JK: En una reseña del libro de
Martha Nussbaum La nueva intolerancia religiosa usted acusaba a la autora de ignorar el problema de la violencia contra las mujeres al interpretar de manera errónea los hábitos culturales de los musulmanes en Francia. Escribió que acusar a Francia de islamofobia oculta una incapacidad a la hora de luchar contra la discriminación de las mujeres musulmanas.
Alain Finkielkraut: Los intentos, actualmente en boga, de igualar la violencia contra las mujeres en Occidente y la subyugación sancionada por la religión y la tradición de las mujeres en el mundo musulmán son prueba de ignorancia y de mentiras vergonzosas.
JK: ¿Por qué?
AF: Por la posición de las mujeres en la sociedad francesa, que habían alcanzado incluso antes de la Revolución. No es posible describir la esfera pública en Francia sin tener en cuenta el papel de las mujeres. Están presentes, su belleza se celebra, no están ocultas. Constituyen un acento vívido de la vida social, añaden encanto al mundo con su coquetería. Mientras que en muchas sociedades musulmanas todavía se ve a las mujeres emancipadas como prostitutas.
JK: ¿No está exagerando?
AF: Esas mujeres son objeto de calumnias, burlas, abusos. Esa es su realidad cotidiana. La violencia y la frustración sexual es la realidad de las mujeres en las sociedades musulmanas. Por esa razón, compararla con la realidad francesa es absurdo. Deriva de una voluntad muy común de acusar a Occidente y absolver a todas las demás culturas.
En su libro,
Martha Nussbaum defiende que la parcialidad con respecto a tu propio modo de vida, a la civilización y la cultura a la que perteneces es un “pecado moral”. Ese es el centro de su argumento. En otras palabras: vives en Francia, pero la civilización francesa no tiene ningún tipo de poder soberano, no hay una primacía de la cultura en relación a los recién llegados. La nación no existe. No existe una forma de pensar, un estilo de vida, no hay puntos de referencia ni valores que todo el mundo debe respetar. En mi opinión, igualar todas las comunidades que viven en el mismo espacio es un ataque a la cultura del país que ejerce de anfitrión. Probablemente esto está imbricado en el mito estadounidense de la utopía “multicultural”, que no trae la paz, sino en el mejor de los casos separatismo cultural y guerra civil en el peor.
JK: ¿Quién empezaría esa guerra?
AF: Si estallara una guerra así, probablemente
Nussbaum adjudicaría la responsabilidad a aquellos a quienes se les terminó la cortesía requerida para aceptar el velo islámico, la comida que viene de la matanza ritual de los animales, un burka que cubre todo el cuerpo. Quizá explicara que, si algunas mujeres quieren llevar un burka que las cubra por completo, la violencia en la comunidad musulmana de la que hablo no existe. Creo que interpretar el comportamiento cultural y religioso desde esta perspectiva es un error, e incluso un insulto a las mujeres. El permiso para llevar el burka significa aceptar el sufrimiento de los ciudadanos franceses, una violación de sus derechos.
JK: ¿Por qué?
AF: Porque descubrir el rostro de la mujer es suficiente para excitar a los hombres. Paradójicamente, es el burka lo que transforma a la mujer en un objeto sexual. Y ninguna mujer acepta una imagen tan degradante. Así que, cuando una mujer francesa ve a una mujer que lleva un burka, lo siente, porque hay una subyugación, aunque sea voluntaria, y se rebela contra esa imagen. Uno debe vivir totalmente inmerso en la ilusión de la filosofía analítica para no verlo.
JK: La cosificación de las mujeres, que usted asocia con los musulmanes, no es exclusiva del fundamentalismo religioso. En la cultura occidental nos encontramos con muchas prácticas que pueden verse de un modo similar, como el culto al cuerpo y la amplia extensión de la cirugía plástica. La moda también actúa como una forma de restricción para las mujeres: se trata de una limitación meramente laica.
AF: Sí, pero el contexto es diferente. Las mujeres afganas que llevan burka no tienen acceso a la educación, están excluidas de la vida pública. El significado social y la importancia de la vestimenta son totalmente distintos. ¿La errónea transferencia de este modelo a Francia se podría llamar tolerancia? En Europa, el burka significa la degradación sistemática de las mujeres.
JK:
Nussbaum sostiene que la política cultural francesa es un anacronismo y que cambiarla contribuiría a la seguridad en la calle. La juventud inmigrante ha producido inquietud y disturbios en Francia.
