En la década de los 60 y 70, determinados movimientos sociales e intelectuales pensaban que lo negativo de nuestra especie era producto del ambiente. Por ejemplo, los hombres aprendíamos a ser agresivos y machistas para cumplir con el rol social asignado. Todo era producto del aprendizaje y la cultura. Incluso la violencia de los chimpancés tenía un origen en nosotros por el impacto que suponía para estos simios estar rodeados de humanos. Los resultados de las investigaciones más recientes concluyen que no es cierto. En un análisis comparado de las interacciones entre comunidades de esta especie, llevado a cabo por 30 primatólogos de todo el mundo, la conclusión a la que han llegado es que la violencia que ejercen los chimpancés tiene como objetivo la adaptación al entorno y no es producto de la presión humana. Los chimpancés también van a la guerra y utilizan el terror como arma intimidatoria. Controlar una zona es fundamental para esta especie, especialmente los machos, pues debe contener el suficiente alimento y hembras como para asegurar su continuidad. Los primatólogos
Cristophe Boesch, Jane Goodall y Toshida Nishida han presenciado numerosas batallas entre comunidades vecinas de chimpancés con final letal para alguna de las partes, incluso el exterminio del grupo entero. Aunque no podemos estar seguros de la verdadera causa, la agresividad demostrada en las luchas a veces parece tener el fin de aterrorizar a los vecinos para mantenerlos alejados. Por ejemplo, se les ha visto mutilar extremidades o arrancar los testículos del enemigo de un solo mordisco. El autocontrol que poseen los chimpancés cuando pelean con un compañero del grupo desaparece cuando se trata de extranjeros. Esta dualidad entre cooperación y competición extrema es otra de las similitudes con nuestra especie. ¿Y los primates? ¿También secuestran?
Boesch registró un caso de secuestro y rescate posterior de una "prisionera de guerra" en la selva de Tai (Tanzania). Todo comenzó cuando un grupo escuchó los sonidos de comunidades vecinas de chimpancés a cientos de metros de distancia. Entonces comenzaron a moverse silenciosamente hacia el lugar de donde provenían. Ya en territorio enemigo, los machos acorralaron a una hembra y su cría en lo alto de un árbol. Cada vez que ésta intentaba tocar el suelo, mordían sus pies para que no escapara. Según
Boesch, la intención no era matarla sino retenerla. El desenlace vino después, cuando de repente, aparecieron cuatro machos del bando enemigo por detrás de un arbusto amenazando a los secuestradores. En pocos minutos les rescataron y desaparecieron juntos entre la frondosidad de la selva. Pero los secuestros no siempre tienen un final feliz. A veces se abalanzan sobre ellos y acaban con sus vidas, llegando a comérselos. Cada comunidad de chimpancés es diferente a la hora de enfrentarse con los vecinos. No siempre reaccionan igual. El grado de violencia empleado por los individuos de una misma especie puede variar de un grupo a otro. Se cree que la causa está en los recursos disponibles, como son el alimento, las hembras o la ocupación de territorios más seguros libres de depredadores. Pero puede que también haya culturas diferentes, dependiendo de quién sea el líder o de experiencias previas, por ejemplo. Esto significaría que además de la tendencia innata también influye el ambiente. En conclusión, la agresividad, como también la cooperación, han formado parte del repertorio de conductas en la historia evolutiva de nuestra especie. Como en la mayoría de los fenómenos sociales, se trata del resultado final de la interacción de tendencias innatas con otras aprendidas.Nada de lo dicho anteriormente tiene como objetivo justificar el terrorismo, sino más bien comprender las razones que nos han llevado a ser este mono con dos caras. Porque los humanos, al igual que otros primates, somos animales con fuerzas opuestas en nuestro interior. No somos simios asesinos pero sí capaces simultáneamente de los actos más bellos y de los más crueles.
Pablo Herreros,
Las raíces de la barbarie, Yo mono, 20/09/2014