La igualdad real de mujeres y hombres no se conseguirá mientras que no revisemos las relaciones entres los espacios público y privado, así como los roles y trabajos que asumimos todavía de manera diferenciada en uno y en otro ámbito en función de nuestro sexo. Es decir, la democracia auténticamente paritaria no será una realidad mientras que no superemos las clausulas de un 'contrato sexual' que mantuvo durante siglos a las mujeres subordinadas en el ámbito familiar y condenadas a desempeñar unos trabajos, los de cuidado, carentes de reconocimiento social y económico.
De acuerdo con este pacto, el hombre pudo proyectarse de manera plena en lo público, mientras que ellas mantenían los vínculos emocionales de la familia y asumían de manera prácticamente exclusiva la ardua tarea de criar y educar a los hijos y a las hijas (en este sentido resulta clarificador el último ensayo de Almudena Hernando titulado
La fantasía de la individualidad). De esta manera, el modelo dominante fue el del padre ausente, volcado en su función de proveedor, el héroe que volvía a casa después de la batalla diaria y se encontraban a sus descendientes dormidos tras el cuento que les había contado la madre. Un padre encargado de mantener el orden y la autoridad, además de forjado en la renuncia a las emociones y en la huida de la vulnerabilidad.
En el presente siglo resulta más urgente que nunca poner el foco en los espacios privados y, muy especialmente, en el papel que los hombres deberíamos tener en ellos. Partiendo del indudable avance que en los últimos años ha supuesto la asunción por muchos de nosotros de un ejercicio de la paternidad que nada tiene que ver con la que tradicionalmente nuestros padres habían ejercido con nosotros. Sin embargo, todavía estamos lejos de un ámbito familiar en el que las responsabilidades sean compartidas de manera efectiva entre madres y padres, además de lo mucho que nos queda por aprender en eso que las feministas latinoamericanas denominan
maternaje. Esta auténtica revolución, porque erosiona uno de los núcleos del patriarcado, necesita por supuesto compromiso personal pero también impulso público. Y este impulso debe partir de entender que la conciliación no es solo cosa de mujeres, y que por tanto no se puede seguir alentado el modelo tan generalizado de
superwomen con doble y hasta triple jornada laboral. Es necesario fomentar la participación masculina en los cuidados, así como la femenina en el ejercicio de la autoridad. Un reto que debería tener como principal aliada una educación que se tome la igualdad de género en serio, pero que también necesita de medidas legislativas concretas como el
reconocimiento de permisos para cada progenitor, iguales, intransferibles y pagados al 100%, en el caso de nacimiento y adopción.
Esta debería ser la reivindicación de un día del padre que, superando el almíbar heteronormativo y patriarcal que nos venden los grandes almacenes, sirviera para iluminar unas políticas de igualdad que siguen sin tener en cuenta la necesidad de revisar un modelo de masculinidad del que derivan muchos de los factores que hoy siguen provocando discriminaciones de las mujeres. Lo cual, a su vez, pasaría necesariamente por reconocer las diferentes maneras de ser hombre y por tanto también las diversas formas de vivir y ejercer la paternidad.
Solo entonces, por ejemplo, cabría hablar con plena legimitidad de la custodia compartida y solo así llegaríamos a un nuevo pacto en el que tanto ellas como nosotros resultaríamos ganadores. Ellas porque tendrían condiciones más óptimas para desarrollar sus proyectos personales y nosotros porque recuperaríamos una parte de nuestra personalidad a la que siempre hemos renunciado por imperativo de los mandatos de género. Una conquista que nos haría gozar y crecer gracias a nuestro papel también como proveedores de afectos.
Octavio Salazar,
Los padres igualitarios, Mujeres, 18/04/2014Ilustraciones: campañas en favor del padre igualitario, por
Ayuntamiento de Jerez, PPiiNA y Grupo de Hombres por la Igualdad de Álava.