AF: ¡Al cuerno la seguridad! Ese concepto, que se promueve como universal, es superficial y está despojado de su contexto social. Cubrirse el rostro equivale a eliminar ese rostro. El velo es una ofensa contra la humanidad. ¡La deshumanización no puede ser la base de un orden social! El modelo multicultural de la sociedad –ni en el sentido estadounidense ni en el francés– ha funcionado. Tratamos con las sociedades más violentas. Parte del mundo islámico ha declarado la guerra a Europa, sus valores y su civilización. Esa es la realidad. Ocultar esa realidad tras el imperativo de la imparcialidad y la denuncia de la xenofobia es ridículo.
JK: Para
Nussbaum, la aculturación tiene que ser un proceso del mutuo ajuste. Solo por esa razón necesitamos adaptarnos a los musulmanes, en vez de aleccionarlos sobre quiénes somos… de lo contrario radicalizaremos incluso a los islamistas moderados.
AF: Francia es el país anfitrión, por tanto el invitado debería adherirse a las costumbres locales. Quizá es diferente en Estados Unidos, pero aquí está claro. Los extranjeros deben adaptarse a nosotros, no al revés. No se trata de quitarle su identidad a nadie. No queremos hacer que los musulmanes dejen de ser religiosos. Son libres de construir mezquitas y centros de oración, y en esta época son más abundantes que las iglesias y las sinagogas. Tenga en cuenta una evidente asimetría: en los países árabes apenas hay iglesias. Así que hay un espacio para el islam en Europa, sin duda más que para el cristianismo o el judaísmo en Oriente Medio y el Magreb. Pero los musulmanes que han venido a Francia deben adaptarse a la civilización francesa. Si no les gusta, pueden irse a otra parte. Francia no es solo un Estado. Es una cultura grandiosa. Una literatura y un idioma hermosos, paisajes extraordinarios: lo que ofrece es único. Aceptarlo entraña estar limitado por las leyes públicas. La república puede exigir a los musulmanes lo mismo que se exigió a los católicos hace doscientos años.
JK: Si he entendido bien, usted rechaza por entero la adaptación cultural mutua.
AF: Las concesiones a los musulmanes constituirían un precedente superfluo en la historia francesa. Las autoridades públicas tienen el monopolio del ejercicio de la violencia legal: la usurpación de ese derecho, la opresión de los musulmanes por parte de los musulmanes, es una violación flagrante de este orden constitucional En todo caso, Francia no requiere la renuncia al islam, sino que tenga menos control sobre las vidas de sus seguidores. A decir verdad, no creo que sea pedir demasiado. Después de todo, usted sabe que en el islam el rechazo de la fe conlleva la pena capital. Una república no puede aceptar eso. Un musulmán debe tener derecho a convertirse a otra religión. Aceptar la ley republicana no priva al musulmán de libertad, sino que la amplía, sin aceptar la razón de Estado.
JK: La segunda generación de inmigrantes –gente que ha nacido en Francia– ya ha manifestado otras aspiraciones. No creen en Francia como la tierra de la leche y la miel, y en consecuencia dejan de ver el sentido de la adaptación.
AF: Por tanto es crucial plantear las reglas desde el principio. Y estigmatizar cualquier violación. De lo contrario Francia se convertirá en la tierra desdibujada del yihadismo.
Hacer una concesión, permitir la islamización de los barrios de mayoría musulmana, sería un error fatal. Imagine que permitimos que se lleve el burka en el colegio, luego cambiamos el currículum, rechazando contenidos potencialmente ofensivos, como la historia de las catedrales, o quizá la historia de la Edad Media cristiana en general... ¿Qué queda? ¡Nada! No podemos convertirnos en dependientes por el bien de la adaptación.
JK: La actividad de las instituciones de socialización –colegios, familias– basadas en la autoridad religiosa no es tan obvia como usted argumenta. Según investigaciones realizadas en Estados Unidos, hay más violencia en familias estadounidenses “tradicionales” que en las familias musulmanas.
AF: Los sociólogos manipulan los datos a causa de la corrección política. El islam debe ser intocable.
JK: ¿En Francia también?
AF: ¡Por supuesto! Este tipo de discurso es totalmente ridículo y escandaloso. Aunque consideremos que el sistema educativo francés está en crisis, eso no significa que debamos estar agradecidos a la gente que quiere demolerlo. La reforma no puede significar que la institución deba subordinarse al principio del más fuerte o el más numeroso. Esto es pura cobardía disfrazada de moralidad, antirracismo y amplitud de miras. Estoy firmemente en contra de esos intentos. No hay lugar para el multiculturalismo en Francia. Tenemos una obligación de preservar la cultura doméstica y trasmitírsela a las generaciones posteriores. Francia ha escogido el modelo republicano.
