Bioeconomía. La inversión ofrece posibilidades para la investigación, especialmente en el campo de las ciencias de la vida; lo cual no es ni esencialmente bueno ni esencialmente malo. Pero si uno asume una teoría del conocimiento basada en la teoría de la dependencia del camino (path dependence) y uno cree que las cosas se hacen realidad sólo si se investigan, y que otras cosas podrían ser una realidad si fueran investigadas, entonces, claramente, serán precisamente las áreas donde se intuye que pueda generarse propiedad intelectual o donde se intuye que pueda surgir un rendimiento económico aquellas sobre las que van a llevarse a cabo investigaciones. Y estas son las realidades que van a existir —quizás las curas que se harán realidad— y, al mismo tiempo, estas decisiones comprometen aquellas áreas que no van a ser investigadas, aquellas realidades que no van a llegar a existir.
... la bioeconomía proporciona la base potencial para una tercera revolución industrial.
Reflexiones éticas. Este es un modo de entender la vida como algo que contiene un superávit, un valor latente que puede ser extraído mediante su tecnologización. Puede ser extraído porque puede ser capitalizado, almacenado, intercambiado, puede ser puesto a la venta y adquirido en forma de mercancía en la red de la bioeconomía global.
Había una afinidad entre esta forma de organización de la vida económica y todo un conjunto de valores éticos. Entre una forma de extracción, en este caso, el capitalismo temprano y lo que Weber llamaba Lebensführung: una forma de conducirse en el mundo en que vivimos.
Lo que sugiero es que estas preguntas: ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me está permitido esperar?, al menos en parte, hoy en día han adoptado un cariz somático. Es decir, son nuestro soma, nuestro genoma, nuestros neurotransmisores, nuestro cuerpo, nuestra biología los que articulan las reglas de acuerdo a las cuales podemos vivir. Nos concebimos a nosotros mismos, en parte, en estos términos biológicos y nuestras expectativas y esperanzas están, en parte, moldeadas en términos de estas creencias sobre el mantenimiento de la salud y la prolongación de nuestra existencia terrenal. Y es a causa de estas relaciones que la nueva forma de biocapitalismo puede llegar a parecer éticamente virtuosa. En mi opinión, esta economía ético-somática parece tener una afinidad electiva con el biocapital, una afinidad electiva del tipo del que habló Max Weber. Sólo porque la vida misma ha adquirido una importancia ética tan evidente —y las tecnologías para el mantenimiento y la optimización de la vida pueden ponerse a disposición de esta ética—, puede el biocapital afianzarse de tal modo en nuestra economía de la esperanza, en nuestra imaginación y en nuestras creencias sobre un beneficio virtuoso.
Nikolas Rose, Las políticas de la vida en el siglo XXI, en Anna Quintanas eds., El transfondo biopolítico de la bioética, Documenta Universitaria, Girona 2013
Transcripción del seminario que el autor realizó en la Universidad de Girona del 7 de octubre de 2011 (sesión matinal).