Somos simios averiados, y nos sentimos tan mal dentro de nuestra propia piel que en muchas ocasiones desearíamos a toda costa dejar de ser lo que somos. Las religiones han explotado este malestar desde hace milenios: ¿y si fuésemos almas inmateriales e inmortales contingentemente encadenadas a un cuerpo desechable? Después, el impulso prometeico y fáustico de la Modernidad europea tomó el relevo, y ha venido proponiendo formas diversas de “mejoramiento humano” y “transhumanismo”. Algunas más bien toscas: el científico ruso Ilyia Ivanov intentó cruzar humanos con grandes simios en los años veinte del siglo XX; el programa eugenésico de la Alemania de Hitler incluía la expansión de la raza aria a través del proyecto Lebensborn de apareamiento selectivo. Luego la cosa subió de tono tras el arranque de la ingeniería genética en el decenio de 1970, junto con el despegue de las tecnologías de la información que estaba teniendo lugar (he analizado estos movimientos “antropófugos”, de huida de la condición humana, en mi libro Gente que no quiere viajar a Marte)[1]. Hoy el transhumanismo es una poderosa corriente cultural en nuestro trágico siglo XXI, el Siglo de la Gran Prueba.[2]
Nuestra propuesta es otra: lejos de huir de la condición humana, se trataría de “trascender” al anthropos precisamente por la vía de la renuncia a la trascendencia. Abrazar la inmanencia, abrazar al otro (humano y no humano), renunciar a la voluntad de dominación. Para ello hace falta una suerte de “conversión” ético-política, sin duda (como la que conjuraba Manuel Sacristán a comienzos de los años ochenta)[3]: pero no hay que pensarla con las grandes mayúsculas del Hombre Nuevo y la Mujer Nueva. Más bien se trataría de (a) anclar la cultura en los valores de cuidado desarrollados por muchas subculturas femeninas bajo el patriarcado;[4] (b) conservar la “sustancia antropológica neolítica” como vienen reivindicando Santiago Alba Rico y Carlos Fernández Liria;[5] y (c ) promover sistemáticamente los valores de compasión, solidaridad y ayuda mutua en la perspectiva de una “moral de larga distancia”,[6] recogiendo aquí la rica herencia de las éticas de la compasión que han desarrollado las religiones universalistas (como el budismo, el judaísmo, el cristianismo o el islam), así como las éticas de la solidaridad desarrolladas por los movimientos emancipatorios que en la Edad Moderna lucharon contra el patriarcado, las sociedades de clase y el capitalismo.
Y ¿vamos a conseguir lo anterior? Uno diría que probablemente no. Demasiado grande es la desproporción de las fuerzas en juego; demasiado intensa la seducción de las propuestas “antropófugas” para demasiada gente socializada bajo el capitalismo neoliberal. Pero es la perspectiva en la que hemos de trabajar para no envilecernos. No tienes ni la menor oportunidad, pero aprovéchala, nos intimaban en los ochenta desde el movimiento alternativo alemán.
Jorge Riechmann, una propuesta de "reforma intelectual y moral", como diría gramsci, tratar de comprender, tratar de ayudar, 16/04/2014
[1] Jorge Riechmann, Gente que no quiere viajar a Marte, Los Libros de la Catarata, Madrid 2004.
[2] “En la perspectiva visionaria de Ray Kurzweil, la computación y la tecnología médica convergerán en la capacidad de reparar y reemplazar nuestros cuerpos desde dentro. Afirma que uno de los tropos centrales de la ciencia ficción, el hombre contra la máquina, es falso. En realidad nos fusionaremos con la tecnología y nos convertiremos en máquinas. Llevaremos en la sangre muchos millones de robots de tamaño celular o nanobots que recorrerán nuestro cuerpo patrullando en busca de patógenos y reparando nuestros huesos, músculos, arterias y neuronas. Kurzweil dice que ‘la muerte es una tragedia’. Estos infatigables equipos de reparación aniquilarán enfermedades, reconstruirán órganos ya acabarán con los límites naturales de nuestra inteligencia. Las mejoras genéticas podermos descargarlas de Internet.” Chris Impey, Cómo acabará todo, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2014, p. 106.
[3] Hacia el final de su conferencia sobre “Tradición marxista y nuevos problemas” (impartida en Sabadell en 1983, dos años antes de su muerte), Sacristán insistía en la necesidad de un profundo cambio cultural, introduciendo una idea del Marx de los Grundrisse que continúa siendo axial para cualquier conceptualización que podamos hacer sobre futuras comunidades ecosocialistas: “Un sujeto que no sea ni opresor de la mujer, ni violento culturalmente, ni destructor de la naturaleza, no nos engañemos, es un individuo que tiene que haber sufrido un cambio importante. Si les parece, para llamarles la atención, aunque sea un poco provocador: tiene que ser un individuo que haya experimentado lo que en las tradiciones religiosas se llamaba una conversión. (…) Los cambios necesarios requieren pues una conversión, un cambio del individuo. Y debo hacer observar –para no alimentar la sospecha de que me he ido muy lejos, muy lejos de la tradición marxista— que eso está, negro sobre blanco, en la obra de Marx desde los Grundrisse, la idea fundamental de que el punto, el fulcro, de la revolución es la transformación del individuo. En los Grundrisse se dice que lo esencial de la nueva sociedad es que ha transformado materialmente a su poseedor en otro sujeto y la base de esa transformación, ya más analíticamente, más científicamente, es la idea de que en una sociedad en la que lo que predomine no sea el valor de cambio sino el valor de uso, las necesidades no pueden expandirse indefinidamente. Que uno puede tener indefinida necesidad del dinero, por ejemplo, o en general de valores de cambio, de ser rico, de poder más, pero no puede tener indefinidamente necesidad de objetos de uso, de valores de uso.” Manuel Sacristán, M.A.R.X. (Máximas, aforismos y reflexiones con algunas variables libres), ed. de Salvador López Arnal, Libros de El Viejo Topo, Barcelona 2003, p. 360 y 367.
[4] Una introducción a este enorme asunto en Carmen Velayos/ Olga Barrios/ Ángela Figueruelo/ Teresa López (eds.), Feminismo ecológico, Ediciones de la Universidad de Salamanca 2007.
[5] Sobre la cuestión de la “sustancia antropológica” véase Santiago Alba Rico, ¿Podemos seguir siendo de izquierdas?, Pol-len, Barcelona 2013; y del mismo autor con Carlos Fernández Liria, El naufragio del hombre, Hiru, Hondarribia/ Fuenterrabía 2010.
[6] Véase Jorge Riechmann, “De una moral de proximidad a una moral de larga distancia”, capítulo 6 de Interdependientes y ecodependientes, Proteus, Barcelona 2012.