La tesis central del “pluralismo agonista” fue elaborada con posterioridad en
La paradoja democrática, donde sostuve que una tarea clave de la política democrática es proporcionar las instituciones que permitan que los conflictos adopten una forma “agonista”, donde los oponentes no sean enemigos sino adversarios entre los cuales exista un consenso conflictual. Lo que me proponía demostrar con este modelo agonista era que, incluso partiendo de la afirmación de la inerradicabilidad del antagonismo, era posible concebir un orden democrático.
No obstante, es cierto que las teorías políticas que sostienen dicha tesis generalmente terminan defendiendo un orden autoritario como la única manera de evitar una guerra civil. Es por esto que la mayoría de los teóricos políticos comprometidos con la democracia creen que deben plantear la posibilidad de una solución racional a los conflictos políticos. Sin embargo, mi argumento plantea que la solución autoritaria no constituye una consecuencia lógica necesaria de tal postulado ontológico, y que al establecer una distinción entre “antagonismo” y “agonismo” es posible concebir una forma de democracia que no omita la negatividad radical.
En los últimos años, el hecho de reflexionar sobre los acontecimientos políticos mundiales me ha llevado a indagar las posibles implicancias de mi enfoque para las relaciones internacionales. ¿Qué consecuencias tiene en la arena internacional la tesis que postula que todo orden es un orden hegemónico? ¿Significa que no existe ninguna alternativa al actual mundo unipolar, con todas las consecuencias negativas que esto acarrea?
Sin duda, debemos renunciar a la ilusión de un mundo cosmopolita más allá de la hegemonía y más allá de la soberanía. Pero esta no es la única solución disponible, ya que también podemos concebir otra: una pluralización de hegemonías. Desde mi perspectiva, al establecer relaciones más equitativas entre polos regionales, un enfoque multipolar podría constituir un paso hacia un orden agonista en el cual los conflictos, si bien no desaparecerían, tendrían menos probabilidades de adoptar una forma antagónica.
Otro aspecto de mis reflexiones tiene que ver con las consecuencias del enfoque hegemónico para los proyectos radicales que tienen como objetivo establecer un orden social y político diferente. ¿Cómo se puede concretar este nuevo orden? ¿Qué estrategia habría que seguir?
El enfoque revolucionario tradicional, que ya ha sido prácticamente abandonado, es remplazado cada vez más por otro que, bajo el nombre de “éxodo”, reproduce —aunque de una manera diferente— muchos de sus defectos. En este libro discrepo con el rechazo total a la democracia representativa por parte de aquellos que, en lugar de buscar una transformación del Estado a través de una lucha hegemónica agonista, proponen una estrategia de abandono de las instituciones políticas. Su creencia en la posibilidad de una “democracia absoluta”, en la que la multitud sería capaz de autoorganizarse sin ninguna necesidad de Estado o instituciones políticas, implica una falta de comprensión respecto de aquello que designo como “lo político”.
Es cierto que cuestionan la tesis de una homogeneización progresiva del “pueblo” bajo la categoría del “proletariado”, afirmando en cambio la multiplicidad de “la multitud”. Pero aceptar la negatividad radical implica no solo reconocer que el pueblo es múltiple, sino también que está dividido. Dicha división no puede ser superada; solo puede ser institucionalizada de diferentes maneras, algunas más igualitarias que otras. De acuerdo con este enfoque, la política radical consiste en una diversidad de acciones en una multiplicidad de ámbitos institucionales, con el fin de construir una hegemonía diferente. Se trata de una “guerra de posición” cuyo objetivo no es la creación de una sociedad más allá de la hegemonía, sino un proceso de radicalización de la democracia: la construcción de instituciones más democráticas y más igualitarias.
Chantal Mouffe,
Agonística, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires 2013