La especie humana presenta multitud de facetas en las que destaca sobremanera cada vez que la comparamos con cualquier otra especie de este planeta, y casi todas ellas se encuentran en un único órgano, el órgano que "nos hace humanos”, el cerebro. Entre las tan traídas y llevadas diferencias respecto a otras especies, casi siempre se habla del lenguaje, pero también de la capacidad de razonamiento, del pensamiento abstracto o de la planificación, de la inteligencia al fin y al cabo.
Sin embargo, normalmente no parecemos darle importancia a algo que podría ser la base de todo, el origen de todas esas capacidades tan especiales del ser humano. Porque hasta el lenguaje podría ser fruto de la creatividad. A pesar de su potencial importancia para entender de verdad al ser humano, la atención recibida por esta faceta de nuestro comportamiento ha sido siempre escasa desde el ámbito académico. Quizá sea consecuencia de su naturaleza esquiva, tanto a la hora de ser definida como a la hora de ser susceptible de ser estudiada en un laboratorio. Esta situación está cambiando, principalmente gracias a la mejora constante en las técnicas para visualizar la actividad cerebral y al ingenio de unos cuantos científicos. (...)
Para algunos, la creatividad sería un rasgo más de las personas con cocientes intelectuales excepcionales. Para otros, sin embargo, la creatividad se puede encontrar independientemente del cociente intelectual, y hasta en el mundo animal podríamos encontrar comportamientos creativos. Si aceptamos este segundo punto de vista, estudiar la creatividad en el laboratorio no sería tan difícil, pues no habría que buscar sujetos de estudio entre las muy escasas mentes creativas. Cualquier persona nos podría valer, y bastaría sólo con pedirle que sea creativa para estudiar qué pasa en su cerebro en esos momentos. Una de las pruebas más frecuentes a las que son sometidos los participantes de los estudios sobre creatividad es la de encontrar funciones nuevas para objetos o utensilios ya conocidos. Sirva de ejemplo el de una lata de refresco, ¿qué podemos hacer con ella que sea creativo? Respuestas como la de convertirla en un florero o hacer de ella un pequeño invernadero, se consideran creativas. Lo que demuestran los diversos estudios es que durante estos momentos "creativos” se activan áreas del cerebro que muchas veces tienen que ver con la tarea manual o perceptiva concreta que se este llevando a cabo. Dicho de otra forma, cuando creamos una idea que implica la manipulación manual, nuestras áreas motoras y de orientación espacial se ponen en marcha. Si de lo que se trata es de generar nuevas imágenes o sonidos, nuestras zonas cerebrales encargadas de procesar la visión y el oído son de las más importantes. De ahí que se pueda concluir que la creatividad, en realidad, estaría repartida por todo el cerebro, que no hay una zona especialmente relevante para su desarrollo, al menos no una zona que sólo se encargue de generar ideas creativas. Todo el cerebro, por definición, podría considerarse creativo. Campo para la Neuroestética. Y es que la creatividad es en realidad un campo muy extenso. La mayoría de las veces creemos que sólo se da en el arte, que sólo los artistas son "creadores”. De ahí que en numerosas ocasiones se confundan y entremezclen estos estudios con los de la valoración de una obra artística, presuntamente creativa. En realidad, en este tipo de situaciones cabría más hablar de estética, quizá mejor de Neuroestética, término acuñado por el neurólogo
Semir Zeki para describir los estudios neurocientíficos sobre la apreciación de la belleza; o de la fealdad.
La artística es sólo una entre las muchas facetas de la creatividad que, como ha expuesto el arqueólogo
Hipólito Collado, parece haber dejado su huella desde hace al menos 290 mil años, tiempos anteriores a nuestra propia especie. Pero como decimos, la creatividad puede darse en prácticamente todos los ámbitos del comportamiento humano. Ahí tenemos a
Einstein o a
Newton como ejemplos de mentes altamente creativas en el ámbito científico. Otro paradigma sería también aquel
Homo erectus/ergaster que tuvo la genial idea, hace más de un millón de años, de tallar una herramienta con simétrica tridimensional, el bifaz, auténtica "navaja suiza” a mitad de camino entre la tecnología y la obra artística. Y creativo sería también Ferran Adrià, como en el mismo ámbito lo sería aquel ancestro nuestro que descubrió que la comida cocinada podía digerirse mejor y más fácilmente. Fue aquél no sólo un magnífico invento que ha perdurado en el tiempo, sino que modificó la evolución de nuestro propio aparato digestivo y, como consecuencia, de nuestro propio cerebro. Y con éste, también mejoró a su vez nuestra propia capacidad creativa.
La creatividad, por tanto, está a la orden del día. Probablemente, todos seamos creativos en mayor o menor medida y diariamente tengamos que hacer uso de nuestra creatividad cada vez que nos surge algo inesperado. Pero también parece evidente que no todas las creaciones son igualmente comparables, que unas son más acertadas, más exitosas y más perdurables que otras. Descubrir dónde está en el cerebro el secreto de esas creaciones excepcionales es el gran reto de la neurociencia para los próximos años.
Manuel Martín-Loeches,
Ser humano, ser creativo, el cultural.es, 14/10/2011