JK: ¿No teme que, si no cambia la política migratoria, se repita lo que ocurrió hace una década? En 2005 los disturbios se extendieron por París, Nantes, Rennes, Ruán, Lille, Toulouse y Lyon.
AF: ¡Los disturbios no estallan por eso! Al contrario. Cuantas más concesiones hacemos, más disturbios estallan. Es un grito de odio contra la civilización de la que queremos beneficiarnos y que ya hemos probado. La paz solo es segura cuando la mayoría decide sobre la forma que asume el orden social. La gente necesita al menos un mínimo de homogeneidad para facilitar una existencia común.
JK: En el libro que publicó en Francia hace un año y que obtuvo una gran popularidad, titulado
La identidad desdichada, usted critica la idea del cosmopolitismo. En el contexto de sus tesis, ¿cómo deberíamos juzgar la victoria del Frente Nacional en las elecciones de mayo?
AF: Bueno, los franceses siempre han buscado partidos con una identidad política clara. No demonizo a los votantes del Frente Nacional. Los entiendo, pero creo que las causas del éxito del Frente están en otra parte. Los asuntos de laicidad, integración y asimilación deberían preocupar a políticos de centro y de izquierda, pero se los han entregado a la oposición. Después de todo, Francia tiene algo que ofrecer y los grandes grupos republicanos deberían recordarnos que así es. Lo que
Martha Nussbaum reconocería como cierta forma de dominación, es en realidad un don. Pero también un reto que Marine Le Pen no maneja. No acepto el racismo que emerge de sus declaraciones, del mismo modo que no creo en el multiculturalismo. Yo espero una hospitalidad verdadera y auténtica, reflexiva y autocrítica. Por eso no voté al Frente Nacional.
JK: ¿Cree que la civilización francesa tiene tendencia a la autocrítica?
AF: Se somete constantemente a la autocrítica. Esa es una de las dimensiones esenciales de la civilización europea, y la clave para comprender la identidad de los europeos. El escepticismo saludable nos aparta de los musulmanes. La capacidad de la autocrítica no debería –como escribió el ensayista mexicano
Octavio Paz– caer al nivel del masoquismo moralizante que encuentro en los libros de
Martha Nussbaum. Aceptar su diagnóstico significaría permanecer en crisis, y probablemente la profundización de esa crisis. En la actualidad, merece la pena plantear de nuevo preguntas como: ¿vamos hacia un choque de civilizaciones, o podemos evitarlo? ¿Los musulmanes aceptarán adoptar estándares europeos o el odio se afianzará?
Eche un vistazo a lo que es ahora la memoria del Holocausto. El proyecto de paz europeo se basaba en la conciencia de esa historia dolorosa. Actualmente, los judíos no se sienten totalmente seguros en el Viejo Mundo. Y no se trata del viejo antisemitismo europeo, sino de una nueva forma de antisemitismo. Se manifestó en el ataque al museo judío de Bruselas hace dos meses o en el ataque a un colegio de Toulouse en marzo de 2012. ¿Qué se hace para evitarlo? ¿Cómo se puede reaccionar? Este es el problema que afronta Europa y que Europa debe resolver inmediatamente. No veo ningún problema más acuciante para la movilización de las fuerzas europeas.
JK: Esa movilización es difícil de imaginar cuando los partidos de extrema derecha tienen poder legítimo en muchos países europeos.
AF: Me resulta difícil definir las causas de su éxito. Quizá los europeos quieren seguir siendo europeos, recuperar su identidad europea. Raro, ¿no? ¿Quizá quieren más democracia? No se trata de “escapar de la libertad”, un renacimiento del fascismo. Los votantes del Frente Nacional desean una soberanía por ejemplo en el control migratorio. Creen que una burocracia ineficiente está devastando Europa y que el continente ya no cree en la modernización. Les falta una sensación de seguridad. Quieren volverse hacia la tierra, en vez de estar sometidos a cambios constantes. Todos somos seres humanos, pero Bruselas nos trata –como decía
Zygmunt Bauman– como “vida líquida”, un líquido sin definir y difuso. ¡La gente prefiere algo sustancial!
Jaroslaw Kuisz,
Conversación con Alain Finkielkraut, Libertad, religión y democracia: un debate, Letras Libres, octubre 2014
Traducción de Daniel Gascón.
Este artículo apareció por primera vez en
la revista digital polaca Kultura Liberalna
el 22 de julio de 2014.
Proporcionado por Eurozine.