Quizás usted no haya oído hablar de este ministerio, ni sepa tampoco dónde tiene su sede. Es posible que no sepa quién es el actual ministro de Sufrimiento, y todo eso es extraño, ya que el ministerio de Sufrimiento es el más importante de todos. El ministerio intenta, por todos los medios a su alcance, que no exista ninguna actividad posible que no esté severa y meticulosamente regulada. Trata de prohibir o coartar todas aquellas actividades que traen solaz y esparcimiento y de obligarnos a poner la atención, de forma continuada, en cosas que son externas a nosotros y no nos interesan lo más mínimo. De este modo pretende lograr el ideal utópico de toda Sociedad de Control que se precie: que todos los ciudadanos estén siempre preocupados, que todos se sientan culpables (ya que nadie podría jamás cumplir de manera satisfactoria con todas las reglas a las que está sujeto) y que nadie tenga tiempo ni espacio mental para pensar en las cosas que realmente le interesan.
Pensemos, en primer lugar, que una persona con preocupación crónica es una persona enferma o que acabará por estar enferma. Estamos viviendo una epidemia silenciosa de ciertas enfermedades muy graves, como el asma, la diabetes o la esclerosis múltiple, que están directamente relacionadas con el estrés, la preocupación y la sensación de imposibilidad de hacer lo que se debe y de cumplir con los compromisos. La sensación de «no tener sitio en el mundo» produce la opresión pulmonar que contrae los bronquios y nos deja, literalmente, sin respiración. Las preocupaciones constantes y el nerviosismo, unidos al sedentarismo y al síndrome conocido como AIP (Aburrimiento Institucionalmente Programado), hacen subir los niveles de glucosa y disparan la diabetes.
Pero, ¿cuál es el interés de tener una sociedad de enfermos crónicos? La respuesta es evidente. Un enfermo crónico ha de consumir fármacos todos los días de su vida durante toda su vida. Un enfermo crónico es un ciudadano sometido literalmente a controles periódicos, es decir, un ciudadano controlado. Un enfermo crónico es un ciudadano asustado que ya no tiene el dominio de su vida y que no puede confiar en su cuerpo ni en sus sensaciones: ha de confiar en los gráficos y en los números de los aparatos que le miden y ha de confiar, finalmente, en los protocolos médicos, que ni siquiera son ya personas, el médico como profesional y como consejero, sino estructuras abstractas y generalizadoras.
Un enfermo crónico es una persona asustada, y una persona asustada es una persona que se siente culpable. En la Sociedad de Control posterior al 11 de septiembre, y dentro de la fantasía sádica anglosajona de control absoluto que se ha apoderado del mundo, todos los ciudadanos son culpables. Esta es la manera de liberarse del «miedo» y la «inseguridad»: todos estamos en la cárcel, luego los «terroristas» también están en la cárcel.
Como es imposible cuadrar nuestros gastos con nuestros ridículos ingresos, como es imposible hacer las cosas legalmente sin arruinarse, como es imposible cumplir con todas las normas que tenemos que cumplir, todos los ciudadanos somos culpables por definición. La única forma de no sentirse culpable sería lograr cumplir todos los requisitos y normas que se nos exigen, pero eso es imposible, porque todas las normativas legales y comunitarias que nos rodean no tienen ningún objetivo real ni han sido ideadas para que sean cumplidas: han sido ideadas, precisamente, para que cumplirlas sea imposible, de modo que todos los ciudadanos sean culpables de algo, y lo sepan.
El tercer punto tiene que ver con la atención. La atención es la capacidad más importante del ser humano. Es la luz de la conciencia, lo que nos hace sentir la vida, lo que nos hace ser individuos, lo que nos permite estar en contacto con nosotros mismos, con nuestros deseos y con nuestras emociones. Se trataría, entonces, de crear una sociedad de enfermos crónicos y de ciudadanos asustados y que se sienten culpables para que toda su atención se desvíe y se disperse. Cuando la atención ha de estar en el humor cambiante de las señales de tráfico, en la hora del día a la que enciendo una bombilla o en el documento oficial que tengo que obtener de una página web incomprensible, y todo esto multiplicado de manera exponencial, entonces mi atención se dispersa en miles de tonterías insignificantes y mi vida real desaparece. Ya no puedo estar presente en mi vida, ya no estoy en contacto con mis emociones ni con mis deseos, ya no sé quién soy. Soy sólo un enfermo crónico que tiene que tomar su pastilla diaria (si no lo hace, las consecuencias serán terribles) y, en fin, un ciudadano muy asustado, siempre preocupado y que se siente culpable de todo lo que le pasa.
El ministerio del Sufrimiento que ha decidido, al parecer, hacerse cargo de nuestras vidas, está claramente en contra de nosotros, los ciudadanos; de nosotros, los seres humanos.
Es evidente que estamos siendo castigados. (...) Estamos siendo castigados por un delito que no somos conscientes de haber cometido. Claro que el que es castigado se siente culpable, y el que se siente culpable se convierte automáticamente en culpable. De este modo, el castigo que se nos está infligiendo se explica a sí mismo y se justifica a sí mismo.
Andrés Ibáñez,
El ministerio del Sufrimiento, Revista de Libros, 12/06/2014