La idea de que sabemos mucho de algo o de alguien porque los amamos resulta tan elemental como confortadora. Pero ¿sabemos más de la pareja porque la queremos? ¿O la queremos más porque no nos hemos hecho cargo de lo que realmente es?En la corrupta política de cada día se repite el caso de personas que sintiendo confianza por otra muy cercana se encuentran con el chasco de que eran ni no son de fiar. Los sentían como honrados y los desconocían en su verdad de granujas conspicuos.El sentimiento tiene muy buena prensa puesto que el corazón, pase lo que pase, parece de mayor nivel humano que los rodeos de la cabeza. A la cabeza, en la convención, se la puede liar pero es el pálpito del corazón quien, supuestamente, acierta. Y claro que no. No hay momento más propicio para constatar que no sabemos nada de nada, ni por vía corporal ni por el sendero de espíritu que en esta Gran Crisis inexplicada. Vamos más o menos a ciegas en casi todo y sin la ayuda de alguna pequeña revelación celestial que desde hace siglos ha fundido sus luces por completo.Pero ¿y el Papa? ¿No lo sabe todo el Papa, por lo menos, que mantiene conversaciones directas con Dios? Pues tampoco lo sabe y se le ve confundido o incluso se contradice, se corrige y se arrepiente cada dos por tres.Contar con un
medium que nos allanara el camino hacia la verdad sería como una sedosa alfombra de la vida y de la ciencia. Pero ya se ve que no es en absoluto así: la vida va dando carriolas y la ciencia un día dice esto y el siguiente lo contrario. Ahora mismo, hasta el ibuprofeno podría matarnos. Pero ¿qué decir de la sal, el azúcar o el guacamole? Cada uno desde su rincón podría lanzarse sobre las arterias para perjudicarlas y descomponerlas. Para reproducir, de acuerdo con los turbio aires de nuestro tiempo, la corrosión de los conductos orgánicos, representativos, cognoscitivos y preformativos. Para dejarnos pues sin vías transitables. ¿Sin vías o corazones (o cerebelos) de arterias fluidas?
Vicente Verdú,
Sentir y sentir, El Boomeran(g), 28/10/2014