La caverna electrónica tiene una estructura topológica muy distinta a la de
Platón. Esta era un recinto cerrado con una única apertura arriba, por la que entraba la luz del sol. Lo que genera y sostiene todos los simulacros electrónicos, sea en la televisión, en los teléfonos, en los ordenadores o en los cajeros automáticos, no es la luz solar, sino la electricidad. No hay sol en Internet, electricidad sí. La nueva caverna es calificada como electrónica precisamente porque los fenómenos y flujos que en ella se producen son eléctricos y electrónicos. La base material y energética de Internet es artificial, producto de la industria humana. La caverna virtual puede volatilizarse en cualquier momento, por ejemplo si se va la luz. Los objetos que pasan por la boca de la caverna (pantalla del ordenador o del móvil) son artificiales, por supuesto, pero la energía que permite verlos, oírlos y tocarlos también es artificial. Además, la boca de la caverna digital no es única, sino que está dispersa por las múltiples pantallas que dan acceso a ella. Los cautivos de la caverna electrónica no estamos concentrados en un único recinto, sino esparcidos por todo el planeta. La telecaverna está compuesta por una multitud de microcavernas, tantas como teleespectadores.
Una segunda diferencia consiste en que, al salir de la boca de nuestra microcaverna electrónica, no nos encontramos con luz solar alguna, sino con un complejo entramado de redes eléctricas, informáticas y comunicacionales que más pudieran ser comparadas con
Matrix que con las divinidades solares de las que Platón era devoto. Por eso hablaremos de tecnocavernas. Al otro lado de la caverna tecnológica no se contempla la idea del Bien, sino que en todo caso se vislumbra un complejo entramado de intereses económicos, financieros y empresariales que conforman mercados informacionales locales, regionales y globales. Salir de la tecnocaverna implica entrar en complejas cavernas empresariales y mediáticas, cuyos propietarios son opacos.
La tercera diferencia es todavía más importante: las interfaces de acceso al espacio electrónico (pantallas, auriculares, etc.) nos conectan a objetos artificiales (digitales, electrónicos, teleobjetos, tecnoobjetos, etc.), pero también a
personas artificiales, es decir, a
telepersonaso
tecnopersonas, cuidadosamente construidas por los ingenieros y artistas del diseño digital y mediático. De hecho, nosotros mismos construimos nuestras propias máscaras electrónicas, por ejemplo al subir una foto a una red social, o al subir un video personal a Youtube. Pretendemos así existir más, ser más vistos, más leídos, más conocidos, más personas. Ser una
tecnopersona exige tener un alto índice de impacto en el subespacio electrónico correspondiente. En tanto espectadores de lo que otros proyectan para nosotros en el entorno digital, lo habitual es la inmersión, es decir, ensimismarse al ver y oír lo que nos ofrece la caverna digital en sus diferentes formatos e interfaces. La caverna electrónica se superpone a las diversas cavernas inventadas por los seres humanos, las subsume en gran medida y, en cualquier caso, afirma radicalmente el principio de artificialidad, al conseguir que millones de personas lleven adheridas a sus cuerpos prótesis de interconexión al mundo digital, en las cuales contemplan sus propias sombras, las de sus amigos y las de las grandes
tecnopersonas. Internet representa hoy en día la caverna global, donde se hablan muchas lenguas, no solo el griego de la caverna platónica. Siendo una de las tres grandes cavernas sociales, junto con la naturaleza y la ciudad, habremos de prestarle una atención especial.
En el caso de Internet está bastante claro quiénes construyen y mueven los objetos artificiales que luego nos parecen reales cuando los vemos en pantalla o los escuchamos en el auricular: son los señores del aire, es decir, las grandes empresas transnacionales que generan, mantienen y desarrollan la inmensa infraestructura tecnológica y de contenidos que permite el desarrollo de la sociedad de la información. Las mentes humanas están interconectadas en el espacio electrónico y son capaces de hacer muchas cosas a distancia y en red. Sin embargo, el «suelo» y las paredes de la caverna son artificiales, construidas y mantenidas por los señores de las Redes. Si llamamos primer entorno a la biosfera y segundo entorno a las ciudades y los Estados, es claro que a finales del siglo XX ha surgido un tercer entorno que se ha expandido por todo el mundo, y en particular por las mentes humanas. Sea a través de la televisión, de la radio, de los ordenadores, de los móviles, de las consolas de videojuegos o de los cajeros automáticos, las personas que vivimos en el siglo XXI nos relacionamos con tres grandes cavernas: la naturaleza, la ciudad e Internet. Cada una de ellas incluye múltiples subcavernas. Nuestro devenir vital consiste en deambular de caverna de caverna (pàgs. 19-21).
Javier Echeverría,
Entre cavernas. De Platón al cerebro, pasando por Internet, Triacastella, Madrid 2013