Los grandes simios son cuatro: los chimpancés, los bonobos, los gorilas y los orangutanes. Con los chimpancés y los bonobos apenas nos separa un 1% del genoma. Incluso podemos intercambiar transfusiones con ellos, siempre que se respete el grupo sanguíneo. Pero ellos pertenecen al género
pan y nosotros al género
homo. Una diferencia en la clasificación bastante forzada, porque hay otros primates, como por ejemplo el gibón común y el siamang, a los que englobamos dentro del mismo género aunque les separe un 2,2% del genoma. Hace ya más de una década que diversos científicos de todo el mundo han pedido una revisión de las clasificaciones y la inclusión de los grandes simios o al menos de los chimpancés y los bonobos en el género homo. Pero en cuanto se roza cualquier intento de reconocimiento de nuestra cercanía con los grandes primates, de su evidente humanidad y, por consiguiente, de las brutalidades que cometemos con ellos, enseguida aparece una catarata de burdas reacciones en contra. Desde los chistes necios hasta la indignación hipócrita: “¡Se preocupan más de los monos que de los humanos!”. Un calco, en fin, de la mostrenca resistencia que encontró
Darwin cuando publicó
El origen de las especies hace 150 años. La ignorancia y la idiotez son difíciles de erradicar.
Me pregunto qué nos da tanto miedo de nuestra cercanía con los grandes simios para que reaccionemos así de agresivamente, así de cruelmente; quizá nos asuste enfrentarnos a nuestra animalidad. Cuando en 2006 se aprobó una proposición no de ley en el Parlamento español para promover una ley de protección a los grandes simios, los ataques gratuitos e idiotas que recibió la iniciativa hicieron que, ocho años después, siga olvidada en un cajón. Lo único que se pedía era que se les garantizara el respeto a la vida, a la libertad y a no ser torturados física o psíquicamente. ¿Qué hay de escandaloso o de inadmisible en una propuesta tan obvia?
La Asociación Parlamentaria en Defensa de los Animales y el Proyecto Gran Simio presentaron hace un par de semanas en las Cortes un manifiesto reclamando el reconocimiento de los grandes primates como personas no humanas. El manifiesto, redactado entre otros por el filósofo
Jorge Riechmann, es un texto elocuente y hermoso. En él se habla de
Joseph Fletcher (1905-1991), uno de los fundadores de la bioética, y de su famosa lista de 15 atributos para definir la personalidad humana: inteligencia mínima, autoconciencia, autocontrol, sentido del tiempo, sentido del futuro, sentido del pasado, capacidad para relacionarse con otros, preocupación y cuidado por los otros, comunicación, control de la existencia, curiosidad, cambio y capacidad para el cambio, equilibrio de razón y sentimientos, idiosincrasia y actividad del neocórtex. Pues bien, innumerables investigaciones científicas han demostrado que los grandes simios comparten con nosotros todos estos atributos, en diferente grado, por supuesto, porque los chimpancés no son tan inteligentes como
Riechmann (aunque me parecen más inteligentes y más humanos que bastantes individuos). Los grandes primates son capaces de aprender el lenguaje de signos y enseñarlo a sus crías; ejecutan operaciones matemáticas simples; fabrican herramientas; lloran a sus muertos; cuidan a sus seres queridos; se acicalan y reconocen frente a un espejo. Y nosotros hacemos atrocidades con ellos. Como arrancarles los dientes para que no muerdan y extirparles la laringe para que no chillen. Lo contó Pedro Pozas, director del Proyecto Gran Simio España.
Los grandes simios están muriendo, los estamos exterminando junto con las selvas tropicales, que caen bajo las motosierras para plantar palma de aceite o soja y hacer biodiésel. Estamos causando una catástrofe ecológica colosal que se ampara en dos mentiras: en la falsedad de que el biodiésel es ecológico y en el hecho de que la FAO contabiliza como zona vegetal a estos monocultivos, cuando en realidad son desiertos verdes carentes de toda vida. En Indonesia, tercera reserva vegetal del mundo, se talan 51 kilómetros cuadrados de selva cada día (el equivalente a 300 campos de fútbol por hora). El orangután sólo vive en Indonesia: dentro de cinco años habrá desaparecido. Y después, enseguida, los bonobos. Y muy pronto, los demás grandes primates. Estamos cometiendo un genocidio y casi nadie parece preocuparse. Nuestros descendientes mirarán con horror e incredulidad nuestra forma de tratar a los grandes simios, de la misma manera que hoy miramos con horror la esclavitud. Si quieres firmar el manifiesto, que cuenta con el respaldo de decenas de científicos, googlea
Reconozcamos a los grandes simios como personas no humanas. Intentemos protegerles del infierno.
Rosa Montero,
Un silencioso genocidio en marcha, El País semanal, 22/06/2014