Se acabó la gran fase del modernismo, la que fue testigo de los escándalos de la vanguardia. Hoy la vanguardia ha perdido su virtud provocativa, ya no se produce tensión entre los artistas innovadores y el público porque ya nadie defiende el orden y la tradición. La masa cultural ha institucionalizado la rebelión modernista, «en el ámbito artístico son pocos los que se oponen a una libertad total, a experiencias ilimitadas, a una sensibilidad desenfrenada, al instinto que prima sobre el orden, a la imaginación que rechaza las críticas de la razón» (p. 63). Transformación del público en la medida en que el hedonismo que a principios de siglo era patrimonio de un reducido número de artistas antiburgueses se ha convertido, llevado por el consumo de masas, en el valor central de nuestra cultura: «la mentalidad liberal que prima hoy toma por ideal cultural el movimiento modernista cuya línea ideológica lleva a la búsqueda del impulso como modo de conducta» (p. 32). Entonces entramos en la cultura posmoderna, esa categoría que designa para
D. Bell(
Les Contraidictions culturelles du capitalisme, traducido por M. Matignon, PUF, 1979) . El momento en que la vanguardia ya no suscita indignación, en que las búsquedas innovadoras son legítimas, en que el placer y el estímulo de los sentidos se convierten en los valores dominantes de la vida corriente. En este sentido, el posmodernismo aparece como la democratización del hedonismo, la consagración generalizada de lo Nuevo, el triunfo de la «anti-moral y del antiinstitucionalismo» (p. 63), el fin del divorcio entre los valores de la esfera artística y los de lo cotidiano.
Pero posmodernismo significa asimismo advenimiento de una cultura extremista que lleva «la lógica del modernismo hasta sus límites más extremos» (p. 61). En el curso de los años sesenta el posmodernismo revela sus características más importantes con su radicalismo cultural y político, su hedonismo exacerbado; revuelta estudiantil, contracultura, moda de la marihuana y del L. S. D., liberación sexual, pero también películas y publicaciones pornoPop, aumento de violencia y de crueldad en los espectáculos, la cultura cotidiana incorpora la liberación, el placer y el sexo. Cultura de masas hedonistas y psicodélica que sólo aparentemente es revolucionaria, «en realidad era simplemente una extensión del hedonismo de los años cincuenta y una democratización del libertinaje que practicaban desde tiempo atrás ciertas fracciones de la alta sociedad» (p. 84). A este respecto los sesenta marcan «un principio y un fin» (p. 64). Fin del modernismo: los años sesenta son la última manifestación de la ofensiva lanzada contra los valores puritanos y utilitaristas, el último movimiento de revuelta cultural, de masas esta vez. Pero también principio de una cultura posmoderna, es decir sin innovación ni audacia verdaderas, que se contenta con democratizar la lógica hedonista, con radicalizar la tendencia a privilegiar «los impulsos más bajos antes que los más nobles» (p. 130). Ha quedado claro, es una repulsión neopuritana lo que guía la radioscopia del posmodernismo (pàgs. 105-106).
Gilles Lipovetsky,
La era del vacío, Anagrama, Barna 1986