El “contrato social” es una ficción inventada por los filósofos. Aunque en el mundo real nadie firma un pliego de condiciones para vivir en sociedad, las sociedades funcionan sobre una base de expectativas mutuas acerca de los derechos y obligaciones de la gente que hacen las veces de un “contrato”. Muchas de las acciones que llevamos a cabo en sociedad (reciclar, pagar impuestos, no molestar a los vecinos, cumplir con las tareas laborales, no colarse, votar en las elecciones, no encender un fuego en el campo, etc., etc., etc.) son en parte voluntarias y en parte consecuencia de la coacción. El Estado, desde luego, impone castigos a aquellos que incumplen las leyes, pero buena parte de la cooperación que engrasa los rodamientos de la vida en común se debe más bien a las normas difusas de reciprocidad y justicia que hay en toda sociedad civilizada.
El “contrato social” no es, pues, sino una fórmula para referirse al esquema básico de justicia que está implícito en los intercambios que rigen en la vida pública. En la medida en que los otros cumplan su parte, nosotros cumplimos la nuestra. Cuando se rompen las reglas de reciprocidad, el esquema de justicia se resquebraja.
Ignacio Sánchez-Cuenca, El contrato social se ha roto, InfoLibre, 05/11/2014
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