En los años cuarenta (del siglo pasado), cuando el autismo fue descrito por primera vez, se hizo evidente que la mayoría de idiots savants eran de hecho autistas, y que la incidencia de ese fenómeno entre los autistas –casi un diez por ciento- era casi doscientas veces superior a su incidencia entre los retrasados mentales, y mil veces mayor que entre la población en general. Además, quedó claro que muchos idiots savants autistas poseían múltiples talentos: musicales, mnemotécnicos, gráfico-visuales, de cómputo, etcétera. (pág. 242)
Es característico de la memoria de los idiots savants (en cualquier esfera: visual, musical, léxica) que sean prodigiosamente retentivos con los detalles. Lo grande y lo pequeño, lo trivial y lo importante, pueden mezclarse indiscriminadamente, sin ningún criterio de orden, de diferencia entre lo que está en primer o segundo plano. Hay poca disposición a generalizar a partir de estos detalles ni a integrarlos entre sí, según criterios causales o históricos, o con el yo. En una memoria de este tipo (la considerada memoria concreta-situacional o episódica) tiende a existir una relación inamovible entre escena y tiempo, entre contenido y contexto, de ahí la asombrosa capacidad de evocación literal tan común entre los idiots savants autistas, así como sus dificultades a la hora de extraer los rasgos sobresalientes de estos recuerdos concretos, a fin de construir una idea o memoria general. (…) Jame Taylor Mc Donnell, autora de News from the Border: A Mother’s Memoir of Her Austistic Son, dice de su hijo: “Paul no era capaz de generalizar a partir de los detalles de su experiencia de la manera habitual, como hace casi todo el mundo. Cada momento parece destacar en su mente de manera clara, casi sin conexión con los demás. De manera que nada parece perderse en el proceso.” (págs.. 248-249)
Todos (los savants) poseían una verdadera inteligencia, aunque de un tipo especial, limitada a determinados ámbitos cognitivos. De hecho, (…) proporcionan la prueba más irrefutable de que puede haber muchas formas distintas de inteligencia, todas potencialmente independientes entre sí. El psicólogo Howard Gardner lo expresa en Frames of Mind:
En el caso del idiot savant … observamos la rara conservación de una habilidad humana en contraste con un funcionamiento mediocre o extraordinariamente retrasado en otros dominios … la existencia de estas poblaciones nos permite observar la inteligencia humana en un relativo –a veces espléndido- aislamiento.
Gardner postula una multitud de inteligencias separadas y separables –visual, musical, léxica, etc.-, todas autónomas e independientes, cada una de ellas con su propia capacidad para aprehender las regularidades y estructuras de cada dominio cognitivo, sus propias “reglas” y probablemente sus propias bases neurales.[1]
A principios de los ochenta esta idea fue puesta a prueba por Beate Hermelin y sus colegas, explorando los diversos talentos de los savants. Descubrieron que los savants visuales eran mucho más eficientes que las personas normales a la hora de extraer rasgos esenciales de una escena o dibujo y a la hora de dibujarlo, y que su memoria no era fotográfica ni eidética, sino categórica y analítica, dotada de capacidad para seleccionar y captar “rasgos significativos”, utilizándolos para construir sus propias imágenes. (págs. 275-276)
Antes de todo esto había existido cierta tendencia a ver las habilidades de los savantscomo algo extraordinario, propio de un monstruo de feria; pero ahora regresaban al ámbito de lo “normal”, y se diferenciaban de las habilidades ordinarias sólo en el hecho de estar aisladas y realzadas en alto grado.
¿Pero realmente se parecen las facultades de los savants a las de las personas normales? (…) No es sólo que sus prestaciones sean estadísticamente desproporcionadas, o resulten increíblemente precoces en su primera aparición (…), sino que parecen desviarse radicalmente de las pautas de desarrollo normal. (…)
El reverso de esa prodigiosidad y precocidad, de esa cualidad nada infantil de los talentos de los savants, es que no parecen desarrollarse como los de las personas normales. Están ya perfectamente desarrollados desde el principio. (…)
Vladimir Nabokov poseía, además de muchos otros talentos, un prodigioso don de cálculo, pero éste desaparició repentina y completamente, escribió el propio Nabokov, tras una alta fiebre acompañada de delirio, a la edad de siete años. Nobokov opinaba que ese don de cálculo, que le vino y le desapareció tan misteriosamente, tenía poco que ver con “él”, y parecía obedecer a leyes propias: era cualitativamente distinto de todas sus demás aptitudes.
