La naturaleza (biosfera) es el ámbito de vida por antonomasia para los seres humanos y el más determinante para nuestra percepción. Allí se han generado nuestros órganos sensoriales, cuya estructura básica se mantiene desde hace miles de años, sin perjuicio de que unos individuos puedan tener mayor o menos sensibilidad visual, auditiva, táctil, olfativa o gustativa. El Homo sapiens es una de las especies que habita en la biosfera, tras un largo proceso de evolución natural que ha generado diversos organismos y ecosistemas; en particular la naturaleza humana, es decir los cuerpos de carne y hueso que nos constituyen, dotados de un conjunto de capacidades y determinados por necesidades que hay que satisfacer para sobrevivir. A muchos seres vivos los podemos ver, oír, tocar, oler y saborear, otros son imperceptibles para nosotros. Recíprocamente, podemos ser percibidos por muchos de ellos, lo que genera un cúmulo de relaciones que conforman nuestro modo de estar en el mundo. Sin sentidos no hay interrelación entre seres vivos. Ellos estimulan las capacidades de ataque, defensa y relación, al transmitir al cerebro señales codificadas que la mente procesa, decidiendo actuar en un sentido o en otro. La sensorialidad conforma nuestro primer modo de estar en el mundo y quien no la desarrolla bastante, simplemente perece. Los sentidos son, en primera instancia, un mecanismo de supervivencia.
Cada sentido humano tiene sus propias limitaciones. si los consideramos como órganos que ponen en relación nuestros cuerpos con el mundo exterior, la primera limitación es métrica y tiene que ver con la extensión. La vista es capaz de percibir señales situadas a una distancia considerable, digamos hasta la línea del horizonte. El oído tiene menor alcance, lo mismo que la voz, pero también define un entorno suficientemente extenso en donde uno puede oír y ser oído. Hay animales que detectan olores a gran distancia. No es el caso de los seres humanos, cuya capacidad olfativa se ha ido atrofiando a lo largo de la evolución, como muestran los estudios genéticos y neurocientíficos. Aun así, aunque abarque una extensión menor que la del entorno visual y el entorno sonoro, la capacidad olfativa del ser humano define un círculo exterior en el que puede detectar señales y estímulos. A corta distancia, las sensaciones olfativas pueden ser muy poderosas a la hora de estimular la sensualidad. Nuestro campo olfativo es poco extenso, pero muy intenso.
Otro tanto ocurre con el tacto. El dolor y el goce dependen en gran medida de él. El tacto humano es capaz de detectar sensaciones a alguna distancia, por ejemplo el calor, el frío o la humedad, pero por lo general opera a distancia cero. Se requiere el contacto físico con algún cuerpo para que las sensaciones táctiles sean intensas. Cuando eso sucede, son intensísimas, piénsese en un golpe con algo duro y punzante. El tacto es determinante para la sensualidad y el gozo, pero también para el sufrimiento. Piénsese en el globo ocular, extremadamente sensible a los estímulos táctiles, no solo a los visuales.
En cuanto al gusto, no opera a distancia exterior, sino dentro del cuerpo. Para degustar algo es preciso introducirlo dentro de la boca, donde están ubicadas las papilas gustativas. Nuestra lengua solo puede asomar unos centímetros al exterior, ese es el límite de nuestro campo gustativo. Eso sí, el gusto aporta mucho a la sensualidad, al discernir los sabores, una de las grandes fuentes de disfrute.
En suma, si analizamos el mundo de vida de cada ser humano desde la perspectiva de la extensión y en función de las cinco dimensiones sensoriales externas que lo conforman, cabe hablar de cinco esferas concéntricas con radios de mayor o menor longitud. Surge así la escala sensorial (vista-oído-olfato-tacto-gusto) que organiza los estímulos del mundo externo en función de dicha métrica y los convierte en señales perceptivas. Lo que cae fuera de nuestro campo sensorial, perceptivamente no existe para nosotros. Independientemente de que las variaciones entre los individuos pueden ser muy considerables, esta es la estructura básica de nuestro campo sensorial, considerado desde una perspectiva métrica. Eso sí, hay que añadirle un segundo mundo o caverna: los sentidos internos o la propiocepción, de la que vamos a ocuparnos ahora.
Todo esto parecerá obvio, y lo es. Sin embargo, tiene enorme importancia para definir nuestras relaciones con el mundo exterior. Somos incapaces de tocar o de degustar algo a distancia. La vista alcanza a la mayor lejanía que nos resulta accesible, seguida por el oído y el olfato. En nuestras relaciones con el mundo exterior hay una jerarquía sensorial, que se define en base a la capacidad de percepción a distancia de cada sentido. Los tres primeros sentidos están más proyectados hacia el exterior, los últimos hacia el interior del cuerpo. Sin embargo, mostraremos a continuación que los seres humanos tenemos más de cinco sentidos, algunos de los cuales están orientados a la percepción del propio cuerpo, y no del mundo externo.
