimiento pueden volverse en contra del generoso.5 Existe un tenebroso ejemplo del refranero que dice: “¿Por qué me odias si no te he hecho ningún favor?”
Los sentimientos de placer y de gratificación asociados a hacer el bien pueden poner en marcha maquinarias sorprendentes. Se destinan miles de millones de euros, muchas veces sin exigencia de criterios razonados, a ayudar al necesitado. En su libro Ayuda muerta (Gota a gota, 2012), Dambisa Moyo afirma que Occidente ayuda a África sin preocuparse por la corrupción que estimula o el hundimiento de los mercados locales que provoca la llegada masiva de mercancías del exterior. “Estamos en la absurda situación en la que el donante tiene una necesidad más grande de donar que el beneficiario de recibir”, asegura.
En cierta manera, Tiene arreglo no es un programa para los que piden, sino para los que donan. Y por ello son protagonistas la jubilada de Barcelona que da dinero para la silla de ruedas de una jovencita de Burgos, o el pequeño empresario gallego que se compromete en pagar el alquiler de un año a la pareja que se ha quedado en el paro. Son personas que sienten la cálida emoción de realizar un acto prosocial producto de largos años de evolución. Por eso, una de sus expresiones más comunes es: “No. Tú me has hecho feliz a mí.”
Vale la pena resaltar que algunos estudios matizan la inclinación generosa. La filantropía es más probable cuando el dador percibe al necesitado como miembro de su círculo moral.6 Este puede ser muy próximo: alguien de la comunidad religiosa o del terruño. Otros van mucho más allá haciendo hincapié en la condición humana, incluso de la “especie”. El programa de TVE se alimenta sin duda de la aún existente “trama de afectos” hispana, pues apela de manera recurrente a las complicidades de unos ciudadanos que se sienten parte de un conjunto, aunque no se manifieste siempre de forma explícita. Tiene arreglo tal vez nos está diciendo que muchos desencuentros y malentendidos que nos han causado las malas políticas todavía tienen solución.
María Teresa Gimenez Barbat, La biología del altruismo, Letras Libres, Enero 2014
1 Recordemos que España es uno de los países con más donación de productos biológicos, órganos o sangre.2 http://www.plosone.org/article/info:doi/10.1371/journal.pone.0039211.3 Horan, S. M., y Booth-Butterfield, M., “Investing in Affection: An Investigation of Affection Exchange Theory and Relational Qualities”, Communication Quarterly, vol. 58, núm. 4, octubre de 2010.4 Aunque esto está relacionado más bien con el llamado sunk cost o “fondo perdido”.5 Goei, R., y Booster, F. J., “The Roles of Obligation and Gratitude in Explaining the Effect of Favors on Compliance”, Communication Monographs, 72 (3), 2005, pp. 284-300.6 http://greatergood.berkeley.edu/pdfs/GratitudePDFs/ 8McCullough-GratitudeMoralAffect.pdf