La sensación de déjà vu desde el principio de la entretenidísima cinta sci-fi Al filo del mañana, es apabullante. Casi desde el primer segundo, no dejo de preguntarme por qué me resulta tan familiar la secuencia que constituye el núcleo de la historia, a saber: el (anti) héroe se despierta la víspera del día D en un campamento militar, pasa la noche en capilla antes de la batalla, es arrojado (literalmente) a una Omaha todavía más sangrienta que la original, en la que los aliados pierden la batalla, la chica muere a los treinta segundos de aparecer y él no dura ni cinco minutos bajo el fuego enemigo… Un final entre trágico y predecible, más trivial que triste. Lo cierto es que el no-héroe es cobarde, inexperto y nunca tiene oportunidad alguna.
Rebobinamos. Un instante después de su muerte, el héroe se despierta exactamente en las mismas circunstancias de la víspera. Sabe lo que le aguarda y trata de arreglar el desaguisado, pero todo es en vano. Como a la pobre Casandra, nadie le hace caso cuando intenta avisar a los mandos de la escabechina que les espera. Acaba de nuevo en la sangrienta playa, intenta salvar a la chica de su destino y lo único que consigue es llevarse un balazo en el pecho.
Rebobinamos. La tercera vez, el héroe lo hace un poco mejor, aunque tampoco llega muy lejos. Ni la cuarta, ni la quinta, ni la sexta… pero el bucle sigue y sigue y al cabo de los mil intentos, el tipo cobarde e inexperto del principio de la historia se ha transformado en un superhombre, capaz de realizar auténticas proezas, cuya técnica ha adquirido a base de palmarla cada vez que se equivoca y verse condenado, como Sísifo a empujar su piedra, montaña arriba, una y otra vez.
Déjà vu, déjà vu. Hasta que de repente caigo en la cuenta. Recuerdo las horas muertas frente a los videojuegos de la adolescencia, la forma en que uno aprendía los trucos para pasar de nivel, tres pasos a la izquierda, dos a la derecha, agáchate para evitar la bomba, voltereta lateral para esquivar la ráfaga que nos disparan al final del pasillo, apuñala al enemigo que te ataca por la espalda (no vale la pena girarse a mirar, ataca siempre en el mismo sitio, justo al final de la cuarta escalera del segundo salón) párate y cuenta tres antes de salir del refugio si no quieres que te sorprenda Terminator… uno aprendía los trucos a base de paciencia y repetición. La clave del superhombre no era poder especial alguno, sino, precisamente, la maldición de Sísifo. Si en lugar de una sola vida contáramos con millones de ellas, si recordáramos todos y cada uno de nuestros errores, podríamos tratar de corregirlos en el siguiente intento. ¿O no?
De hecho, esa es la clave de la historia, más allá de la estupenda aventura y los magníficos efectos especiales. ¿Y si uno pudiera repetir? ¿Dónde se escondería César aquella mañana de marzo? ¿Se darían cita todavía Francesca de Rímini Y Paolo Malatesta, demasiado enfermos de amor para remediar su desdicha? ¿Qué haría Héctor si tuviera que enfrentarse otra vez a Aquiles? ¿Se acobardaría tras los muros de Troya, sabiendo que el Pélida va a vencerlo, o por el contrario se atrevería de nuevo a plantarle cara? Y después de morir mil veces frente a la muralla… ¿No habría aprendido lo bastante como para derrotarle?
Pero volviendo Al filo del mañana, la razón por la que el héroe regresa al mismo punto cada vez que muere es la existencia de un bucle temporal, cortesía de los aliens. La física de cómo se crea el bucle y la motivación de los malvados pulpos invasores para crearlo es bastante discutible, pero démoslo por hecho y entretengámonos un instante con la paradoja.
Para empezar, el bucle temporal está mejor construido que en otras versiones de la misma idea, ya que está muy bien definido cuándo se cierra (cuando muere el héroe). Así, en cada versión de la historia suceden cosas ligeramente diferentes y a medida que nuestro Sísifo se va volviendo más hábil, inteligente y valeroso, la extensión de su aventura aumenta y se van añadiendo novedades. Si lo pensamos bien, estamos asistiendo a un universo en el que el tiempo también avanza, pero en el que cada instante se ramifica en infinitas posibilidades que el condenado recorre una y otra vez. Instante uno, se lanza a la playa (cae mal). Instante uno (versión dos), se lanza a la playa, cae bien. Instante dos (versión uno), una bala perdida mata a su amigo. Versión dos, salva al amigo pero el intento le cuesta la piel. Versión tres salva al amigo, pero los matan a ambos un segundo más tarde. Versión cuatro, deja morir al otro y sigue adelante. Instante tres, corre hacia la trinchera (aquí se suceden otras mil versiones, cada una de las cuales se ramifica en otras mil). Encuentra a la chica, se asocian, intentan salvar a la humanidad y en la aventura la ve morir miles, millones de veces. Al final la ama con una pasión que supera en mucho a la de Orfeo, a fin de cuentas ha perdido a su Eurídice muchas más veces y en todas ellas ha querido rescatarla en vano del Hades. Todas las posibilidades se dan en cada segundo, casi todas trágicas. Y siempre, cuando llega el inevitable final, rebobinamos. El videojuego empieza de nuevo.