Un segundo análisis posible se refiere a la topología de los sentidos, más que a su métrica. la base de la topología sensorial está formada por un conjunto de entornos como los anteriormente aludidos, que se encajan entre sí y generan la métrica que acabamos de comentar. En el caso de la vista, el oído y el olfato, dichos sistemas de entornos pueden ser concebidos como bolas esféricas, puesto que la percepción de los estímulos externos es tridimensional. En el caso del tacto y el gusto el asunto es más problemático. En todo caso, cada sentido posee su propia base topológica, que genera un campo visual, otro auditivo, otro olfativo, otro táctil y otro gustativo. Cada sentido puede ser concebido matemáticamente en función de los espacios topológicos y métricos que genera. Si un estímulo cualquiera llega a esos dominios, entonces es percibido, siendo la intensidad mayor o menor según la distancia a la que esté del cuerpo humano. También influye la intensidad del estímulo, claro. Las señales percibidas son transmitidas al cerebro y procesadas por él, dando lugar a las sensaciones propiamente dichas. Lo importante es que no todo es percibido: multitud de estímulos posibles caen fuera de nuestro campo sensorial. También la intensidad de la percepción es variable, tanto en función del estado de los órganos sensoriales como de las capacidades específicas de cada persona.
Podemos representarnos el sensorio externo de los seres humanos como un conjunto de espacios topológicos y métricos imbricados entre sí, es decir, como una secuencia de cavernas que confluyen las unas con las otras, hasta generar una percepción pentasensorial. un estímulo puede ser visto y oído, por ejemplo una persona que nos habla, mientras que otro estímulo, por ejemplo una persona con la que estamos haciendo el amor, es vista, oída, olida, tocada y saboreada. Al ser la experiencia más compleja y pasar por cinco filtros sensoriales, la sensación de realidad que produce en nuestro cerebro es mayor. A diferencia de la simple percepción, la sensorialidad requiere una relación compleja entre los cinco campos perceptivos de los que está dotado el ser humano, cuyas correlaciones se establecen en el cerebro. Precisamente por ello, conforme el espacio electrónico vaya siendo pentasensorial, la sensualidad humana tendrá mayor desarrollo.
En los procesos sensoriales también pueden intervenir la imaginación y la memoria, asociando a un estímulo físico huellas mnemónicas de estímulos anteriores. Trátese de un perfume, de una imagen o de un sonido, el cerebro puede implementar los estímulos que haya en el exterior, añadiéndoles sensaciones previamente almacenadas y ocasionando experiencias altamente sensuales a partir de estímulos externos mínimos. La mente humana tiene su propio almacén de sabores y olores, una memoria sensorial. En la medida en que las tecnologías TIc vayan creando tactotecas, aromatecas y gustotecas, las experiencias sensoriales en el espacio electrónico serán cada vez más variadas y complejas. Por supuesto, no hay que olvidar que algunas drogas pueden incrementar nuestra capacidad sensorial, sean naturales o químicas. La posibilidad de crear drogas digitalesque actúen directamente sobre el cerebro o los órganos sensoriales, estimulándolos, es uno de los ámbitos de investigación de las tecnociencias sensoriales.
Este primer análisis de la percepción humana puede ser mejorado en muchos aspectos. Por ejemplo, la investigación actual en ciencias sensoriales ha puesto en cuestión la existencia misma de cinco sentidos, se piensa que hay más. De hecho, se distingue entre exterocepción (capacidad de sentir el exterior) e interocepción (capacidad de sentir el cuerpo propio). Por otra parte, los procesos perceptivos son mucho más complejos de lo que hemos descrito en los párrafos precedentes. Sin embargo, las consideraciones anteriores valen como primera aproximación. Asumiremos como hipótesis inicial que la percepción humana posee una componente topológica y métrica y genera campos sensoriales, tanto internos como externos. La estructura que acabamos de describir se refiere a la exterocepción humana en condiciones normales, sin estímulos técnicos ni artificiales, salvo los que pone el cerebro por sí mismo. Cuando un sistema tecnológico (simplemente unas gafas, un audífono o un micrófono) modifica el campo sensorial de una persona, las relaciones de dicha persona con su entorno cambian, y por ende también el mundo exterior percibido. Las discapacidades sensoriales son paliadas con ese tipo de artefactos. También hay procedimientos de otro tipo, por ejemplo las drogas, que modifican a la vez la percepción externa y la interna. Esta última se refiere a la acidez (pH), a la temperatura propia del cuerpo (estados febriles, frío en los huesos), a la presencia o ausencia de determinadas sustancias químicas, a la tensión muscular, etc. En tales casos la capacidad sensorial se ve incrementada, porque no solo versa sobre el mundo exterior, sino también sobre el cuerpo propio.