Los talentos normales no llegan y desaparecen de ese modo; muestran un desarrollo, persisten, aumenta, adoptan un estilo personal y acaban siendo cada vez más inseparables de la mente y la personalidad. Carecen del aislamiento peculiar, de esa impermeabilidad a cualquier influencia y del automatismo de los talentos de los savants. (pág. 276-279)
Normalmente hay un poder unificador de cohesión (Coleridge lo llama poder “esemplástico”) que integra todas las facultades separadas de la mente, integrándolas también con todas nuestras experiencias y emociones, de manera que asumen una configuración extraordinariamente personal. Es un poder global o integrador que nos permite generalizar y reflexionar, desarrollar la subjetividad y un yo consciente de sí mismo.
Kurt Goldstein, especialmente interesado en dicha capacidad global, se refería a ella como “la capacidad de abstracción y categorización” o “disposición para la abstracción” del organismo. Parte del trabajo de Goldstein versaba sobre los efectos de las lesiones cerebrales, y descubrió que siempre que existía un amplio daño cerebral, o que afectaba a los lóbulos frontales del cerebro, solía existir, por encima del deterioro de las facultades específicas (lingüística, visual, la que fuera), un no menos grave deterioro de la capacidad de abstracción y categorización. (págs.. 279-280)
Goldstein equipara enseguida “inteligencia” con la capacidad de abstracción y categorización, con la capacidad conceptual, y considera todo los demás como patológico, estéril. Pero existen formas de salud, de inteligencia, distintas de las conceptuales, aunque neurólogos y psicólogos rara vez les hagan justicia. Existe la mímesis, en si misma una capacidad de la inteligencia, una manera de representar la realidad con el cuerpo y los sentidos de uno, una capacidad exclusivamente humana de no menos importancia que los símbolos o el lenguaje. Merlin Donald, en Origins of the Modern Mind, ha especulado que las capacidades miméticas de modelado, de representación interior, de tipo no verbal y no conceptual, pueden haber sido un modo dominante de cognición durante un millón de años o más en nuestro inmediato predecesor, el Homo erectus, antes del advenimiento del pensamiento abstracto y el lenguaje en el Homo sapiens. (pág. 295-296)
La creatividad, tal como se entiende normalmente, conlleva no sólo un “qué”, un talento, sino también un “quién”: marcadas características personales, una fuerte identidad, una sensibilidad y un estilo personales que desembocan en el talento, se funden con él, dándole cuerpo y forma. En este sentido, la creatividad implica el poder de inventar, de romper con las maneras existentes de ver las cosas, de moverse libremente en el ámbito de la imaginación, de crear y recrear mundos den la propia mente, y al mismo tiempo de controlar todo eso con una mirada interior crítica. La creatividad tiene que ver con la vida interior, con un flujo de ideas nuevas y sentimientos fuertes. (pág. 297)
Las limitaciones (del savant), paradójicamente, pueden ser también sus fuerzas. Su percepción me parece valiosa, precisamente porque transmite una visión del mundo maravillosamente directa, no conceptualizada. Es posible que sea limitado, raro, extravagante, autista; pero posee el don de representar el mundo e investigarlo de un modo especial, de hacer algo que pocos de nosotros hacemos. (pág. 299)
Oliver Sacks, Un antropólogo en Marte. (Prodigios), Anagrama, Barna 1997
[1] En una enfermedad congénita poco usual, el síndrome de Williams, existe una asombrosa precocidad verbal (y social) combinada con defectos intelectuales (y visuales): una extrema dispersión entre diferentes inteligencias. La combinación de los dones lingüísticos con la deficiencia intelectual es especialmente sorprendente: los niños con el síndrome de Williams a menudo parecen excepcionalmente serenos, locuaces e ingeniosos, y sólo gradualmente se observa en ellos este déficit mental. (…)