Hace un siglo, los padres de la mecánica cuántica se devanaban los sesos tratando de entender la más profunda de las paradojas de la nueva física. En su versión más popular, esa paradoja se concreta en el destino del gato de Schrödinger. Un desafortunado felino es encerrado en una caja, en cuyo interior, un elemento radioactivo, al desintegrarse, dispara un veneno capaz de matarle. Abandonamos al animal a su suerte y, en la habitación contigua, especulamos sobre su destino. En el siguiente minuto, digamos, existe una probabilidad entre tres, de que se dé esa desintegración. Si se produce, el gato muere. En otro caso, el gato vive. Pero la probabilidad del 30 %, que tiene un sentido fácil de explicar si realizamos el experimento cien veces (en ese caso treinta de los mininos acabarían patitiesos) es más difícil de interpretar cuando se trata de un solo experimento. La función de onda cuántica que describe el estado del elemento radioactivo no se «colapsa» en una estado concreto hasta que se realiza la medida. De ahí que, según la interpretación canónica de la mecánica cuántica, mientras dura el experimento, el gato se encuentra en un curioso «estado mezcla» 30 % muerto y 70 % vivo. Ese estado mezcla solo se resuelve, en oros o bastos, cuando abrimos la caja.
Esa es la llamada interpretación de Copenhague, que por cierto, nunca me entusiasmó. Mucho más atractiva es la hipótesis de Everett, también llamada teoría de los muchos mundos, según la cual, cada posible estado de la función de onda da pie a un universo diferente. Así, cada instante temporal se ramifica en infinitos cosmos. En uno de ellos no es Cristo, sino Judas quien muere en la cruz. En otro los troyanos escuchan a Casandra y queman el caballo de la infamia con todos los aqueos dentro. En un tercero Hitler gana la gran guerra y en otro Ettore Majorana no salta de su barco, aquella noche, camino de Palermo.
Pero en otros, la Tierra no está habitada por hombres, sino por ángeles, o centauros. O no existe la Tierra. En millones de universos el sol explota antes de que el sistema solar pueda formarse. En otros nunca se encienden las estrellas. Las combinaciones son inagotables y las tragedias innumerables. Casi ninguna historia, se sabe, termina bien.
Everett, entonces, nos proporciona un hilo director mucho más rico para entender nuestra historia. El héroe recorre, trabajosamente, cada uno de los posibles mundos en los que se ramifica la función de onda a cada instante. Y en cada paso sufre y muere. La siguiente vez llega algo más lejos, sufre aún más, muere de nuevo. Pero al final del camino, es más valiente, más sabio, más humano.
Sísifo es un héroe clásico y los griegos no se podían quitar el destino de encima. Nunca dejó de empujar la piedra y de verla rodar, impotente, montaña abajo. En cambio, el protagonista de Al filo del mañana, es un héroe moderno, que no se limita a sudar y sufrir, intenta cambiar las cosas una y otra vez. Si los aliens ostentan el poder de los dioses, entonces, sostiene, los dioses tienen que morir para que seamos libres.
No contaré si lo consigue o no, so pena de ser acusado de spoiler, pero sí diré que, vencedor o vencido, este héroe moderno que se revela contra la tiranía de Omega goza de todas mis simpatías. Tiene a su favor, cierto, el recuerdo de los errores pasados, pero quizás, dentro de lo que cabe, todos nos hemos equivocado y a todos, alguna vez se nos ha dado la oportunidad de empezar de nuevo. La lección aquí está clara. Hay un universo posible mejor que este y puede construirse entre todos.
Quizás la historia de la conciencia es similar a la que nos cuenta esta estupenda película, con una ligera diferencia. Imaginen que cada uno de nosotros somos héroes en nuestra particular Odisea. En cada instante suceden cosas que pueden matarnos y cuando eso ocurre el bucle temporal se cierra y regresamos al instante de nuestro nacimiento. En una vida, nuestro primer amor nos traiciona y nuestro yo adolescente muere de un exceso de anfetaminas. En la siguiente lo superamos, apretando los dientes y estudiando para el examen de Álgebra, pero nos atropella un coche camino de la facultad. Un millón de vidas más tarde se cae el avión en que viajamos camino de una conferencia, cien millones de vidas después se nos lleva por delante un tumor a deshora… pero quizás, a medida que el bucle gira y gira, encontramos a la mujer o el hombre de nuestra vida, alguien descubre un antídoto para la vejez y una cura contra el cáncer y seguimos adelante, viviendo y olvidando, olvidando y viviendo.
Quiero creer que cada uno de esos intentos nos hace mejores. Quizás, en algún momento, alcanzamos la perfección. Y con ella llega el nirvana y la memoria total, el recuerdo de todas las vidas, la punzada última que nos traspasa el corazón evocando cada uno de nuestros amores, y las infinitas versiones de nuestros padres y nuestros hijos, nuestros triunfos y fracasos, nuestros cielos e infiernos. Todo explota en una sola chispa de luz con la que se nos concede la redención última, la última absolución. Después, por fin, el olvido.
Juan José Gómez Cadenas, Aliens, videojuegos y el gato de Schrödinger, jot down, 17/06/2014