Ahora bien, si hay algo en el marxismo que se ha entendido fatal, eso es la plusvalía. Cuando enseñaba la filosofía de
Marx en bachillerato, estaba harta de oír por todas partes que la explotación consiste en pagar salarios injustos, y que por ello es por lo que la plusvalía de una empresa crece. No es así.
Marx considera que todo proceso productivo hace crecer la suma del valor de todos los elementos que se invierten (materias primas, edificios, maquinaria, trabajo), y ese valor de más es la plusvalía. La explotación consiste en que la plusvalía revierte económicamente sólo a favor de los dueños de los medios de producción y nunca a favor de los asalariados. De manera que la contribución de los trabajadores al aumento del valor no viene compensado, sólo se benefician y se enriquecen los capitalistas.
Históricamente, la crítica social del marxismo, en concreto en lo que se refiere al aumento de la plusvalía y su injusta apropiación por parte del capitalista, ha dado luz a los impuestos directos, que son una manera de devolver a la sociedad una parte de los beneficios que ella misma ha contribuido a obtener. Pagar impuestos no es hacer caridad sino repartir lo que en parte es de todos.
Aplicada a la ciudad, la teoría de la plusvalía se entiende así: una ciudad, hoy en día, es un lugar de acumulación de capital. Mediante la extensión del suelo urbanizable y la especulación, el capital financiero y las constructoras revalorizan, aumentan el valor del metro cuadrado construido a costa del trabajo de una masa enorme de trabajadores. Sin embargo, esa plusvalía no se convierte en salario ciudadano indirecto, como debería hacerlo en una sociedad más justa e igualitaria. La ciudad no ofrece lo mismo a todos sus ciudadanos y al no pagar ese salario indirecto hace siempre más rico a un segmento de la sociedad. Las ciudades ahora mismo son un teatro de las grandes desigualdades de la sociedad.
Maite Larrauri,
Una o dos ideas, fronteraD, 10/04/2014
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