Molecularización. Creo que se ha producido una transformación fundamental en la escala en que imaginamos la vitalidad. ¿Qué es la vida? ¿Qué son los procesos vitales? ¿Cómo debemos representárnoslos?
Hemos pasado de una escala de representación de la vida a otra, de ver el nivel molar a ver el nivel molecular.
¿Por qué es importante el surgimiento de lo que podríamos llamar, con Ludwik Fleck, un estilo de pensamiento molecular?
Es importante porque en el momento en el que empezamos a visualizar los sistemas vivos como formaciones de componentes moleculares, las propiedades de los cuales vienen determinadas por la química, la física o las cargas eléctricas —propiedades materiales, mecánicas—, la vida deja de ser un misterio. La vida, desde esta visión, deviene mecanismo. Cualquier aspecto de la actividad de una célula puede, al menos en principio, ser explicado a este nivel mecánico. Y no es sólo que esta forma de pensamiento pretenda haber terminado por siempre con el vitalismo —con todo lo dicho sobre el élan vital. No es sólo que nos hayamos alejado de este tipo de vitalismo sino que nos hemos alejado, al menos en principio, de la creencia que para la explicación de cualquier proceso vital se requiera algo más que una comprensión de las propiedades físicas de los componentes y sus interacciones. Somos capaces, en principio, de tomar un cuerpo humano, analizarlo anatómicamente hasta el nivel molecular y verlo como un conjunto de interrelaciones mecánicas entre sus partes —en nada distinto, en principio, de un motor de automóvil o un televisor. En el momento en que es posible el desensamblaje de las propiedades vitales a este nivel, uno puede—por lo menos en la imaginación— ensamblarlos de un modo distinto. La vida se convierte en algo susceptible de cierto grado de ingeniería. Lo hemos visto en las técnicas de reproducción asistida, en las cuáles, en principio, es posible observar la secuencia completa del DNA de un gameto —un óvulo o un espermatozoide—, y no sólo decidir si reimplantarlo o no, sino incluso cómo modificarlo antes de reimplantarlo. En el marco de este tipo de pensamiento, en principio, aunque aún no en la realidad, se puede saber exactamente qué deseamos hacer y cómo conseguirlo.
Este nuevo potencial de la ingeniería biológica ha llevado a algunos a creer que estamos entrando en una nueva era. Ian Wilmut, el responsable de la clonación de la oveja Dolly, escribió hace un par de años su autobiografía, titulada: Dolly y la segunda creación. Se discute mucho sobre qué o quién fue el responsable de la primera creación, pero parece que Ian Wilmutt fue el responsable de la segunda. Quizás hayan visto, en la portada de la revista Science, la imagen de Craig Venter —responsable de la síntesis de la primera célula artificial utilizando la técnica de la biología sintética— dando vida a nuevas criaturas con la chispa divina de sus dedos. Estos biólogos aparecen ahora en los medios como figuras casi divinas. Ian Wilmut dice, en este libro, que la expresión biológicamente imposible ha perdido su sentido. Nada es biológicamente imposible. En principio, podemos hacer en biología cualquier cosa. Los límites de lo que podemos hacer con nuestra biología no están fijados por la naturaleza, sino por nosotros mismos. Según Wilmut estamos de lleno en la era del control biológico. Aunque sabemos que esto es una fantasía. La naturaleza dice «no» mucho más a menudo que «sí» a muchos experimentos llevados a cabo por científicos y tecnólogos. Pero este sueño, esta creencia en las posibilidades de la ingeniería en las ciencias de la vida es un aspecto central de la biopolítica contemporánea.
Nikolas Rose, Las políticas de la vida en el siglo XXI, en Anna Quintanas eds., El transfondo biopolítico de la bioética, Documenta Universitaria, Girona 2013
Transcripción del seminario que el autor realizó en la Universidad de Girona del 7 de octubre de 2011 (sesión matinal).