Uno de los libros que me gustan más del polémico filósofo
Slavoj Žižek es precisamente uno de los primeros que leí. Se titula
Mirando el sesgo. Un a introducción a Jacques Lacan a través de la cultura popular. Los artículos son variados y uno de ellos tiene una gran actualidad: "El malestar en la democracia formal." En dicho artículo se plantea sobre qué bases puede construirse una ética en la democracia liberal. Siguiendo a
Richard Rorty plantea que partimos de la imposibilidad de dar una base trascendental a los derechos y libertades humanas. No hay nada sagrado, nada superior que los justifique. Su contingencia tiene el problema de llevarnos a una deriva relativista en el que cualquier relato es aceptable.
Rorty pone como correlato la solidaridad, el reconocimiento del dolor del otro, la identificación con este dolor ajeno.
Žižek considera que esta es la utopía liberal, la de pensar que espontáneamente nos preocuparemos por el otro. Es imposible, dice, porque es el superyo el que nos hace preocuparnos y ocuparnos del otro. Y el superyo saca su goce del ello, de las pulsiones. Dicho de otra manera: el deber se sigue si el hacerlo nos procura algún goce. Es lo que llama el lado obsceno del deber. En el caso de nuestra sociedad democrática liberal se plantea el siguiente problema. El sujeto de la democracia liberal es el ciudadano abstracto, no un hombre con toda la riqueza de sus subjetividad. El ciudadano no se identifica con nada porque es un sujeto vacío de derechos y deberes. No hay, por decirlo así, sentimientos. Los humanos necesitamos identificaciones imaginarias, emocionales que nunca la democracia formal nos dará. En cuanto queremos dotar a la democracia de contenidos concretos caemos en un comunitarismo que conduce al totalitarismo. porque identificamos entonces al ciudadano abstracto con el miembro concreto de una comunidad y los que están fuera de esta identificación quedan excluidos.
La tendencia de la democracia formal es caer en el nacionalismo. Funciona como su resto, su patología. Nos permite una identificación pero a riesgo de caer en su contrario, que es el totalitarismo. La nación remite al pueblo y la democracia liberal formal al ciudadano. ¿Cómo solucionar el problema?
Žižek nos sugiere que volvamos a
Freud.
Freud es un ilustrado, un defensor de la racionalidad, en contra de lo que plantean algunos tópicos. "La voz de la razón habla bajo", decía
Freud, pero hay que escucharla. hay que mantener este sujeto vacío de derechos y deberes, este ciudadano no patológico, no dominado por sus pulsiones. Pero nos resistimos a la universalización porque somos seres vivos, pasionales, deseantes. Quizás el único camino, dificil, sea resistirnos a las identificaciones únicas, las que nos dan la religión o el nacionalismo, como advertía
Amartya Sen. Resistiéndonos a las identificaciones únicas, que son particulares, de identificación con el grupo podemos dar pie a las identificaciones singulares. Como plantea
Rorty, a partir de
Foucault, el ser capaces de hacer de nuestra vida una creación personal. A partir de muchas identificaciones, no una sola. La defensa de la universalidad de los derechos pasa así por la defensa de la singularidad, no de la particularidad del grupo.
Freud veía en el nacionalismo un "narcisismo de las pequeñas diferencias" que podía ser devastador. Ciertamente. Los humanos tenemos un narcisismo inevitable pero mejor que sea limitado y a partir de lo singular, no lo particular. Porque el comunitarismo es peligroso y nos lleva, como también señaló
Freud, a la psicología de masas y a la identificación con el líder.
Luis Roca Jusmet,
El nacionalismo, patología de la democracia, Materiales para pensar, 22/10/2014
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