Nuestra capacidad sensorial externa tiene límites métricos, muy estrictos en el caso de algunos sentidos (tacto, gusto, incluso el olfato), más amplios en el caso de otros (vista, oído). Nuestro mundo exterior de vida (Lebenswelt) está acotado, solo percibimos una parte de lo que hay, tanto por estar ubicados en un lugar y en un tiempo concretos como porque las capacidades para percibir estímulos tienen limitaciones específicas. Incrementar dichas capacidades mediante artes y artificios técnicos implica cambiar el mundo de vida. De ahí la importancia que tienen las tecnologías capacitadoras (enabling technologies), en la medida en que modifican nuestra percepción y nuestro ámbito de relaciones posibles. La superación tecnológica de los límites sensoriales y relacionales que nos vienen dados por nuestra naturaleza orgánica es una de las posibilidades que abre el sistema TIC.
Otros animales disponen de sistemas sensoriales diferentes, adaptados a sus necesidades y modo de vivir. En términos generales, la estructura perceptiva y sensorial de cada especie viva es el resultado de un larguísimo proceso de adaptación al entorno físico-biológico (primer entorno) y de lucha por la supervivencia en él por la vía de la selección natural. Dicho sistema sensorial sigue siendo el mismo en el segundo y en el tercer entorno, los cuales se superponen al entorno natural y lo implementan. El tránsito del primer al segundo entorno (del campo a la ciudad, para entendernos) se caracteriza por la aparición de nuevos artefactos y técnicas sensoriales, es decir, de procedimientos para generar estímulos artificiales: la perfumería es un buen ejemplo en relación con el olor, la seda o el lino en referencia al tacto y la gastronomía en relación al sabor. Cada cultura tiene sus propias artes sensoriales.
Sin embargo, las ciudades han potenciado muchos más las artes visuales y auditivas que las relacionadas con los otros sentidos, al menos en los ámbitos públicos. Hay excepciones. En sus épocas de mayor esplendor, los califatos omeyas en Al Andalus hicieron de los jardines auténticas obras de arte en relación al olfato. Esa tradición todavía se conserva en algunas ciudades andaluzas y mediterráneas, y con un sentido civil, no religioso. No obstante, los perfumes, los afeites y las técnicas olfativas se han desarrollado más en los espacios privados. Hablando en términos muy generales, y solo desde la perspectiva de los sentidos, cabe decir que la res publica ha sido ante todo audiovisual, mientras que los otros tres sentidos se han desplegado en la res privata. Los sentidos más íntimos, cuyo campo sensorial es menos extenso, apenas han sido potenciados por las ciudades y los Estados. La sensorialidad no es la característica propia de lo público, salvo raras excepciones, como en algunas fiestas (carnavales, por ejemplo). Por eso se ha refugiado en los espacios íntimos: alcobas, baños, patios y espacios para la seducción y el juego corporal.
Todas las naciones tienen una bandera y un himno, pero no un olor ni un sabor nacional, mucho menos una sensación táctil que las identifique como tales. Hay excepciones en algunos rituales (el incienso en las iglesias, los cadáveres perfumados en los ritos mortuorios, algunos lugares, vestimentas y objetos sagrados que hay que tocar o ponerse), pero por regla general los símbolos sociales se ven y se oyen, no se tocan, huelen ni degustan. Conclusión: el segundo entorno es ante todo bisensorial, sin perjuicio de que haya ámbitos privados donde los otros tres sentidos hayan tenido momentos de esplendor. Valgan las orgías, los baños públicos y las casas de prostitución como ejemplo. Obsérvese que casi todas las formas de poder político y religioso han visto con desconfianza la sensualidad, que siempre se produce a corta distancia, porque pasa por el olfato, el tacto y el gusto. Aun ahora, tocarse o besarse en la calle está mal visto. En cuanto a olisquear en público, solo los perros lo hacen. El poder siempre ha tendido a estar distante, en las alturas, incluso en otro mundo. El tacto es carnal, requiere cuerpos y distancias mínimas, incluso cuerpos penetrando en las cavernas ajenas. En términos sensoriales, el puritanismo dominante admite dos sentidos, la vista y el oído: los otros tres son fuente de pecados y vicios (pàgs. 117-123).
Javier Echeverría, Entre cavernas. De Platón al cerebro, pasando por Internet, Triacastella, Madrid 2013