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El filósofo platónico intenta salir de su propia cueva accediendo a las ideas atemporales, es decir, intentado remontarse hacia la divinidad. Los no platónicos recurrimos a las palabras, a los números, a las analogías, a las proporciones y a las metáforas, pero sin creer en la realidad de las ideas ni en los signos que las expresan, aunque los usemos. Siguiendo a Bacon, hay que denunciar la posible condición engañosa de las palabras y las ideas, la cual se suele poner de manifiesto cuando la cueva propia es comparada con otras cuevas ajenas. A partir de ahora subrayaremos la condición relacional de las cavernas, así como sus componentes sociales, sin olvidar nunca el carácter fenoménico y ficticio del mundo, considerado «en sí mismo». Sobre todo, entenderemos las cavernas sociales como escenarios para la comunicación y la acción, en lugar de verlas como un espacio para la contemplación de pretendidas esencias eternas. Dicho de otra manera: las cavernas lingüísticas conforman escenarios teatrales donde se puede dialogar y reflexionar críticamente sobre las ideas, relacionándose para ello con otros compañeros de prisión. Aunque nunca se logre, se puede pensar en la fuga y recorrer las líneas de fuga de las que habló Deleuze. Dichas líneas no existen a priori, se crean al actuar.
Cada idioma genera una cavidad social específica, donde miles o millones de personas se constituyen como sujetos y aprenden a estar en el mundo, es decir a vivir en la cueva de las palabras que hablan del mundo (pàgs. 170-171).
Javier Echeverría, Entre cavernas. De Platón al cerebro, pasando por Internet, Triacastella, Madrid 2013